[Manfredo Kempff]

Nuestro vecino, Brasil


Quiera Dios que sepamos cuidar como se debe nuestras relaciones con Brasil, ahora que la señora Dilma Rousseff ha sido suspendida de sus altas funciones y que, mientras dure la investigación a la que está sometida, quedará a cargo de la presidencia Michel Temer, con posibilidades de permanecer en Planalto hasta fines del 2018, dependiendo del resultado del “impeachment”.

El malestar que causó en el gobierno nacional el relevo presuntamente temporal de la presidenta Rousseff, ha sido muy grande, tanto como lo fue en Cuba, Venezuela, Ecuador, Nicaragua, y otras naciones de la alicaída ALBA. Casi todos los gobiernos del ALBA calificaron, en mayor o menor medida, como “golpe” la destitución de Rousseff, algunos utilizando términos durísimos contra el nuevo mandatario brasileño y los parlamentarios que votaron por el “impeachment”. No obstante, el procedimiento no se apartó de la Constitución, por lo que de hecho el gobierno de Temer obtuvo el reconocimiento internacional, así fuera de mala gana en algunos casos.

Bolivia no debería ir más allá de lo prudente en sus declaraciones de repudio a la nueva situación. Brasil es demasiado importante en nuestras relaciones como para que S.E. aparezca ahora de gran defensor de la institucionalidad y en ese afán trate de hostilizar a una administración que tiene perfectamente trazadas sus líneas de acción y que en el campo internacional realizará cambios drásticos, como ha anunciado el nuevo canciller José Serra. Serra no es amigo de los populismos que todavía subsisten, y especialmente con Bolivia tiene diferencias que vienen de hace años y que tienen que ver esencialmente con el narcotráfico. José Serra será riguroso para detener el tráfico de drogas de Bolivia a Brasil y su accionar puede ser mucho más contundente que las leyes aprobadas en el Congreso norteamericano contra la producción de coca en el Chapare, porque Brasil es la nación que más padece de la plaga de la cocaína boliviana y el propio Serra ya deploraba este tráfico fronterizo calificándolo como la “autopista de la cocaína”.

Para el gobierno boliviano no ha podido existir peor situación que ver a Dilma Rousseff investigada y suspendida en sus funciones, porque, al margen de perder a un aliado poderoso como Brasil, se suma el antecedente de un “impeachment” contundente, que si bien no es una modalidad utilizada en Bolivia, causa escozor porque se lo puede aplicar de manera distinta pero constitucional, mediante el referéndum revocatorio. Que el “kirchnerismo” argentino haya tenido que marcharse, además del “petismo” brasileño, significa un contraste muy duro para el “masismo”, peor si las horas de la Revolución Bolivariana están contadas, aparentemente, en Venezuela. Es indudable que sólo una miopía muy grande permitiría no ver que el Socialismo del Siglo XXI ha llegado a su final y que se vislumbran cambios hacia posiciones más moderadas en Sudamérica.

Bolivia está en una posición internacionalmente incómoda en estos momentos, lo que requiere de una hábil diplomacia para contrarrestar lo que se le presenta sobre el tablero. Se necesita, naturalmente, de una diplomacia que no esté sometida a la decisión absoluta de S.E. ni de sus ideólogos más cercanos, porque de lo contrario nada se podría esperar. Este Gobierno se ha caracterizado porque, en materia internacional, una cosa se dice en el Palacio y otra en la Cancillería, donde, claro, finalmente se impone el criterio palaciego. Lo grave es que precisamente cuando nuestro país ingresa al MERCOSUR nos encontramos con que los brasileños de nuevo cuño -posiblemente también los argentinos- están decididos a dar un golpe de timón al grupo regional, e Itamaraty se muestra tentada a que MERCOSUR se expanda abiertamente con acuerdos bilaterales de libre comercio que podrían materializarse, por ejemplo, con la Unión Europea. ¿Qué hará Bolivia en esas circunstancias?

En suma, nuestro poderoso vecino está dispuesto a hacer muchos cambios en política internacional y derechos humanos y Bolivia se verá en la necesidad de no dejarse arrasar. Tendrá que acomodarse inteligentemente a la nueva situación. Los abrazos estruendosos, las manos entrelazadas en alto, los discursos grandilocuentes, van a dar paso a encuentros más sobrios y efectivos, sin Chávez, Lula, Cristina Kirchner, Dilma Rousseff, y seguramente sin Maduro. Si el frente con Estados Unidos se complica día a día y sabemos que no vamos a conseguir nada en el Caribe, entonces hay que bajar el tono de las protestas en favor de la “hermana” Dilma y ponerse en la realidad.

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