OPINIÓN    

Una remembranza futura del Arca de Noé

Marcelo Arduz Ruiz



Al recibir el encargo divino de rescatar en el Arca las especies animales para evitar que perezcan en el Diluvio, Noé también introdujo en la gran nave granos vegetales, comenzando por plantar una vid y luego de procesar sus frutos por medios naturales conseguir el elixir de las uvas que se conoce por vino.

Sin duda, ningún otro acontecimiento ha dejado tantas huellas y rastros en las civilizaciones y pueblos antiguos como el diluvio. En la tradición cristiana, al cesar las aguas, Noé soltó una paloma que al retornar al anochecer portaba en el pico una ramita de olivo, deteniéndose poco después el Arca en el monte Ararat…

Por su parte, otros textos sagrados muestran algunas semejanzas y variaciones. Así, entre los babilonios la figura de Noé se equipara a la de Xi-sutra, quien al pasar el diluvio lanza un ave que retorna a la nave por no encontrar alimento, días después lanza otra que llegó con los pies cubiertos de lodo y la tercera no volvió por quedarse en tierra; desembarcando el Arca en los montes Gordieos.

La mitología griega refiere que Prometeo, luego de recibir castigo divino por ceder a los mortales las chispas del fuego sagrado; al enterarse que un diluvio iría a extinguir la humanidad, pide a su hijo Deucalión construya el Arca para recoger a los sobrevivientes, dejando el navío en la cumbre del Parnaso. Los Vedas, como variante apuntan que Vawasvata condujo el navío hasta la cima del Himalaya.

Entre los nativos del Nuevo Mundo, la tradición mexicana relata que Tezpi huye de las aguas en un bote lleno de diferentes especies de animales y pasado el diluvio envía un buitre que se queda comiendo los cadáveres de los gigantes flotando sobre las aguas; y luego envía al avecilla canora Huitzitzilín que volvió con una rama en el pico, refugiándose los sobrevivientes en la montaña Tlaloc.

Como si en algún pasaje se hallara alguna conexión que ligue el Diluvio con la torre de Babel, en el orbe azteca se conserva dibujos que muestran a Coxcox y su mujer en un bote que se mueve sobre las aguas al pie de una montaña, mientras una paloma lleva en el pico signos jeroglíficos de los idiomas que se distribuyeron entre sus hijos, por haber nacido éstos mudos.

A diferencia de las situaciones anteriores el viajero europeo Rudolf Falb, a finales del Siglo XIX llama la atención sobre que los únicos que ponen énfasis en la partida de la gran nave, son los nativos de orillas del Titicaca, sosteniendo en el opúsculo “El diluvio universal y Tiwanaku” (La Paz, 1879), que la figura bajo pies del personaje central de la Puerta del Sol es el jeroglífico del Arca del diluvio, con cabezas de puma y colas levantadas, afines a los símbolos mochicas.

Jesús Viscarra en su enigmático libro “Copacabana de los Incas” (La Paz, 1901), citando al antiguo cronista Baltasar de Salas, muestra un dibujo del Arca del patriarca Ñoqqe, que procedente de la nación Uru tras larga travesía fue a desembarcar en el otro continente, repartiendo allí el mundo entre sus primogénitos.

En la vendimia tarijeña del presente año, se ha elegido el día 27 del segundo mes (señalado por la Biblia como desembarco del Arca, cuando Noé en señal de gracias plantó una cepa) para declararlo el día del Viñatero, no solamente con motivo de tributar un homenaje al patriarca, sino también para recordar a las generaciones presentes el compromiso que tienen de preservar las especies animales y la ecología para regocijo de las generaciones venideras.

MÁS TITULARES DE OPINIÓN