[Harold Olmos]

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Días que dejan rastro


Entre las lecciones que trajo el 21 de febrero para el país está el reconocimiento oficial del poder de las redes sociales de comunicación electrónica para influir sobre corrientes y decisiones políticas. El gobierno boliviano ha sido quizá el último en percibir la fuerza de esos medios, cuya relevancia política alcanzó el cénit hace cuatro años, en la “Primavera Árabe”, el movimiento que cundió en millones de jóvenes árabes que entendieron que desde sus teléfonos celulares podían intercambiar mensajes, convocarse y reorientar la brújula política de sus países. Una chispa al parecer insignificante incendió la conflagración: la brutalidad de la policía al desalojar a un vendedor ambulante de frutas que defendía su instrumento de trabajo, quien, en protesta, se prendió fuego y murió días después. Poco tiempo después se despeñaban el gobierno de Túnez y de otros a su alrededor.

En el continente sudamericano, el descubrimiento de la capacidad de convocarse a través de los teléfonos celulares fue el gatillo para las manifestaciones masivas de 2014 en Brasil, antes del Mundial de Fútbol de ese año. Fueron la primera tarjeta amarilla al gobierno de Dilma Rousseff sobre el descontento en la sociedad brasileña con sus autoridades políticas. La extensión y la magnitud de las protestas sorprendieron al gobierno, sin capacidad efectiva para apaciguar los clamores populares.

Los medios sociales también contribuyeron de manera decisiva a que el oficialismo perdiera por goleada las elecciones del 6 de diciembre pasado en Venezuela. La sociedad venezolana se manifestó en masa, exasperada con la escasez, la inflación, el desempleo, la delincuencia y la represión, y otorgó a la oposición dos tercios de la Asamblea Nacional ahora empeñada en desalojar a Nicolás Maduro de la presidencia. En Argentina el papel de la comunicación electrónica no fue menor en la derrota del peronismo que personificaba Cristina Kirchner.

Al atribuir a las redes sociales en forma genérica al menos parte de su derrota en el referéndum de febrero, el gobierno anunció su propósito de incorporar el uso de la comunicación electrónica entre las materias de enseñanza en las escuelas, inclusive la preparación de mensajes y texto vía Twitter y Facebook. Las propuestas, que incluían un diseño legal preparado por las federaciones de productores de coca del Chapare, fueron recibidas con escepticismo por los especialistas. Sería como enseñar a encender la luz de un apartamento. A partir de ahí todo es posible, incluso encender la computadora o aprender el ABC. Pero de ahí a escribir una carta o un poema hay un océano de distancia. Y quizás bastante más. Uno de los valores adicionales de ese esfuerzo podría ser el uso del lenguaje, aprender a escribir con gramática mínima, uso de la S y no de Z, de la C y no de la S, de la V y no de la B, todo bajo una redacción correcta, con sujeto, verbo y predicado en cada oración completa.

Lo ocurrido durante estas semanas ha sido una señal para detectar por dónde marcha la generación de informaciones en Bolivia. Una buena tajada está en los pequeños dispositivos de los que al menos dos tercios de la población boliviana son usuarios incondicionales. No es difícil imaginar el futuro. Es una carrera sin tregua y, a menos que los medios, en especial los escritos, refuercen la información y los programas que ofrecen al público, estarán en camino irreversible al ocaso. Los medios escritos no pueden limitarse a reproducir, a menudo con graves limitaciones, lo que ya dijo la TV o, aún antes, lo que ya se conoce por los mensajes que circulan en las redes. Ahora aún más que antes, están compelidos a ofrecer información más rigurosa, más amplia y con mayor profundidad y contexto.

Los grandes periódicos del mundo están en esa nueva lucha hace más de una década y, a pesar de exponer con frecuencia lo mejor de sus capacidades, apenas logran controlar el oleaje causado por la era digital. Y eso que, cuando analizan los grandes debates en una sociedad, suelen ofrecer a los lectores análisis precisos, compactos, rigurosos y bien elaborados que muy pocos internautas serían capaces de producir bajo las limitaciones de tiempo y espacio de los medios escritos.

Es difícil no reconocer que para los periodistas los retos de estos tiempos son de los más grandes en las últimas generaciones.

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