El Diamante

Adela Zamudio


El Diamante dijo un día a sus hermanos: –No pueden alabar nuestro común origen, son mi vergüenza. Los que surten las lámparas y se arrastran en los fogones, les harán proclamar su parentesco con quien nacido en regiones privilegiadas es transportado en triunfo, de su cuna a los palacios a coronar frentes de sus soberanos. La negrura de ustedes y fetidez les denuncian, están mezclados con sustancias viles, y yo soy puro; desde la cuna, tan sólo me acompa-ñan el oro, la plata, los rubíes y otras piedras preciosas. Los sitios en que me digno habitar son bien contados y por buscarme el hombre, cruza mares y desciende a los abismos.

–Nosotros nos hallamos allá donde podemos serles útiles–dijo la Hulla–; proveemos a las necesidades de su industria y también a sus necesidades domésticas.

–Son despedazados por el hacha y luego cruje bajo su planta, continuó el Diamante. Aprendan de mí; soy el más duro de los cuerpos de la Naturaleza, nin-guno me raya y yo rayo a los más fuertes.

–Eres duro, pero frágil, observó el Grafito a media voz.

–¡El plebeyo cristal se enorgullece de semejarse a mí; el artificioso Estras que se introduce clandestinamente en el comercio cuando se afana por imitar mis reflejos! La Perla misma, con toda su belleza, jamás alcanza la preferencia cuan-do se atreve a competir conmigo. Si no salgo a lucir en paseos y festines, descanso muellemente en perfumadas cajas acolchadas de raso y terciopelo. Sin mí no hay fiesta aristocrática; yo comunico a esos saraos el brillo particular que los distingue. Al contemplar mis destellos, se realzan sus atractivos naturales, las bellas mujeres sonríen satisfechas ante el espejo, y muchas de las que no poseen, darían por mí algo más que la vida.

–Si, tu fomentas la vanidad femenina, no lo negamos, dijo el Grafito; eres el principal factor del lujo, que, en todo tiempo, fue el cáncer de la sociedad. Por ti son sacrificados honra e inocencia. Tu brillo engendra en el corazón del miserable, envidias y rencores que se resuelven crímenes. ¿Qué más has hecho desde que apareciste en el mundo? ¡Cuéntanos! Montar el eje de los relojes y cortar el vidrio; servicios bien insignificantes si se comparan a los males que has causado. Nosotros entretanto, nos consagramos a la industria y contri-buimos al progreso. Yo, porfiando hasta deshacerme contra la pizarra, grabo en la mente del niño caracteres que ilustran su inteligencia y guían su voluntad hacia el bien.

–Mi aliento impulsa el navío que con-duce las riquezas de la industria del uno al otro continente, dijo la Hulla, y empuja la locomotora que las arrastra a los confi-nes de la tierra. En las ciudades, combatí las tinieblas, hasta en las callejuelas más apartadas; fui el mejor auxiliar de la poli-cía; cuántos crímenes evité y cuántos fueron denunciados por los resplandores de una lámpara!

Aunque hoy se haya inventado un sis-tema de alumbrado superior al que yo proporcioné, los siglos venideros no olvi-darán los servicios que presté a la huma-nidad.

–Allá donde falta Hulla yo acudo a reemplazarla, dijo la Turba.

–Yo purifico el vino y los jarabes, agre-gó modestamente el Carbón animal.

–La quimera moderna, continuó el Gra-fito, ha desmentido tu decantada fortale-za; se te creía inatacable y resultas com-bustible como nosotros. ¿De qué pues enorgullecerse? ¿Cuáles son tus preemi-nencias? ¡Respóndenos!

El Diamante no tuvo qué responder, y la Hulla, el Grafito y los otros sonrieron y le volvieron las espaldas.

 
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