Cuidados paliativos para una muerte digna

Alberto López Herrero

Cuando una persona es diagnosticada con una enfermedad terminal su vida y la de toda su familia sufre un vuelco. En esos momentos apenas valen las palabras de consuelo y todo se aferra a cualquier esperanza por pequeña que sea. A medida que aumenta el deterioro físico, la prioridad de los que están cerca es complacerla y hacer cualquier cosa para mitigar unos dolores que cada día se agudizan. En muchos casos se llega a desear hasta la muerte para que cese el sufrimiento, pero es ahí cuando se debe apelar a la dignidad, que no sólo hay que tenerla en la plenitud de la vida, sino también en los últimos momentos de ella.

La atención integral a una persona cuando existe una enfermedad avanzada, progresiva e incurable, con un pronóstico de vida inferior a seis meses, síntomas intensos, múltiples, cambiantes y con muchos dolores es a lo que se denomina cuidados paliativos. Estos cuidados ni aceleran ni detienen el proceso de morir, no prolongan la vida pero tampoco precipitan la muerte, tan sólo proporcionan a los pacientes comodidad y dignidad, que estén libres de dolor y con los síntomas de la enfermedad controlados en sus últimos momentos de vida.

Es un derecho que, por desgracia, no está garantizado ni para todos los pacientes con este tipo de enfermedades irreversibles ni para sus familias. El trabajo lo realizan profesionales de la salud y voluntarios que ofrecen apoyo médico y psicológico a enfermos terminales y a sus familiares. La estimación de la Sociedad Española de Cuidados Paliativos (Secpal) es que 250.000 personas precisan estos cuidados cada año para mejorar la calidad de vida perdida por una enfermedad avanzada o en estado terminal. Según el presidente de Secpal, Álvaro Gándara, “los cuidados paliativos son la única manera de aliviar el sufrimiento en enfermedades avanzadas y la mejor estrategia para afrontar de manera digna la muerte de estos pacientes”.

Pero el problema lo encontramos en la nula acreditación oficial de los profesionales paliativos, que no está considerada una especialización, y en la ausencia de una ley nacional que legisle todos los aspectos relacionados con la atención integral al final de la vida de un paciente. Por estos motivos, Gándara denuncia que “la desigualdad que existe en el acceso a estos cuidados hace que sean miles los pacientes, casi la mitad de ellos, los que mueren con sufrimiento y sin ser atendidos por equipos paliativos”.

La situación se complica aún más entre médicos y familiares al hablar de “sedación paliativa”, un tratamiento reconocido por la Organización Médica Colegial (OMC) y que, por ignorancia, se confunde a menudo con la eutanasia. El presidente de la OCM, el doctor Marcos Gómez, asegura que, “aparte de ser inmoral, la eutanasia es ilegal y va contra la deontología médica”.

El conflicto se suele resolver de una manera tan arbitraria para el enfermo terminal como que depende del servicio asistencial, del médico y hasta de su atrevimiento para actuar con buenas prácticas médicas y dormir al enfermo para que su tránsito de la vida a la muerte sea lo más tranquilo posible. Para los defensores del derecho a morir, esta sedación paliativa no es más que una forma de eutanasia indirecta, pero legal, mientras que para los detractores, es esencial y básico diferenciar ambas prácticas.

En opinión del doctor Javier Rocafort, uno de los más reconocidos especialistas en cuidados paliativos y enemigo de la eutanasia, “la sedación paliativa en la agonía es una herramienta tan buena como cualquier otra y cuando está bien indicada y ejecutada no proporciona ningún problema moral al sanitario: el enfermo muere cuanto tiene que morir, dormido, pero la sedación no influye en la fecha de la muerte”.

Por tanto, una nueva ley debe garantizar el derecho a una muerte digna a todos los pacientes y delimitar la diferencia actual por la que un mismo medicamento puede ser considerado sedación o eutanasia según la intención de quien lo aplique. Mientras se afronta este debate con seriedad, la mitad de los ciudadanos continúa muriendo con un sufrimiento y unos dolores que se podría evitar de una manera sencilla.

El autor es periodista.

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