OPINIÓN    

Triste y penosa huella de un régimen

Ramiro H. Loza Calderón



Evo Morales se hizo del Gobierno el 2006 en alas del voto popular y se aleja de la presidencia repudiado por todo el pueblo. Tuvo el despertar de un alba y parte ensombrecido por una noche lóbrega y oscura. Un muerto bastaría para su renuncia, había dicho y se cuentan al menos 100 vidas cegadas, sumando siete más antes de su partida. Entró mintiendo al Palacio Quemado y ahora persiste en el exilio dorado, cuando dice, sin eco, que lo derrocó un golpe de Estado.

Todos saben que el pueblo lo echó bajo el peso del descomunal fraude electoral el 20 de octubre, con el funesto antecedente de haber burlado a más del 50% de electores en rechazo a su cuarta repostulación. En menos de 20 días de dura represión, el pueblo boliviano abatió una dictadura de 14 años sin un muerto que se le pueda atribuir, brindando otro de sus gestos históricos de liberación.

Fueron suficientes dos semanas de desobediencia civil con sendos cabildos multitudinarios en las nueve capitales departamentales y en las ciudades intermedias, en defensa del voto vilmente arrebatado y de una nueva profesión de fe democrática. Este movimiento ve apenado que sus hermanos venezolanos, nicaragüenses y cubanos pese a su heroicidad y desangramiento no logran sacudir otras tantas siniestras dictaduras y eleva preces para que pronto materialicen sus anhelos.

El señuelo del régimen depuesto fue la instrumentalización del compatriota indio como peón político, imitando precedentes de idéntico cuño de anteriores gobernantes oportunistas. La asistencia de ciertos sectores étnicos a marchas, concentraciones y proclamaciones no era espontánea sino cotizada y prebendada. Supuestos dirigentes se favorecían en mucha mayor medida, además ponían en juego amenazas, multas en efectivo y sinnúmero de presiones sobre las poblaciones de ancestral sentido de comunidad y de obediencia a los mandones de turno.

Evo Morales dice sin recato de pertenencia nacional, que antes de él Bolivia era ignorada en el mundo incluso como parte de la geografía política universal. Sostiene aún que la nación salió del anonimato y es paradigma de admiración por obra suya. Lo objetivo es que cuanta tierra extranjera pisó -y lo hizo como uno de sus deportes favoritos- evidenció ante esos pueblos sus limitaciones e improvisación. Desde luego ello contrasta con exponentes intelectuales aimaras y quechuas dignos de acceder a las más altas funciones.

Clara experiencia de que la elección de mandatarios no es cosa baladí ni de tomarse a la ligera, o ambas a la vez, sino que exige detenida reflexión. A lo anterior se añade el bajo nivel educativo y cultural de grandes sectores poblacionales, convirtiéndolos maleables políticamente. Si agregamos el ingrediente corrosivo de la demagogia larvada por años y años de prédica mal intencionada de supuesta “discriminación” blancoide anti indígena, el efecto no puede ser otro que el odio racial no obstante tratarse de un país de enorme mestizaje.

El partido MAS tomó a su cargo la propagación de esa letanía. A propósito se valió de un aparato de saturación propagandística a costa el Estado. Alrededor de 40 radioemisoras comunitarias están directamente monitoreadas al respecto. Cada día del año todos los medios de comunicación oral difunden mensajes de tinte racial indígena desde horas 6 a 8 de la mañana en lenguas originarias.

El pecado capital de Evo Morales es haber profundizado la confrontación socio étnica en el país, cuyas consecuencias apenas se encuentran en sus inicios. Con estos métodos de estudiada manipulación erigió un régimen totalitario y dictatorial. Si bien la población boliviana es mayoritariamente indígena más del 60% vive en áreas urbanas. Esta relación mejor enterada de la realidad restó el voto que el oficialismo diera por seguro. En fin, la narrativa alusiva podría extenderse mucho más en aras de la verdad. loza_hernan1939@hotmail.com

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