Victoria sobre los discapacitados


 

Una vez más el Gobierno vence por cansancio, esta vez a las personas con discapacidad movilizadas con carácter nacional a la sede de Gobierno, estrategia de desgaste con la que ahora enfrenta a otros sectores. Sorprende que un Gobierno que se reclama defensor de los pobres, decepcione al sector más desvalido de la sociedad -el más pobre entre los pobres- y el que menos puede abrigar esperanzas de mejorar su situación por las limitaciones físicas y mentales que el destino les ha impuesto. En este caso nadie más llamado a socorrerlos que el Estado, en cambio, sus administradores llevaron la insensibilidad al grado más bajo de frialdad, obligando a este sector a volver a sus distritos con las manos vacías, sin haber logrado por lo menos una parte de su solicitud original de 500 bolivianos mensuales. En contraste hemos asistido a una danza de millones, como nunca en toda la vida independiente del país, pero dejando en el camino muchas aspiraciones y necesidades pendientes como la presente.

Las penurias que acompañaron a este contingente son inenarrables, pocos sacrificios como el visto debe registrar la historia de los movimientos sociales en perspectiva planetaria. Acampados en frías calles, en carpas incipientes, sin vituallas ni recursos. Sin la solidaridad espontánea de la población paceña habríamos asistido muy posiblemente a un escenario fatal.

Llevados por la costumbre de que mediante la presión se logra cuanto se pide y pese a su minusvalidez los demandantes ensayaron el mismo método. Tampoco dejaron de apoyar en las calles a otros sectores sociales, pero éstos no les retribuyeron. Con espanto se tuvo que contemplar la dura represión del Gobierno. Les lanzó los carros Neptuno, les gasificó y no pocos fueron golpeados sin consideración alguna a su estado. La desfachatez llegó al extremo de inculparlos por agresión física a policías bien cubiertos de pies a cabeza.

Con el más puro estilo opresor enrejaron la plaza Murillo a una cuadra a la redonda en previsión de un asalto al Palacio Quemado, lejano de toda probabilidad. Además de la represión, los discapacitados sufrieron otras formas de acoso: en horas de la madrugada sus carpas fueron blanco de cortes para restarles su escasa habitabilidad. Fueron acusados por robo a un infiltrado -presunto agente de los organismos de inteligencia- retenido en flagrancia por algunas horas. A un miembro de la vigilia que padece de inmovilidad de medio cuerpo se le detuvo en San Pedro imputado de violación a otra discapacitada, sindicado por un no vidente. Semejante testificación solamente puede ser válida para una Justicia comedida. He ahí un rosario de intimidaciones contra un pedido humanitario.

Fueron incluidas las “negociaciones” por distritos para lograr el desbande y ese medio obtuvo primeramente la deserción de los integrantes de Tarija y después de los de La Paz. Por último, el Defensor del Pueblo ofició de agente de retorno proporcionando pasajes “de su propio peculio”. Algún alto vocero gubernamental y muy adicto a los consejos de Maquiavelo, dijo que el gobernante no sólo debe ser amado sino temido, por sobre todo. Mucho concurre a señalar que estamos en tiempos del temor.

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