[Armando Mariaca]

Unidad para construir, no para el desastre


Desde siempre, y muy especialmente desde la fundación de la República, los bolivianos hemos sabido de la urgencia y necesidad de la unidad porque en el transcurso de los 15 años que duró la lucha por la independencia y, luego, en los tiempos de la República, hemos comprobado cuán desunidos hemos transitado por la vida del país. Según todas las corrientes político-partidistas que han pasado por la historia nacional, la unidad fue el gran objetivo; pero la realidad ha mostrado que fueron ellos, los políticos, los que más han complotado contra ese factor de entendimiento, amistad y medio para lograr los propósitos y anhelos comunes.

Cuántos gobiernos -inclusive regímenes dictatoriales- para justificar sus prédicas, han pregonado el principio de unidad; han expresado conceptos sobre la necesidad de unir a todos los bolivianos en pos de lograr objetivos comunes y necesarios para toda la República; pero, en los hechos, poco o nada hicieron. Parecería que para ellos lo importante ha sido tener a la unidad como un cliché o un “slogan” para que, dado su populismo y demagogia, puedan ser más entendibles y comprensibles a la colectividad que generalmente ha creído, de buena fe, las intenciones propaladas; pero tampoco ese pueblo hizo algo por conseguir que haya unidad en sus departamentos, ciudades, áreas rurales, pueblos y villorios porque cada grupo ha buscado la satisfacción de sus intereses.

Evidentemente, no todo fue malo porque el país tuvo brillantes hombres políticos, intelectuales, sabios en diversas disciplinas y que colocaron al país en altas situaciones de expectación y hasta admiración por la brillantez de esas personas y, sobre todo, por su conciencia de ser bolivianos y desear lo mejor para la Patria; pero, lamentablemente, todos ellos fueron ignorados o marginados por las políticas partidistas o por quienes, siendo líderes o caudillos, creían ser superiores en todo cuando, a lo sumo, eran simples imitadores de lo que es práctica de cultura y sabiduría para manejar los destinos del pueblo.

Para nadie es extraño que las grandes potencias han logrado los sitiales que tienen merced a la unidad, a que -así sea después de graves confrontaciones que en casos se han convertido en guerras civiles- tenía derecho el pueblo y el Estado en su conjunto para vencer a la pobreza y al subdesarrollo. Mucho han tenido que pasar los grandes pueblos para alcanzar índices constructivos de unidad, pero lo hicieron a base de coraje, disciplina, eficacia y eficiencia de su población y especialmente a la acción de sus gobernantes que han sabido superar sus propias limitaciones aunque, muchas veces, corroídos por la corrupción que les ha restado energías para hacer mucho más de lo realizado.

En nuestro país hemos pasado por situaciones difíciles luego de escuchar propósitos e intenciones de unidad por parte de quienes han conformado regímenes legales e ilegales. Cabe recordar que especialmente los llamados “revolucionarios” han sido los que más han dividido al país, los que han utilizado al pueblo para fines partidistas y los que han divido a la familia boliviana tanto por sinrazones político-partidistas como por intereses económicos o por tener primacía y preponderancia en el sentir del pueblo. Los militantes “revolucionarios” de extremas izquierdas o extremas derechas por igual deben sentir hoy, conciencialmente, cuán equivocados estuvieron quienes los manejaron o dirigieron por caminos “revolucionarios” que no cambiaron nada o que si lo hicieron fue a favor personal de los dirigentes o “del partido” y todo porque esos dirigentes no supieron cambiar renunciando a sus taras y vicios que los hizo ególatras.

Ahora, habría que preguntar a los políticos con vocación “revolucionaria” qué es lo que harían en caso de acceder a cualesquiera de los cargos en los Poderes del Estado en caso de conseguir la cantidad necesaria de votos en las elecciones próximas. Sería interesante que sean ellos los que, en primera y última instancia, cambien, modifiquen sus conductas, corrijan los errores cometidos y eviten la promesa fácil, inútil e incumplible; que la demagogia y el populismo dejen de ser armas primigenias para captar la confianza popular; que tengan presente, en toda situación, que el país está para ser servido y no para servirse de él; que el llegar al gobierno, en cualquiera de los tres Poderes, sea pensando y teniendo conciencia del bien común; pero, sobre todo, entender que el país no es propiedad de ellos y que el pueblo no puede ser ilusionado indefinidamente con falsas promesas y con proyectos utópicos de imposible realización.

Es urgente que se tome conciencia de que es necesaria la unidad de nuestro país; que como va hasta ahora el comportamiento de los partidos políticos integrantes del gobierno y de la oposición, no hay esperanzas para el pueblo para alcanzar mejores días, porque parecería que hay o habrá contentamiento, por una parte para conseguir la re-reelección y, por la otra parte, la de la oposición, la misión, el objetivo supremo de ganarle como sea al candidato oficial, cuando saben esos opositores que, como van, lo único que harán es asegurarle el triunfo a quien no quieren que siga en el gobierno.

Es preciso unirse -izquierdas radicales, izquierdas moderadas, centros y derechas- para construir y no para el desastre, una situación que sería repetitiva de cuantas se ha vivido a través de los años que tiene nuestra siempre dolida República de Bolivia.

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