[Severo Cruz]

Un acuerdo incumplido por Chile


El principio del no reconocimiento de las anexiones territoriales por la fuerza fue ratificado mediante un acuerdo boliviano-chileno, en contraste al lenguaje procaz y ofensivo de Abraham Koning, que sostenía: “Nuestros derechos nacen de la victoria, la ley suprema de las naciones”.

Una inquietud política, de carácter internacional, que priorizó la justicia y la equidad en las relaciones diplomáticas de los países mencionados, hizo posible la formalización de ese convenio, cuyo objetivo fundamental fue promover instancias de convivencia civilizada, que signifiquen paz e integración, en consulta con los intereses de ambas naciones. Trató de marcar agenda, con miras hacia el futuro, bajo la premisa de entendimiento y tolerancia.

La determinación histórica es resultado de las Notas Reversales de 16 de enero de 1941, firmadas por los cancilleres Alberto Ostria Gutiérrez, de la República de Bolivia, y Manuel Bianchi Gundián, de la República de Chile.

“Refirman (ambos países) su completo acuerdo con el principio del no reconocimiento de las anexiones territoriales por la fuerza, consagrado en la Declaración Americana de 3 de agosto de 1932; en el Pacto Anti-bélico de Río de Janeiro de 10 de octubre de 1933, y en la Resolución XXVI de la Octava Conferencia Internacional Americana, dentro de los términos en que tales acuerdos fueron suscritos”, señala el párrafo 2.

Pese a estos conceptos, recalcados hace más de 70 años, Chile aún detenta con arrogancia y displicencia nuestro Litoral sobre el Pacífico, que nos usurpó mediante una salvaje invasión, en el Siglo XIX.

Salvaje porque “en febrero de 1879, Chile ocupó militarmente Antofagasta”. Porque “Antofagasta fue el punto de concentración de las fuerzas chilenas”. Y porque “Chile había concentrado en Antofagasta un ejército de doce mil hombres” (Walterio Millar: “Historia de Chile”, 1976, páginas 279, 280 y 286).

Una decisión que, como tantas otras, cayó en saco roto, por la intransigencia imperialista del país vecino. La verdad es que Chile jamás quiso ni quiere revisar su actitud expansionista que le ha permitido apoderarse de los recursos naturales, renovables y no renovables, de origen boliviano, en beneficio de sus intereses no sólo estatales sino particulares. Por ello se resiste a devolver todo lo que arrebató a Bolivia con la invasión de 1879. En consecuencia recurre, inclusive, a la chicana, en los altos tribunales de la justicia internacional.

El documento citado hoy pasa desapercibido por propios y extraños. Duerme el sueño de los justos en anaqueles o depósitos de papeles considerados históricos. Y a La Moneda no le conviene remover su contenido y menos su espíritu. Más le vale que aquél se pierda en el tiempo y espacio. De este modo se evitará de mayores problemas en el conflicto pendiente que tiene con Bolivia.

En suma: Chile asumió acuerdos, como éste del 16 de enero de 1941, que no pudo honrarlos, desgraciadamente en desmedro de la amistad y la confraternidad.

 
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