[Manfredo Kempff]

Los “Tauras” del carnaval


Dentro de una semana estaremos en pleno festejo carnavalero, olvidada la política y las deudas, aunque algunos, lamentablemente, estarán maltratados por sus esposas que, justamente ahora, hacen memoria de espirituosas carnestolendas pasadas. Ese es el ánimo del carnaval cruceño: al tacho con los políticos que nos abruman todo el año, adiós a los cobradores que importunan cuando cada billete de cien vale oro, y a negociar con la jefa de la casa para que nos dé permiso, prometiendo no beber hasta caernos ni enloquecer detrás de las peladas. Y ojo que los “Tauras” no somos cuarentones ni mucho menos como para causar terror. Además, ellas saben perfectamente de lo que podemos hacer o no.

Somos, dizque, los más viejos del carnaval, pero eso es falso, somos los más antiguos, los más añejos, los de mayor solera. Somos los rojinegros de la tradición. ¿Hay viejos entre los “Tauras”? Claro que los hay y a mucha honra. Pero somos viejos “recauchetados”, aptos para todo trote. Además tenemos a los mejores médicos de Santa Cruz en nuestras filas, por si acaso. Algunos de los nuestros llegaron a sobrepasar los 100 años carnavaleando en serio, como don Roque Landívar, que a su edad cantaba y recitaba versos sin vacilar. Hay otros cofrades que son jóvenes, que son la renovación de la sangre, que seguirán nuestra senda y la de nuestros padres. Porque nuestros padres fueron “Tauras” hace setenta años, en 1948, cuando el nombre de “Tauras” recién se impuso. Eran muchachos de la trulla de los “Plus Ultra” y los “Milongueros”, amigos de toda la vida, que confluyeron finalmente en una sola comparsa.

Desde aquellos tiempos y mucho antes el carnaval ha sido la gran fiesta cruceña, cuando el corso se realizaba alrededor de la plaza, hubiera barro o arenal, y las reinas, siempre hermosas con flores en sus cabelleras, hacían el recorrido seguramente que en carretón, con taris, tutumas y jasayeses al viento -eso no lo vi- o subidas en los heroicos Willys y en camiones cañeros engalanados de ramos coloridos y serpentinas. No es ninguna novedad porque el carnaval es la gran fiesta boliviana, pero el cruceño, inconforme con escasos cuatro días de jolgorio, sabe alargarla.

Hoy con las “precas” se amplía la fiesta y hasta no hace mucho con diez noches de mascaritas que eran una delicia total pero que provocaba catástrofes familiares. Es una pena enorme pero ya no hay máscaras. Tampoco ya hay tanta necesidad de esconderse. Desaparecieron las bellas de vocecitas fingidas y pantalones ajustados. Sólo el misterio de sus ojos se podía adivinar, mientras carcomía la ansiedad de oír una palabrita cálida, que significaba la vida. Pasó su tiempo, que fue divertido, palpitante, lúbrico, ¡célebre!, y si ahora se ve alguna fiesta de máscaras es cosa rara, ya no es lo mismo. ¿Volverán las mascaritas algún día?

Las bandas siempre fueron el alma del carnaval. Sin banda no hay chiste. El redoble del tambor y el sonido de las trompetas desatan el entusiasmo de la gente. La banda cruceña es algo excitante. Todas las bandas son bellas, pero es nuestro ambiente comparsero el que exalta y provoca estímulos que enardecen. La costumbre fue que una banda siempre acompañara a la comparsa durante todos los años y durante todos los días del carnaval. Hoy cada año tenemos una distinta. Con tantas comparsas parece que las bandas no dan abasto. En todo caso no todas tocan al ritmo del carnaval. Actualmente falta un no sé qué a nuestras bandas. Salvo que hayamos tenido poca suerte y que otros tengan bandas como la de Zoilo, Pan de Arroz, Cara e Palo, Perucho y otros. Entonces no éramos más de treinta o cuarenta comparsas pero la tronadera era pareja. Así esperamos que sea a partir del sábado.

Los “Tauras” estamos afilados. Tenemos algunas bajas pero hasta el corso estarán firmes como palo de cuchi. A nuestro querido Toti lo seguimos esperando y sabemos que volverá a saltar con nosotros. Es cosa de tiempo y a los “Tauras” es algo que todavía nos sobra.

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