Administración versus partidismo

Un gobierno que permanece ya por once años en el poder, lo lógico y apropiado sería que recuerde que, a tiempo de saborear las delicias del mando de la nación, tiene principalmente que cuidar la buena administración del país.

Más de una década es tiempo suficiente para suponer que el manejo de los intereses públicos está en manos de personas que han adquirido la suficiente experiencia para este efecto. Pero cuando siempre se acentúa el énfasis en el partidismo y peor aún el interés personal, se pierde la confianza y hasta se llega al repudio.

Nadie puede sentirse como el predestinado para gobernar el país. La Constitución Política del Estado, que es el instrumento de la sabiduría de los pueblos, en el caso de Bolivia, al menos, lo que prevé es la alternancia en el poder. Si esta palabra clave no es bien entendida, entonces se viola los principios cívicos, por no exceder en el uso del término patriotismo.

Pues, cuando una y otra vez se pretende mantenerse en el poder, en términos económicos se diría que es una manifestación de angurria. En tanto que en política se trataría simple y llanamente de demostrar la opción por la tiranía.

Dedicar toda una gestión administrativa a preparar sucesivas victorias electorales es frustrar el sentimiento público por la democracia, engañar la voluntad ciudadana y desquiciar el ordenamiento cívico.

Estas líneas están escritas por la comprensión que tiene que suscitar aquello de admitir, sin rubor alguno, que el cambio de gabinete es solamente una táctica política y no una prueba de mejor servicio a los intereses nacionales.

Con ese talante no es admisible que se diga incluso que la tarea de un nuevo ministro es aportar a la repostulación del mandatario. Se denigra a la persona y se pone en evidencia que el sentimiento público es lo que menos importa, puesto que ni siquiera se pone de manifiesto un poco de recato personal y político. En buenas cuentas, se cae en la torpeza.

El pasado de la aventura del pueblo boliviano tampoco es muy rescatable, pero por lo menos había disimulo y mayor discreción en el uso del verbo. Cuando se hace política, necesariamente se requiere tener un buen bagaje de cultura y respeto a los demás, porque de otra forma no encontrará la aceptación e incluso el apoyo de los demás.

Incursionar en la política demanda tener ciertas condiciones y aptitudes, no es como ingresar a un área en la que todo tiene que ser desde el comienzo, es decir aprender, sin aportar con los requerimientos indispensables para ejercer una función determinada.

Es conveniente anotar estas diferencias sobre lo que puede ser la práctica laboral corriente. Es decir que no sea precisamente el partidismo el que prevalezca, sino el servicio para cumplir ciertas tareas consubstanciadas con la administración, antes que con cualquier otro horizonte.

En todo caso, no se trata de subestimar el trabajo operativo, sino más bien de otorgarle todo el valor y mérito que tiene, como aportes al cumplimiento de una función administrativa, como también puede ser de dirección. Es inaceptable que todo gire en torno a la política y al partidismo.