[Carlos G. Maldonado]

A 50 años de la invasión guerrillera y la memoria histórica


Dionisio Inca Yupanqui, que junto a Mateo Pumacahua fueron enviados del Perú hasta España, con referencia a la nefasta política de ocupación en el nuevo mundo (1810) invocaba a las Cortes de Cádiz: “Hay que liberarse de la opresión sin volverse opresor de los demás”.

De los compatriotas civiles, soldados y oficiales bolivianos que salieron en defensa de su Patria, ajenos a todo color o credo político, honrando únicamente su lealtad al mandato constitucional en defensa del honor y soberanía de la nación, casi cien fueron asesinados arteramente por las huestes guevaristas. Pero, deplorablemente, aún no encuentran un espacio en la memoria histórica de nuestro país.

Es lamentable que, por una ceguera increíble, común en los tiempos actuales, se olvide a quienes defendieron a nuestra Patria aun a costa de su propia vida. Se siente, principalmente, la ausencia de doctrinas cívicas en el pensum educativo. Por otro lado, nos encontramos enajenados por problemas económicos, sociales y políticos en la lucha por el poder y la propia supervivencia, que nos hacen perder de vista el rescate de verdaderos valores morales propios, que intereses espurios “del cambio” tratan ahora de entregarlos a ideologías exóticas y a doctrinas dogmáticas extremas y violentas, ajenas a nuestra realidad.

Qué mejores ejemplos tenemos en los auténticos héroes que nuestra historia consigna, es decir quienes fallecieron por defender la herencia de una Patria libre, democrática y soberana, evitando la amenaza del dominio forzado.

Un patriota es el que lucha por mantener la soberanía de su territorio, defendiendo a sus compatriotas y protegiendo, al mismo tiempo, sus recursos naturales, como el agua, los suelos y su medio ambiente como principales factores que hacen por siempre a nuestro modo de vida. Esa es la verdadera lucha. Pretender realizar cualquier tipo de acción violenta sin tener en claro contra qué ni contra quién se lucha, es decir sin objetivos claros, no puede conducir al éxito. La agresión contra un país libre, con la falacia de “liberación”, sin contar con apoyo de obreros, campesinos, intelectuales, mineros, es decir de los propios ciudadanos como principales beneficiarios de cualquier “revolución”, sea de origen nacional o foráneo, menospreciando finalmente en todo momento nuestra realidad y desconociendo nuestros valores, tuvo un final de inevitable desastre, por quien no trajo libros ni ideas, sólo violencia y muerte.

Lo anterior nos obliga a preguntarnos, una vez más, si el presente desconocimiento y/o amnesia oficial significa el fracaso de nuestra historia, o la falta de contacto con nuestro pasado, ¿o aquella irrupción armada de guerrilleros se trató de un inofensivo capítulo que nuestra historia puede olvidar y perdonar? Pero, definitivamente, la infiltración fue disfrazada y encubierta. No trajo estandartes de paz o esperanza, ni concepciones místicas e ideales puros. La mochila del guerrillero solo portaba munición letal y diarios para memoria y control de “bajas del enemigo”.

En conclusiones: a los actuales cultores de la violencia revolucionaria en nuestro país, apasionados por su místico símbolo, es necesario asegurarles que el recurso de la violencia repugna a la conciencia de los bolivianos. Es la Ley de la selva, es la valoración de la fuerza sobre la razón.

Les recordamos que la resistencia no violenta no solo es un método moral, sino también eficaz. Citamos nombres de quienes son admirados por millones de personas, cuyo ejemplo arrastra cada vez más gente, como Martín Luther King, Nelson Mandela, los recientes premios de la paz, como la joven paquistaní Malala Yousafzai (que junto a su cuaderno y bolígrafo pretende “cambiar al mundo” según afirma) y el indio Kailash Satyarthi, alejados del fracaso y la frustración.

Tenemos, pues, el deber de valorar aquellos aportes heroicos, fomentando la gratitud y el reconocimiento tanto para aquellos que se inmolaron en defensa de la Patria, así como para los veteranos de la misma, que hoy comienzan a vivir la ancianidad inspirando a las nuevas generaciones. Más vale tarde que nunca.

El autor es abogado.

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