[Isabel Velasco]

La fiesta de San Juan


La tradicional “fiesta de San Juan”, ahora reducida a una “clandestina” fogata, con cohetillos, hot dogs y ponches, fue antaño un verdadero acontecimiento lleno de creencias y supersticiones.

Antiguamente en los poblados españoles más importantes las fogatas de San Juan se las encendía en la noche de la víspera del 24 de junio en la plaza de la iglesia principal.

Transportada la tradición a nuestra América, en la ciudad de La Paz durante los primeros años de la República se estilaba quemar un árbol entero, del cual se colgaba un saco “lleno de gatos” condenados a perecer en las llamas y cuyos desesperados gritos estaban destinados a espantar a los malos espíritus, esta costumbre fue posteriormente prohibida por su crueldad.

Antiguamente la fogata no constituía la única manifestación característica de la fiesta, lo verdaderamente tradicional era la “cruz” que la gente hacía bendecir en las iglesias en la mañana del 24 de junio. Fabricada con hierbas aromáticas y medicinales, esta “Cruz de San Juan” era colocada en el dintel de la puerta principal de las casas.

De España llegó el uso de los cohetillos y petardos, y la fiesta bailable, más conocida como “Verbena de San Juan”, fue celebrada desde “siempre” por el frío tan intenso que los “chucutas” sufrimos la noche del 23 de junio, noche conocida también como “la más fría del año”. Esta tradición tan paceñisima fue adoptada como costumbre netamente de la ciudad del Illimani.

Los jóvenes de antaño preparaban la Verbena de San Juan con entusiasmo, conseguían leños, troncos y ramas de árboles secos, muebles usados, cohetillos, luces de bengala, decoraban las casas con “cadenillas”, “lazos de amor” y “farolitos”. Era así que la ciudad presentaba un cuadro de colorido y alegría.

Aunque parezca increíble, antiguamente en San Juan se jugaba con agua, recordando a San Juan Bautista, quien fue el primero que bautizó con ese líquido. Era una especie de carnaval en las calles, los jóvenes y niños se divertían mojándose y cantando: “yo te bautizo con agua de chorizo, para que no seas liso”.

Al calor de las fogatas, nunca faltaron los buenos “ponches de guinda con clavo y canela”, los más refinados hasta tenían nuez moscada, preparados con pisco de Moquegua, los “ponches” de canela, los deliciosos “sucumbes y los té con tés.

San Juan fue también una “buena noche para el galanteo”, al crepitar de los leños se intercambiaba miradas y “caramelos de amor”. Estos dulces traían en su envoltura mensajes amorosos: “Te quiero”, “Dame una respuesta”, “Que no sepa tu papá”. Otros llevaban inscritos pequeñas estrofas de versos.

Cuentan los abuelos que en las “noches de San Juan” de La Paz antigua, la que extrañamos todos, los niños avivaban las fogatas, los jovencitos y gualaychos saltaban por el fuego y se hacía competencias, no faltaba el baile ni el canto.

Muchos animaban con guitarras y acordeones y en todo el barrio se hacía una enorme cadena de amistad y armonía. Ya pasadas las horas, al rayar el alba en ese frío intenso, como en medio de nubes de humo dicen, aparecían los “llaucheros” con ponchos, chalinas y lluchus con largas orejas. Encima de este gorro un rodete hecho de tiras de trapos, para sostener sus cajones especiales, los cuales mantenían brasas ardiendo para mantener calientes las sabrosas llauchas que todos compraban, no sin antes comprobar la cantidad de queso que éstas tenían en su caldoso contenido.

Al día siguiente de esta hermosa celebración, el cielo paceño se presentaba oscuro y opacado por el humo de todas las fogatas, la ciudad tenía un aspecto tétrico y lúgubre. La luz del sol, eclipsada por una neblina rojiza, hacía que el día se prepare para augurios, presagios y amuletos.

Efectivamente, el 24 de junio era el día de las suertes, en todas las casas se leía el “Oráculo de Napoleón” o el “Libro de los Destinos” traducido de un antiguo manuscrito egipcio perteneciente a Napoleón Bonaparte. Mientras la ciudad se llenaba de suerteros, yatiris y astrólogos que vaticinaban buenos o malos tiempos, en los zaguanes y patios de aquellas casonas de antaño se hacía derretir plomo, el mismo que expuesto al fuego se retorcía formando caprichosas formas, luego ya endurecido y mirando sus formas se interpretaba la suerte y el futuro.

La fiesta de San Juan es parte de la tradición de la ciudad de La Paz, aún se la celebra con variantes muy peculiares y modernos, sin embargo los recuerdos de las familias netamente paceñas no dejan que esto forme parte del pasado y seguramente la recuerdan con nostalgia, transmitiendo en sus conversaciones tan lindas costumbres de nuestro pasado y así abren el cofre de los recuerdos a fin de que fiestas tan pintorescas permanezcan en nuestra memoria e historia.

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