[Harold Olmos]

Registro

En la huella argentina


El triunfo de Mauricio Macri el domingo pasado ha generado una preocupación manifiesta en los regímenes y corrientes del Siglo XXI en América del Sur. Una mirada a los registros informativos de los días más recientes confirma la idea y exhibe los esfuerzos para hacer creer que no es así y que los que deberían preocuparse son los ganadores y los que con ellos simpatizan.

No habían transcurrido dos días cuando surgía el instinto de supervivencia entre los líderes de la corriente que se va. La presidente saliente argentina rompía el silencio tras la victoria de Macri y anunciaba batallas para prevenir cualquier cambio que pretendiese eclipsar lo que hizo su gobierno en 12 de ejercicio. Gestos y entonación eran los de presidente entrante o de candidato en los últimos días de campaña. En seguida le llovieron críticas que la apuntaban como mala perdedora. Macri le respondió que el país que alardeaba no era el que en la realidad le estaba dejando y le aconsejó tomarse un descanso.

El nuevo gobierno se prepara para descubrir realidades que bajo el gobierno saliente fueron un misterio: inflación real y reservas internacionales en el banco central, piezas informativas sin las cuales es imposible conocer el estado real de la economía y planificar. Los datos que guardan las instituciones financieras oficiales vecinas son una caja de sorpresas.

Lo que ocurre estos días parece una repetición de la historia con tintes más dramáticos. Hace 35 años, el socialcristiano venezolano Luis Herrera desconcertó al socialdemócrata Carlos Andrés Pérez, quien le entregaba el mando alardeando los años de su gobierno, marcados por gastos a manos llenas y endeudamiento externo masivo. “Recibo un país hipotecado”, anunció Herrera ante la ceremonia con representantes de casi todo el mundo. El peso de la herencia se hizo sentir a lo largo de todo el gobierno socialcristiano.

En Bolivia, el presidente Morales, que había expresado sus preferencias por el candidato perdedor Daniel Scioli y vaticinado que “habrá problemas” si ganaba Macri (ningún presidente simpatizante fue tan lejos), dirigió una carta de ocho líneas al vencedor. Habría valido la pena pasar la misiva por una prueba de calidad de la sintaxis, que comprobaría fallas quizá admisibles en el lenguaje oral y coloquial pero no en el escrito.

Las informaciones de esta semana dejan claro que Bolivia no logrará de Argentina las concesiones que tuvo bajo el gobierno que se va. El vecino ahora se propone, a lo más, pagar el precio internacional, inferior al que le factura Bolivia. Es difícil no suponer que el nuevo ambiente que guiará la relación bilateral ha sido atizado por las declaraciones del Presidente y de Vicepresidente, disconformes con la elección del nuevo líder argentino. Todo esto ocurre cuando asoma una nueva negociación para renovar el contrato de aprovisionamiento de gas a Brasil.

Luce muy distante el momento en que Luiz Inácio Lula da Silva planteó ayudar a Bolivia para superar el rezago que llevaba respecto a otras naciones del continente. “Queremos un vecindario próspero”, dijo Lula, al subrayar que Bolivia requería de ayuda de sus vecinos mayores. Fue un gesto que pocos dudarían de calificar como noble. En ese marco podrían colocarse los acuerdos y precios para el gas natural que Bolivia vende a sus dos vecinos.

A la vuelta de la esquina están las elecciones legislativas en Venezuela, para Bolivia tanto o más representativas que las de Argentina. Un triunfo opositor -ninguna encuesta vaticina lo contrario- cerraría los costados al gobierno boliviano. Con el gobierno de Dilma Rousseff encapsulado por escándalos que lo amenazan y agravan la inercia de su economía, Brasil carecería de un salvavidas de porte para lanzar a su vecino. Una derrota de Maduro equivaldría al derrumbe del Muro de Berlín que poco después precipitó la disolución del socialismo real que presidía de la Unión Soviética hace un cuarto de siglo.

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