[Alberto Zuazo]

Punto aparte

Intolerancia en el alto mando militar



El alto mando militar incurrió en intolerancia extrema al no haber comprendido que la movilización de los suboficiales y sargentos se originó estrictamente en motivaciones sociales, no en indisciplina.

Al sostener que hubo indisciplina, es como admitir que sus jefes y oficiales tienen licencia para discriminar y cometer otros excesos contra el personal subalterno de la institución castrense. En este tiempo, la supervivencia de esas conductas resulta ya agraviante y violatoria de los derechos humanos.

Pasaron los tiempos de la esclavitud y de los coloniajes. Y esto cuenta para todas las instancias de la vida social. En esta época prevalecen los derechos humanos, por encima de cualquier autoridad o jerarquía que exista.

Entre esos derechos está el de exigir un buen trato; más todavía, que sea igualitario entre todos, incluyendo a las instituciones militares del país que sea. En definitiva, tiene que acabarse con el mal trato a los subalternos.

Al presente, los derechos humanos rigen en todas las áreas de la actividad humana, sin exclusión alguna. Es elemental que para exigir el respeto de alguien, tiene que empezarse por hacer lo propio, en forma individual y colectiva con los demás. De lo contrario, se carece de autoridad moral para exigir sometimientos a título de disciplinas arbitrarias.

El cuartel no es más una caverna donde se impone el más fuerte o el que tiene más autoridad. Simple y llanamente debe servir para dos finalidades internas. Instruir, no abusar, a los conscriptos que hacen el servicio militar obligatorio. Y, principalmente, que impere la armonía y el respeto mutuo en todas las estructuras castrenses, desde generales hasta subtenientes.

Deplorablemente, se ha establecido, con meridiana claridad, que se hace abstracción de los derechos de los suboficiales y sargentos, no obstante de que constituyen los pilares en los que se yergue el poder militar. Guste o no, sin ellos no habría Fuerzas Armadas. Sólo sería una casta de burócratas mandones.

Los movilizados han cedido y han vuelto a sus labores rutinarias. Sin embargo, no debe conceptuarse como que se los hubiera derrotado y sometido al mismo régimen social contra el que se levantaron, acompañados de sus seres queridos, como son las esposas y los hijos.

No debe repetirse, menos admitirse, que suceda aquel perverso episodio en el que un oficial pretendió humillar a uno de los movilizados que retornó al cuartel, exigiéndole que le pida perdón de rodillas. Ese oficial debe ser castigado y, mejor aún, retirado de las filas militares, porque es un déspota que desprestigia al rango que tiene y a vestir el uniforme patrio.

El alto mando militar, así como fue celoso en imponer, a todo trance, disciplina en sus filas, aun desconociendo los derechos humanos, ahora tiene que asumir otra conducta. Imponer a su oficialidad el respeto a la dignidad y a los derechos de los suboficiales y sargentos, así como éstos tienen que hacer otro tanto con sus superiores en mando, no en condición social

Aunque se dice que las normas militares no han sido conciliadas aún con los preceptos de la actual Constitución, ello no debe ser óbice para que el respeto recíproco al interior de las Fuerzas Armadas sea un principio elemental en el mejor desempeño de sus funciones.

La disciplina, la obediencia, el cumplimiento de los deberes en la institución militar tiene que ser igual que en un hogar, en el que los padres, para ser respetados por sus hijos, deben también respetarlos.

Sólo con este comportamiento, del respeto mutuo, puede ejercerse autoridad en el ámbito que sea. La obediencia y la disciplina fluyen naturalmente. Es posible también que el acatamiento a una disposición orgánica o familiar alguna vez no se cumpla. En tal caso, sí corresponde el castigo, pero sin atropellos ni vejámenes, menos con el uso de la violencia.

Ahora que está volviendo la normalidad a los cuarteles, tiene que acabarse con la discriminación y las otras injusticias o postergaciones que dieron lugar a la movilización de suboficiales y sargentos.

Y si se apela a las represalias, querría decir que a la institución militar todavía no asomó la civilización moderna, que quedó petrificada en los anquilosados tiempos del coloniaje y la servidumbre.

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