[Manfredo Kempff]

La cancillería, un destino extraño


Al ex canciller Choquehuanca se le puede criticar su falta de conocimientos en materia internacional y su particular comprensión de lo que ha sido la historia de Bolivia, pero nadie puede decir que no fue una persona afable, discreta, y educada, dentro de los cánones masistas y aimaras. Jamás insultó a nadie, nunca se lo vio provocando enfrentamientos con la oposición, fue de una lealtad absoluta con su jefe el Presidente, y se ha ido de su despacho sin quejas ni rencores.

Se ha retirado sin ninguna señal de protesta porque, naturalmente, luego de 11 años, ya era hora de que se marchara. Cuando habían transcurrido ocho o diez años de su gestión, todavía se lo escuchaba decir que la diplomacia no era su fuerte, pero que ya se estaba ilustrando en la materia. Era estremecedor para cualquier ciudadano oír de propia voz del protagonista, que los asuntos internacionales no fueran de su dominio. Eso es tolerable -y no debería serlo - si han transcurrido seis meses. Y que durante seis meses el jefe de la diplomacia de un país esté más ocupado en hablar de asuntos cósmicos y pachamámicos, es como para echarse a temblar.

Choquehuanca quiso llevarse bien con Chile cuando estaba en La Moneda la señora Bachelet y fue cuando se trabajó en la Agenda “sin exclusiones”, pero que excluía el mar. Esa etapa la definí como “el quinquenio bobo”. Un lustro de amores correspondidos sibilinamente por Santiago, cuando se trataban 13 temas de carácter bilateral entre los cuales la cuestión portuaria dormía el sueño de los justos. Pero todavía Chile no había soltado, a través de Piñera, el cañonazo de que cualquier arreglo marítimo con Bolivia sería sin soberanía. Ese cañonazo, realmente artero, despertó, por fin, a S. E., y Choquehuanca tuvo que admitir que no quedaba otra solución que patear el tablero y echarle tierra a la Agenda.

Sucedió lo mismo en nuestras relaciones con EEUU, donde el canciller Choquehuanca, cual Penélope, tejía de día el acuerdo para una normalización en los vínculos diplomáticos, mientras que en las noches S.E. lo desataba todo y los esfuerzos quedaban transformados en un ovillo informe que iba a la basura. Varias veces Choquehuanca avanzó en conversaciones con los norteamericanos, desde luego que con la autorización de S.E. Pero S.E. no fue sincero con su canciller, porque le permitía avanzar hasta cierto punto y con una declaración ofensiva contra Washington tiraba todo por los suelos. S.E. jamás quiso buenas relaciones con USA porque pensó que la pugna le daba réditos políticos.

Don David Choquehuanca ha sido con muchísima ventaja el ministro que mayor tiempo ha permanecido en la Cancillería y probablemente nadie se aproxime en el futuro a su récord. Pero un récord no sirve de nada si no se hace una obra que se la recuerde bien. Y en este caso, reconociendo las virtudes personales del personaje, creemos que no fue sino un obediente servidor de S.E., que no le produjo disgustos, pero que aportó intelectualmente muy poco en la materia que debió conducir.

Peor de lo que ha sucedido en el Ministerio de Relaciones Exteriores es difícil de imaginar, mas los bolivianos deberíamos estar preparados para todo en estas épocas. Imaginamos que también las cancillerías vecinas estarán con el ojo puesto en el nuevo canciller, el señor Fernando Huanacuni Mamani, un personaje que llamarlo esotérico es lo menos. Puesto por Choquehuanca como Director del Ceremonial del Estado, tuvo, al parecer, muy buen trato con los embajadores. Fue amable y recibió también amabilidades y elogios. Impuso un ceremonial andino que resultó “cool” a los diplomáticos y que con toda seguridad encantó a S.E.

El problema es que el canciller Huanacuni ha navegado en aguas más profundas y en cimas más altas que su antecesor en cosas de esoterismo andino. Según dice la prensa nacional (y no hay por qué dudarlo) nuestro flamante ministro, estuvo meditando durante tres años en el templo budista más antiguo de China. ¿Sobre qué meditaba? Él sabrá decirlo en su momento, si desea. Pero se sabe que es un entregado investigador de la cosmovisión ancestral. Es además una persona que ha entendido perfectamente eso del “vivir bien”, con que se inició el Gobierno del MAS. Es, en suma, un aventajado discípulo de Choquehuanca.

En lo que difiere es que siendo Choquehuanca una especie de monje pacífico, Huanacuni es un maestro “shaolín”, es decir un destacado y temible atleta en artes marciales, ganador de medallas por “pegar bien”, y miembro de la Asociación Shaolín Chan de Sud América. El flamante canciller se alimenta, por estos sus ejercicios espirituales y físicos, sólo de arroz, verduras, té verde y masa cocida. Salvo que ahora cambie sus hábitos, ya saben los embajadores qué deberán tener en sus despensas para agradar al Ministro.

¿Y de diplomacia? ¿De política exterior? ¿De derecho internacional? No nos hacemos muchas ilusiones de que sepa más que Choquehuanca, pero a lo mejor aprende más rápido. Porque no pensará el señor Huanacuni permanecer otros 11 años en la Cancillería, sin saber nada.

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