Anécdotas de mi tierra

Yuri Mirko Ríos Madariaga


El Sica Sica y el Churuquella, los cerros custodios de la ciudad de Sucre vistos desde la plaza 25 de Mayo. El campanario de la Catedral Metropolitana aparece en primer plano.
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El Mercado Central de Sucre es el rincón ideal para “desayunar” un mondongo como solo sus caseritas saben hacerlo, con esa sazón especial. “En lugar del mote ¿me puedes servir con esos fideítos?”, le pregunté señalando a las gordas, relucientes y sabrosas masas moldeadas que exhalaban vapor dentro de una olla de aluminio y que estaban listas para acompañar otro plato. Contra todo pronóstico, la señora no se hizo problema y sonriente accedió a mi pedido, por cerca de media hora me sentí un adulterador del popular mondongo. De esa manera, con esa inusitada reforma culinaria comenzaba mi paseo por la ciudad del Sica Sica y el Churuquella.

Muchas casas-museo al igual que el Castillo de La Glorieta permanecían cerrados, “vaya, que pérdida de tiempo”, me dije, y eso es precisamente lo malo cuando uno dispone solo de feriados y fines de se-mana para hacer turismo por las ciudades del país, todos o casi todos los puntos histórico-culturales se encuentran cerra-dos. Una vez inocentemente le proporcioné una sugerencia a la encargada de algún renombrado museo de Potosí: “podrían abrir los fines de semana para generar no solo más recursos económicos sino también para que el visitante se sienta satis-fecho”. Dejó de hacer lo que hacía, clavó su mirada en la mía e inmediatamente recibí una reprimenda que me dejó calladito y escarmentado: “señor y con qué personal cree que atenderemos los sábados y domingos….tenemos muchas cosas que hacer ¡no somos autómatas!”, recuperado del “shock” supuse que la furibunda “doñita” habría tenido un pésimo día como para estrellarse contra mi humanidad.

Pero en la Ciudad Blanca, sí es posible encontrar un complejo (parque-museo-farallón) que todo el tiempo está abierto al público (en sus horarios), y seré sincero, no me canso de visitarlo y cuando digo que no me canso de visitarlo es la pura verdad, creo que me convertí en uno de sus adep-tos...

El “Parque Cretácico Municipal FANCE-SA” deslumbra merced a su diseño original, realzado por la presencia de reproducciones en tamaño real de reptiles extintos hace 65 millones de años, solo por nombrar algunos, allí encontramos al dócil iguanodonte, al feroz tiranosaurio rex o al formidable titanosaurio. Sin temor a ser amonestados podemos tomarnos cuantas fotografías deseemos y si quisiéramos llevarnos algún recuerdito, no tenemos de qué preocuparnos, pues vasos, llaveros, gorras, poleras, revistas y un larguísimo etcétera, están a nuestra disposición. Algo para destacar es que también ofrece una vista espectacular del valle circundante y del propio farallón de Cal Orck'o situado al frente. El Parque Cretácico distante a cinco kilómetros del casco viejo, al final de la avenida Marcelo Quiroga Santa Cruz (camino a Cochabamba), siempre tiene un espacio reservado para cualquiera de nosotros.

En Cal Orck'o (cerro de cal) están grabadas las huellas de todos los dinosaurios que una vez habitaron en Sudamérica (saurisquios y ornitisquios), constituyéndose en el yacimiento de huellas de dinosaurio más extenso del mundo. “Por favor quienes quieran bajar hasta la base del farallón hagan una sola fila”, primero en castellano y luego en inglés, el guía hacía esa fantástica proposición cuando el sol es-taba en su cénit, era un sueño hecho realidad. Junto a muchos gringuitos y algunos paisanos (todos protegidos con cascos), por una senda zigzagueante descendimos para ver más de cerca a las huellas. “Buscamos financia-miento para impermeabilizar todo el farallón, pero hasta ahora solo tuvimos un éxito parcial”, dijo algo apenado el guía, después señaló la huella de un saurópodo (cuello largo) para compararla con las de un ornitópodo (pico de pato) y un terópodo (carnívoro).

Llegar a la puerta de ingreso de este complejo (un pedacito de prehistoria enclavado en el corazón de Bolivia) es bastante fácil, solo hay que subir al micro “4” que cortésmente de “yapa” nos lleva de paseo por la zona del estadio y del mercado Campesino, si lo “pillamos” en su andar por el centro histórico.

Para ponerle punto final a este periplo, ya de regreso a mi Chuquiago Marka, por azares del destino tenía que hacer el mismo viaje pero a la inversa y por vía aérea (Santa Cruz-Cochabamba-La Paz), hubiera sido el “cherry” que coronaría a la torta, pero (siempre hay un pero de por medio) una conocidísima lí-nea aérea que dizque opera solo con ¡tres aviones! para cubrir todas sus rutas nacionales y está a punto de hacer su cambio a empresa pública, me hizo una mala jugada, y lo que es peor a ¡última hora!

“Señor le llamamos varias veces para avisarle el cambio de horario y su celular estaba apagado, siempre les avisa-mos con un día de anticipación”, escuchaba estupefacto todas las mentiritas que la encargada me decía. “No me han llamado, solo he recibido llamadas de mi familia”, ante la seguidilla de mentiras, a-gregué ya un poco enfadado (mi lado poco conocido y el que menos me agrada), “y como que-ría que vuelva rápido si en ese preciso momento estaba en Tarabuco…”. Una solución tenía que surgir a esa ines-perada situación que iba consumiendo el tiempo poco a poco, y ésta al final después de mucho revuelo salió como una luz pero no tan radiante (en realidad yo fui él que la tomó), consistía en retornar en el último vuelo disponible, pero en otra empresa y solo a la Llajta por increíble que parezca, allí también a falta de pasajes tanto aéreos como terrestres de milagro encontré un re-

Viene de la página 10.

coveco “sui géneris” en una flota medio destartalada.

“Hijito ¿ya has llegado? ¿dónde estás?”, “estoy de nuevo en “Cocha”, ocurrió un percance que cambió lo programado….”, y empecé a relatarle a mi mamá todo el con-tratiempo mientras hacía hora comiendo otro silpanchito, esta vez en la Aroma. “Más o menos llegaré a las cinco de la mañana, por favor no tranquen la puerta”, le acoté antes de despedirme.

Al lado de un chofer cascarrabias que terminó confinándome (en Quillacollo) a un asiento improvisado en la cola del bus, experimenté uno de los viajes más incó-modos que haya tenido en mi vida. “A nada”, me dije. No era el retorno que había planificado, pero estaba sano y salvo listo para empezar una nueva jornada, a Dios gracias…. y colorín colorado este cuento se ha acabado.

 
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