Necesidad de promover el desarrollo del agro



Es innegable que el decreto de Reforma Agraria, hecho ley en el año 1956, tenía la finalidad de cambiar totalmente las estructuras de trabajo, producción y rentabilidad de lo que se haga en las áreas rurales; pero la falta de aplicación de todo lo establecido en esa importante disposición, dio lugar a que no se cumpla lo que podía ser el inicio de una revolución agraria que no solamente eleve el nivel y calidad de vida de los campesinos, sino que haga efectiva, cualitativa y cuantitativamente, la producción agraria hasta ingresar, en corto tiempo, a la etapa de la agroindustria.

La desidia, el abandono, la carencia de inversiones y la falta de preparación a los campesinos para los desafíos que entrañaba la reforma, determinó una especie de éxodo del campo a las ciudades porque las condiciones de vida en las áreas rurales había cambiado en forma negativa. Para comenzar, se descuidó el aspecto de introducir reformas en la educación a niños y jóvenes que asistían a las escuelas y colegios rurales; no se incentivó la creación de institutos tecnológicos que formen a los jóvenes con capacidades para trabajar en el rubro agrario. No se dio el asesoramiento preciso para que las nuevas generaciones cambien viejas estructuras ya obsoletas que postergaban, en vez de mejorar o modernizar lo que se hizo; en consecuencia, bajaron los índices de producción y la misma calidad de los productos disminuyó.

La consecuencia de los descuidos y la aplicación de políticas sólo para utilizar a los campesinos para marchas, manifestaciones y acciones callejeras de apoyo a la “revolución nacional” o al partido gobernante, hizo que los jóvenes campesinos tengan la meta de abandonar las tierras de sus mayores para encontrar medios de sustento en las ciudades y, además, cambios en el llamado “status social”. La consecuencia de todo ello fue que el Gobierno, para reemplazar lo que faltaba en los mercados de abasto, incentive las importaciones y, así, hemos llegado al extremo de importar incluso papa. Por supuesto, muchos otros productos de producción normal, como trigo, fueron importados y el país se convirtió en consumidor de lo foráneo, desechando lo propio.

Actualmente se sigue viviendo las consecuencias y no se hace lo suficiente para promover o reactivar el trabajo y la producción en las áreas rurales, especialmente en la región occidental del país. Cuando se toca el tema, las autoridades se hacen los de la vista gorda porque, según ellas, el país “vive en jauja” por haber alcanzado “importantes reservas financieras”. Cabría preguntar: ¿qué se hace para conseguir el retorno de millones de campesinos a las áreas rurales y qué ventajas, ayudas, asesoramiento, créditos, provisión de semillas, herramientas y maquinaria se les puede ofrecer? ¿Existe alguna planificación al respecto? Las respuestas, como siempre, quedan en el cajón del olvido, donde están los interrogantes de siempre.

El Gobierno, por simple responsabilidad, debería tomar como desafío la promoción de las actividades, trabajo, producción y rentabilidad de las áreas rurales que, además, sirvan efectivamente para elevar los niveles económicos, sociales, culturales de los campesinos, si efectivamente se desea incorporarlos a la actividad nacional.

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