EDITORIAL    

El divino bono contra el hambre



Al terminar la semana cuatro millones de ciudadanos bolivianos amanecieron tomando un delicioso desayuno como nunca conocieron. Se trata del bono contra el hambre de mil bolivianos que recibirán en diciembre como regalo de Navidad de parte del flamante inquilino del Palacio Quemado, que fue quien lo propuso.

Será un obsequio de nada menos que 150 dólares en efectivo, aproximadamente, contante y sonante, por persona pobre, considerando que muchos bolivianos, excepto una minoría, viven en crisis económica permanente. Ese “presente de los dioses” será, sin duda, bienvenido para el arreglo del nacimiento de Jesús.

Será financiado por el benefactor con más de 700 millones de dólares conseguidos por el Estado plurinacional sobre la base de dos préstamos, uno del BID y otro del Banco Mundial, suma en millones de dólares, créditos que han hecho abultar el nivel de la deuda externa boliviana y que deberá pagar el mismo pueblo boliviano.

El bono contra el hambre se produce cuando la crisis económica que padece el país, que empezó hace cuatro años, la agravó el gobierno de Jeanine Áñez, (que se caracterizó por su ineficiencia). Se trata de un generoso acto de caridad que todos agradecen, pero (y este es un pero destacable) tiene algunos “pequeños” problemas, como endeudar al país; los beneficiarios se esmerarán en convertir los 700 millones de dólares en bienes fungibles que no producen renta; no producirán el supuesto beneficio de “activar la economía”, como se cree.

Un gasto estatal poco menos que demagógico, en momentos que los ingresos del Estado caen por los bajos precios de las materias primas, el déficit comercial, se derrumba el pago de impuestos, cae la economía en general, etc. Resulta algo así como tirar la casa por la ventana o bien cuando el techo se hunde, las paredes se derrumban, las aguas de los grifos inundan los departamentos, mientras los comensales, indiferentes, disfrutan de la parrillada y la cerveza en el jardín.

La “solución” del bono del hambre podría ser, sin embargo, peor que la enfermedad porque se reparte sobre la base de préstamos que hay que pagar y lo tendrá que hacer el mismo pueblo. Hubiese sido mucho mejor que esos 700 millones y pico de dólares, que llegaron como maná del cielo, sirvan para inversión en un caminos, fábricas u hospitales que den renta y el capital se reproduzca y siga creciendo para beneficiar a los deudores y, finalmente, la deuda sea honrada sin empobrecer a los ciudadanos favorecidos.

En fin ¡todo divino! porque lo más bello del mundo es un Estado en el cual todos ganan sin trabajar y reciben el sacrificio de los pocos que trabajan. Así, ¡que siga la parrillada!