OPINIÓN Tweet
Cuatro vientos
Clovis Díaz
Tras la renuncia de Evo Morales a su mandato presidencial, ingresaron fuerzas de cambio en el escenario político, económico y social de Bolivia.
Lo único eterno es, por lo tanto, el constante cambio. Sin embargo, el cambio súbito de una situación a otra tiene severas consecuencias en el entorno palaciego, en los grupos étnicos, en la clase trabajadora y, en sentido amplio del concepto, en la estabilidad nacional.
La cúpula de transición, al mando de la presidenta Jeanine Áñez, cobijada en el Palacio Quemado, no logra desviar la sombra densa que proyecta la Casa Grande del Pueblo sobre el histórico Palacio, incendiado por una turba armada de rifles, el 20 de marzo de 1875, medio siglo después de la fundación de la República de Bolivia.
El Palacio Quemado, para los ideólogos del Movimiento Al Socialismo (hábitat del Coloniaje e imperio de los ilustres apellidos que gobernaron desde 1825 hasta octubre 2003), fue castigado porque en oficinas, pasillos y salones, caminaba el espíritu de la República.
En la primera etapa del proceso de cambio, el Palacio de Gobierno también acogió a Evo Morales y su gabinete de ministros, mientras se edificaba el altísimo edificio de la Casa Grande del Pueblo que, debido a su forma y composición, nos remonta a los monolitos de Tiwanaku.
Es un mega monolito, incrustado a manera de lanza gigante, en la parte antigua y colonial de la Ciudad de La Paz existente hasta entonces, tras el Palacio Quemado. Ambos palacios, son símbolos que se rechazan y atraen mutuamente.
El primero, el Palacio Quemado, tiene décadas de sobrevivencia y su significado está ligado a la Historia de nuestra República, a los golpes de Estado, a los momentos de peligro para nuestro país, a las muertes violentas, a los magnicidios, al deambular, según cuentan, de los espíritus notables y no notables que encarnan el pasado de la gente que trabajó en el edificio.
Los retratos de presidentes, de Bolívar a Gonzalo Sánchez de Lozada, pintados al óleo, miran atentos desde las gruesas paredes y hay quien escuchó carcajadas y disparos de revólver en una de las habitaciones que da a la Plaza Murillo.
En fin, esta es la parte anecdótica que muchas veces oculta la Historia de Bolivia, escrita desde este monumento que hoy recobra su brillo porque nuevamente es Palacio de Gobierno.
A una veintena de metros atrás, frente a lo que fue el Correo, se levanta imponente la estructura vertical de la Casa Grande del Pueblo, en la que gobernó Evo Morales y marcó el registro del poder indígena, sin lugar a equivocaciones.
El Palacio de Gobierno o Palacio Quemado, así como la Casa Grande del Pueblo, tienen sus diferencias.
El primero, es un Palacio; el segundo, una Casa. El edificio quemado por la turba del Siglo Diecinueve, representa a la República y la Casa Grande engloba la pertenencia del “pueblo”. Diferencias que de ninguna manera niegan la unidad nacional.
Los dos edificios con sus símbolos republicano y plurinacional son testimonio de que Bolivia es una sola, con sus partes étnicas y no étnicas, con sus errores y sus aciertos.
Con seguridad, ambos edificios, sobrevivirán a quienes gobernaron en esta primeras dos décadas del Siglo XXI y estarán para siempre, el uno frente al otro. clovisdiazf@gmail.com