Árboles, alcaldías y manía por el enanismo


Desde siempre, la Naturaleza, en todos sus reinos, ha sido motivo de preocupación de la humanidad; pero, sobre todo, por las selvas, bosques y plantaciones de toda clase. Los árboles han sido y son los pulmones de las grandes urbes, son el respiradero de la humanidad y merecen consideración, cuidado y hasta respeto por parte de los pueblos; sin embargo, la depredación de selvas, bosques y arboledas es continua; debido a la “vocación por el enanismo”.

En nuestro país, ha surgido una especie de manía en las Alcaldías Municipales que, con el pretexto de “ornamentación”, han decidido derribar ricas especies de árboles que no sólo eran respiradero de las ciudades sino ornamento y refugio de especies de aves y sitios que daban sombra en tiempos calurosos. Las ciudades de La Paz, Cochabamba y Santa Cruz encuentran en sus alcaldes enemigos declarados porque derriban árboles y los reemplazan con arbustos o arbolitos hechos enanos con la idea de “ornamentar” la ciudad.

No puede haber mayor ornamento y, además, vigías de la salud, que los árboles: ricas especies con decenas de años - y algunos centenarios- han sido destruidos y sus espacios han quedado desertizados o tan sólo con pequeñas plantas que pretenden ser adorno; arbustos y una especie de árboles enanos que no tienen más de metro y medio.

Cuidar las ciudades, su limpieza y excelente presentación de plazas, parques, avenidas y calles es obligación de las autoridades; pero, de ninguna manera, pueden arrogarse el derecho de destruir o derribar árboles que han sido el orgullo, adorno y vida de espacios urbanos. Lo grave de esta situación es que cuando se visita pequeños pueblos, sus alcaldes -tal vez por no tener algo que hacer- han decidido derribar también la arboleda y reemplazarla con el enanismo.

La Paz, sede de gobierno es, con seguridad, conjuntamente Oruro y Potosí, la ciudad que menos árboles tiene; siempre adoleció del problema y fue, en algún momento, preocupación de alcaldes por reforestar, por plantar árboles que muchas veces han sido destruidos en sus inicios de crecimiento. Una ciudad sin plantas ni árboles es un desierto que posee tan sólo bosques de cemento por la proliferación de edificios, muchas veces uno al lado del otro sin respetar normas muy claras que debe haber para que haya distancias considerables entre sí.

Es urgente que los alcaldes y los concejos municipales, modifiquen conducta tan perniciosa de destruir árboles y, los sitios que ya tienen “monumentos al enanismo” como “ornamentación”, replanten especies de los antiguos árboles que merecen siempre sitios de preferencia en el panorama de nuestras ciudades, especialmente por razones ecológicas, ambientalistas y de salud de la población.

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