América CentraL: 15 de septiembre de 1842

Muere fusilado en San José Francisco Morazán

Carlos Valdivia L.


Francisco Morazán (1792-1842), estadista y militar hondureño, caudillo liberal, figura descollante en la lucha por la unidad de los países de América Central, creó la Confederación Centroamericana de la cual ejerció la presidencia en 1830-34, reelecto en 1835-39.
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Durante el período colonial América Central formó una sola entidad política, la Capitanía General de Guatemala, llamada también el Reino de Guatemala, que comprendía Nicaragua, Costa Rica, Honduras, El Salvador y Guatemala. El 15 de septiembre de 1821 esta provincia declaró su independencia de España, y la antigua unidad comenzó a resquebrajarse, por entonces en México era coronado como emperador Agustín de Iturbide, quien asumió la jurisdicción sobre América Central por un corto período (1822-23).

Al producirse la caída del efímero imperio mexicano, el Congreso proclamó la República, condenando al ex emperador a morir fusilado (1824). En tanto, el Congreso Centroamericano de 1823 había declarado la independencia política, tanto de España como de México, así del Antiguo como del Nuevo Mundo. El 1° de julio de 1823 se proclamó una “nación soberana” con el nombre de “Provincias Unidas del Centroamérica”. Fue el hon-dureño José Cecilio del Valle el promotor e inspirador de esta Confederación.

El 22 de noviembre de 1824, la Asamblea Nacional Constituyente promulgó la Constitución Federal de Centro América: una copia de la de los Estados Unidos, según declaraciones de la propia comi-sión redactora. Luego cada estado de la Federación proclamó la propia, siempre siguiendo el modelo norteamericano; salvo ligeras variantes. Durante un tiempo todo marchó bien: creció el comercio y la agricultura, se abrieron industrias textileras de lana y algodón, mejoraron las comunicaciones y había seguridad para los viajeros. Al producirse la primera re-novación de autoridades, las elecciones favorecieron a los liberales que pasaron a ser mayoría. Los conservadores o “ser-viles” de Guatemala como fueron denominados despectivamente por los liberales trataron de recuperar el poder y entonces no tardó en estallar la guerra civil.

La lucha desgarró al país durante tres años, desde 1826 hasta 1829, en la cual las relaciones entre Iglesia y Estado tam-bién se tensionaron. El 17 de enero de 1827, las tropas conservadores de Gua-temala invadieron Honduras. En la de-fensa de Tegucigalpa, capital de la provincia, salió la figura de mucho prestigio del general Francisco Morazán, nacido en esa ciudad el 3 de octubre de 1792, y presidente del Consejo Representativo de Honduras.

Ante esta situación, viendo en peligro el federalismo, Morazán salió a Nicara-gua donde reunió una pequeña fuerza con la que invadió Honduras. Tras derro-tar a los invasores en la batalla de Trini-dad (11 de noviembre de 1827) donde batió por completo al coronel Justo Milla, ocupó Tegucigalpa recuperando el po-der. Esta victoria le dio suficiente nom-bradía y los estados de Honduras y El Salvador lo comisionaron, en 1828, para defender la Federación de los caudillos separatistas.

Ocho meses después –diciembre de 1829 a enero de 1830– Morazán volvió a la campaña y batió a los caudillos en Opoteca, Ocote y Crucecitas. Por entonces comenzaban a circular rumores acerca de una posible invasión de Es-paña para recuperar sus colonias de Centro América.

En junio de 1830 Morazán fue electo presidente de la Federación Centroame-ricana, su principal preocupación fue el de luchar contra las distintas facciones políticas separatistas, alentadas por Gran Bretaña, fiel a su divisa: “Divide et impera”. Durante su administración, ante la crítica realidad económica y social, adoptó medidas concretas: habilitó puertos en el Pacífico para el comercio exterior, hizo instalar puestos aduaneros en la frontera con México para cobrar dere-chos de importación y exportación, impuso impuestos para fortalecer las exhaustas arcas del Estado. Dictó leyes para frenar la corrupción de los empleados estatales. Sin embargo las reformas de Morazán fueron resistidas por las autori-dades de El Salvador que pronto decla-raron guerra al gobierno central.

A principios de 1832, Morazán invadió la provincia rebelde y tras una serie de batallas derrotó a los separatistas en Jocoro y San Salvador, ocupó su capital. Declaró ilegítimas a las autoridades y condenó a los responsables a pagar los costos de la guerra. Tres años después –ya cumplido su período– la Asamblea lo reeligió presidente, ejercicio que inició el 14 de febrero de 1835, en mérito a su inquebrantable fe en el ideal de la unidad centroamericana. Entre 1835 y 1838 lo-gró estabilizar las instituciones y em-prender una serie de obras en beneficio de los cinco estados. Cuando ya se creía alejado para siempre el fantasma de la revolución separatista, se levantó en Guatemala el general Rafael Carrera, gobernaba allí Mariano Gálvez, quien in-tentó aplicar una serie de medidas pro-gresistas, como la ley del matrimonio civil y del divorcio y la libertad de testar que igualaba a los hijos ilegítimos con los legítimos en las herencias. Esto irritó a la clase conservadora que se agrupó alre-dedor del militar Rafael Carrera.

Las cosas empeoraron cuando los es-tados de Honduras y Nicaragua se sepa-raron de la Federación y atacaron a El Salvador. Este pequeño país llamó en su defensa al general Morazán, quien logró derrotar a los aliados en los campos de Jiboa y Espíritu Santo. Para premiar dig-namente esta hazaña libertadora, El Sal-vador lo reconoció como su jefe de Es-tado y en tal condición enfrentó al ejército separatista del general Ferrera el 25 de septiembre de 1839, en San Pedro de Perulapán y lo derrotó.

Estaba por afianzar la unidad centro-americana, sólo quedaba un enemigo por vencer: el general Carrera, dueño de Guatemala y acérrimo partidario del se-paratismo.

A principios de marzo de 1840, el gene-ral Morazán tenía un ejército de 1.500 salvadoreños, se puso al frente y marchó a Guatemala. El día 18 entró en la ciudad capital y enastó en el palacio de gobierno la enseña de la Federación. Al día si-guiente se presentó el general Carrera con 5.000 soldados, tras una batalla de 23 horas, tal vez una de las más importantes libradas en América Central, Morazán rompió el cerco y se embarcó rumbo al exilio.

Era la primera vez que dejaba el escena-rio de lucha, vencido, eso sí, por una fuer-za superior en número y en armas. El 5 de abril, en compañía de 35 de sus más lea-les compañeros, Morazán se embarcó hacia Sudamérica, donde iba a residir dos años, la mayor parte en el Perú, soñando siempre con reestablecer la unidad centro-americana.

El 7 de abril de 1842, el general Morazán y un grupo de sus amigos desembarcaron en Costa Rica, y con refuerzos avanzaron hacia San José. Tres meses después –15 de julio– la legislatura lo aclamó como Li-bertador de Costa Rica y jefe de gobierno. Una vez más había restablecido con las cinco naciones la República Federal Cen-troamericana. Sin embargo, sus enemi-gos, partidarios del separatismo, se alza-ron en armas en Alajuela y el 11 de sep- tiembre una columna de cuatrocientos insurrectos cercaron, en la plaza de San José, a los 40 salvadoreños que formaban la guardia de honor. Morazán junto con sus jefes: Cabañas, Vigil, Lazo, Villaseñor y con un refuerzo de cien costarricenses de-fendieron la plaza durante tres dramáticos días de combate. Los atacantes, a su vez crecieron en número y el día 13 sumaban 5.000.

Morazán veía con profundo dolor como caían sus hombres, él mismo estaba heri-do de bala en la cara. Al alba del día 14 con dos de sus compañeros logró romper el cerco tomando camino a Cartago. Ago-biado por el cansancio y el hambre buscó refugio en casa de su antiguo amigo Pedro Mayorga, quien olvidando esa vieja amis-tad lo traicionó. Esa misma noche el capi-tán Orozco con un piquete de soldados, sigilosamente llevado a la finca, lo prendió y le puso grillos ante la sorpresa de sus compañeros de fuga.

Saravia, su leal compañero no pudo resistir la horrenda escena de ver a su ge-neral engrillado y logró ingerir un poderoso veneno que tenía escondido en su sortija que lo dejó sin vida.

Al día siguiente –15 de septiembre de 1842, Morazán llegaba prisionero a San José, inmediatamente se dictaminó su suerte, muerte en el paredón. Junto a su compañero Villaseñor son conducidos a un lugar llamado “Los Almacenes”, Morazán manda llamar a su hijo y le dicta un testa-mento. A las seis de la tarde un pelotón viene a buscarlo, está con él don Diego Carranza, uno de sus más encarnizados enemigos, le ofrece el brazo; el caudillo lo rechaza: “Ni he de huir, ni me falta valor para llegar al patíbulo”.

Ya en el lugar de la ejecución Morazán alza la voz y ante la mirada atónita de los concurrentes, él mismo ordena la ejecu-ción. Descubre su pecho, señala su cora-zón, manda preparar las armas, ordena corregir la puntería y. . . ¡Fuego! el general cae, se acerca un oficial y dispara el tiro de gracia. . . De esta manera desapareció el más grande de los patriotas centroameri-canos, junto con él la Federación, un ideal que trató de consolidar, pero fue bastante difícil y utópica que la que tuvo que em-prender Bolívar en Sudamérica.

EL TESTAMENTO DE MORAZÁN

“Declaro que todos mis bienes que po-seía, míos y de mi esposa, los he gastado en dar un Gobierno de leyes a Costa Rica. . . no he merecido la muerte, porque no he cometido más falta que dar libertad y procurar la paz de la República. . . mi muerte es un asesinato, tanto más agra-vante, porque no se me ha juzgado ni oído. . . no tengo enemigos, ni el menor rencor llevo al sepulcro contra mis asesinos. . . los perdono, y les deseo el mayor bien posible. . .”

 
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