La lucha contra la contaminación es un asunto serio

Milagros Pérez Oliva

Uno de los problemas de la contaminación ambiental es lo insidioso de sus efectos. Salvo aquellas personas que tienen asma o problemas respiratorios, los demás apenas notan que esté ahí. Ni siquiera cuando la “boina” que cubre las metrópolis se hace tan densa que no se distingue los coches de la calle desde las torres altas, como ocurre en Pekín, o no deja ver el horizonte, como ocurre en Madrid, la ciudadanía tiene conciencia del peligro que eso representa.

Y sin embargo, si supieran realmente cómo va carcomiendo su salud, serían mucho más exigentes y apremiarían a las autoridades para tomar medidas. Si la contaminación causara picores, en lugar de protestar por las dificultades de circular a causa de las restricciones de tráfico exigiríamos con vehemencia medidas que la redujeran. Pero la polución no pica. Simplemente va ensuciando nuestros pulmones y nuestras arterias, de manera que una parte importante de las muertes por enfermedades respiratorias y cardiovasculares son muertes prematuras a causa de la contaminación.

No son especulaciones. La relación entre contaminantes ambientales y mortalidad prematura está bien establecida desde el punto de vista científico. Desde que en 2007 se publicaron los estudios de Arden Pope, que seguía desde 1982 la evolución de la salud de un millón de adultos de Estados Unidos, son numerosos y muy concluyentes los estudios que demuestran una relación directa entre la contaminación ambiental y la aparición o agravamiento de enfermedades.

El aumento de CO2, NO2, ozono y partículas finas en el aire no solo agrava la situación de personas con enfermedades previas, como asma o enfermedad obstructiva crónica (causada en muchos casos por el tabaco), sino que incrementa de forma significativa el riesgo de padecer una enfermedad pulmonar, incluido cáncer de pulmón, o de morir por un infarto o un ictus. De hecho, algunos estudios han constatado un aumento súbito de la mortalidad por accidentes cardiovasculares coincidiendo con episodios de alta contaminación.

La Agencia Europea de Medio Ambiente estima que la contaminación atmosférica causa en España 27.000 muertes prematuras al año. Ciudades como Madrid o Barcelona superan con frecuencia los umbrales de contaminación que la OMS considera graves para la salud. Y sin embargo, cuando quieren adoptar medidas, chocan con la incomprensión de la población. El asunto es muy serio, pero acaba imponiéndose la dinámica de la comodidad y la inercia de un modelo basado en el uso intensivo del coche privado. Si en los paneles de tráfico figuraran los niveles de contaminación y las estadísticas de mortalidad atribuida a la polución, tal vez muchos conductores acabarían tomando conciencia del daño que provocan desplazándose en coche privado cuando podrían hacerlo en transporte público.

En todo caso, además de las restricciones para reducir los niveles de contaminación en episodios puntuales, los gobernantes deben abordar planes estructurales para evitar que esos episodios se produzcan. No es fácil y seguramente no recibirán el aplauso inmediato, pero han de hacerlo sin demora.

La autora es periodista.

ccs@solidarios.org.es

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