Recuerdos del valle

“Estoy muy solo y triste acá en este mundo abandonado. Tengo una idea, es la de irme al lugar que yo más quiera. Me falta algo para ir, pues caminando yo no puedo. Construiré una balsa y me iré a naufragar”, dice parte de la letra de “La Balsa”, el exitazo lanzado por “Los Gatos” en 1967 con la voz de Litto Nebbia. Es considerado el tema fundador del rock argentino y uno de los más emblemáticos del rock en castellano. Fue inspirado en plena dictadura militar de la que en ese entonces, nuestro país y muchos otros de Latinoamérica no eran ajenos. Es-to parecería respaldar la hipótesis de que la mejor música siempre se hizo en tiempos de opresión, pues avivaría la inspiración humana. Pero ¿a qué viene todo es-to? Cerca de las once de la mañana de un día soleado de junio, un jovencito de no más de veinte años con una pinta algo estrafalaria, subió al minibús que se dirigiría al Santuario de Melga. Se acomodó detrás del asiento del chofer, sacó sus audífonos de su mochila y puso uno de sus cables al oído derecho, activó su celular (aunque creo que era más que solo eso, por su enormidad), en un santiamén buscó la lista de reproducción y de pronto ¡qué sorpresa!, como si el mundo se detuviera. ¡Qué “temón”! Al principio pensé que me torturaría con cumbias-huayños o con “reguetoncitos”, esos de letras y bailes desequi-librados (con el respeto que se merecen todos los que gustan de estos géneros musicales). Pese a su corta edad, y de lejos por mera comparación, el chico gozaba de refinados gustos musicales, y lo justifico, la música de aquellos tiempos ¡sí! que era música compuesta desde el alma, por cierto, inolvidable, lástima que no le tocó vivirla personalmente, pero al menos para eso le sirve la tecnología actual, para recordarla. Como había que esperar a que el minibús se llenara, terminé impacientándome (estuve sentado como 45 minutos). Sin que el chofer se diera cuenta, quien feliz hablaba afuera con sus cumpas, aproveché su descuido para darme una “escapadita” sin retorno (tenía que alistar el equipaje para las dos y media de la tarde). De esa manera, la misión fue abortada por razones de fuerza mayor. En otra será.

“¿Acaso hay? nunca he escuchado ha-blar del parque”. La búsqueda del parque temático de Sacaba por poco se convirtió en una misión imposible. Pregunté a la gente de la población y nadie supo contes-tarme de la manera esperada (rápida y sin titubeos), pues todos terminaban rascán-dose la cabeza. No era la primera vez que experimentaba este tipo de revés (eso de vivir sin enterarse de las cosas importan-tes o sorprendentes que pasan en derre-dor no es muy adecuado para nadie). Por momentos me sentí un extraterrestre que vagaba sin rumbo por sus calles. “El autor es el mismo que hizo los dinosaurios de Sucre”, le dije a la “doñita” de una tienda a ver si así despertaba su interés, al tiempo que saboreaba uno de sus refrescos y acaricia-ba al enano consentido de ella: su perrito. “Tal vez al-guien te pueda ayudar en la nueva Alcaldía que está a la vuelta de la plaza”, efectiva-mente dicha información se-ría el relámpago que ilumi-naría el sendero en una no- che lluviosa. Aunque la fun-cionaria de la Alcaldía me describió una dirección me-dio confusa, concluí que de-bía dirigirme a la carretera a Santa Cruz y de allí al puen-te que atraviesa el rio Rocha (cerca del peaje), lo demás sería fácil. Vestidos con overoles y sombreros de ala ancha, los obreros daban los retoques finales a los inertes seres prehistóricos que habitaron la Tierra hace 65 millones de años. Según uno de ellos, el parque tenía un avance del 90 por ciento y sería entregado a fines de junio como un complejo recreacional. Que-dé satisfecho, valió la pena deambular en Sacaba, que a propósito está muy bonita (cuatro o cinco años que no la visitaba). Ya quisiera que muchos municipios del altipla-no se “pongan las pilas” y emulen a los del valle.