[Manfredo Kempff]

Un panorama muy feo


El más importante motivo para que la mayoría de los bolivianos diera su voto por el entonces candidato presidencial del Movimiento Al Socialismo (MAS), Evo Morales, en diciembre del 2005, fue porque los masistas afirmaban que sus antecesores neoliberales eran absolutamente corruptos, que eran unos rateros de mala madre acostumbrados a repartirse dolosamente el dinero del pueblo, a elaborar contratos fuleros con empresas inescrupulosas, en suma, a vivir como reyes embolsillándose coimas y comisiones por doquier. Afirmaban que habían enajenado el país de manera mafiosa, regalando o vendiendo a precio de gallina muerta las empresas del Estado, el sudor de los bolivianos, lo que era una verdadera traición a la patria.

El MAS prometía -y la población asentía- que iba a borrar del mapa la cochina política tradicional, desembarazarse del pasado, acabar con la agonía republicana y crear un nuevo Estado Unitario Social de Derecho Plurinacional Comunitario, sin exclusiones ni racismo, digno, respetuoso de las libertades, donde los indígenas originarios, deberían conducir a la nueva nación por el camino que habían trazado los manes prehispánicos, los que veneraban a la Madre Tierra, en lo que definían como la era del Pachacutec. Sería el renacer de Bolivia.

No cabe la menor duda de que el MAS aprovechó el momento más oportuno para lanzar su discurso liberador. Había participado activamente en el derrocamiento de Sánchez de Lozada, lo había intentado también con el general Banzer, y a Carlos Mesa lo tuvo contra las cuerdas durante todo su gobierno. Los muertos de octubre del 2003 les cayeron como anillo al dedo a los llamados “movimientos sociales” que se entroncaron con el MAS para debilitar la democracia -“democracia pactada” la llamaban- y esperar su turno que tenía que llegarles pronto.

Pues bien, pasados los actos congresales de posesión y armado el Gabinete, se pudo notar que la administración revolucionaria no era tan indígena como se había anunciado, y que predominaba el cholaje. Eso del cholaje no significa, precisamente, que el Gabinete estuviera compuesto por mestizos, sino por cholos. Cholos blancoides, si nos atenemos a que, en este caso, el término de “cholo” tiene que ver más con la conducta del personaje que con su ascendencia o el color de su piel.

Pero igual, el hecho es que los nuevos dueños del poder, indios, cholos, mestizos, blanquiñosos, han armado una red de extorsión y de negocios tan grande que no sabemos qué hará S.E. para desmontarla. Resulta que quienes iban a liberar a Bolivia de los males de la corrupción resultaron ser unos maestros en el arte de robar, al extremo que la ciudadanía, temerosa de los funestos fiscales que obedecen al Gobierno -y que cobran o amenazan con cárcel- ha preferido mirar hacia otro lado y callar. Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que hoy se malversa muchísimo más que hace diez años y que nadie ejerce control sobre los dispendiosos gastos del Estado Plurinacional que ya llegan a dar vergüenza.

Todo es inauguración de obras, adquisición de bienes, gastos y lujos excesivos, regalos televisados, “cumbres” y fiestas. ¡Jauja! ¿Pero de dónde sale el dinero? Bueno, del gas la mayor parte. ¿Y será eterno este frenesí compulsivo de nuevo rico? ¿Continuarán las bendiciones gasíferas? ¿No nos han avisado acaso que las flatulencias de la Pachamama pueden no tener tanto efecto próximamente? ¿De dónde sacarán recursos los botarates que han superado todo lo previsible? ¿Cómo se dará gusto a multitudes masistas que se han acostumbrado a “vivir bien”?

Es muy probable que los indígenas fueran los menos pervertidos cuando se trataba del manejo de dineros del Estado. Posiblemente el “ama sua” (no seas ladrón), era una suerte de sagrado dogma aymara. Pero, claro, ellos no habían llegado al poder para ratificarlo. Hoy, cuando ocupan altas funciones oficiales, no podemos afirmar que aquel fundamento haya sido inviolable. A los indígenas los están maleando los políticos de toda la vida, los pícaros y cuerudos que nunca faltan, y que esta vez están dando fin con aquellas reservas humanas que según S.E. eran el mejor patrimonio que le quedaba a Bolivia.

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