Una leyenda del folklore argentino

Atahuallpa Yupanqui

Prof. Eliodoro Nina

La música argentina suele generalmente estar asociada al tango, que tuvo prestigio universal, antes y después de la Primera Guerra Mundial, se hizo conocer por todas partes y todavía se mantiene en Europa, América Latina y hasta en Japón. Pero desde finales de los años 50’ y especialmente los años 60’ en argentina surge otro tipo de composiciones que también expresan el espíritu de su gente, genéricamente llamado “folklore” y cuenta con un compositor e intérprete excepcional, que es, acaso, quien más lo difundió por el mundo: Atahuallpa Yupanqui.

En 1961 ocurre un impresionante boom folklórico en la Argentina, se realizaba la primera edición del “Festival de Cosquín” entre el 21 y el 29 de enero de ese año. El género arrasa de pronto con todas las otras modas musicales para consagrarse como el tipo de música aclamada por grandes públicos, exhibido en festivales que congregan a centenares de miles de personas, difundido en tiradas discográficas, cantado, en fin, por todo el país. Era el triunfo de un tipo de música auténtica-mente nacional, alentado por artistas que trataron de superar sus limitaciones y lo consiguieron, y sostenido por un público que, en el reencuentro con esas canciones veía un acercamiento a una realidad ignorada de su país.

Pero, cuando esto ocurrió…, hacía mucho tiempo que canta-ba, tocaba y componía Atahuallpa Yupanqui. Porque “Don Ata”, ya un mito, había protagonizado un caso único. Desde los comienzos de su actuación, hacia 1930, había sido compositor, autor, instrumentista e intérprete vocal, todo en escala insuperable, además, su mensaje se diferenciaba de todos por un tono y una solidez muy especia-les, las canciones de denuncia se plantean preferentemente en elaboraciones musicales de raíz folklórica.

Atahuallpa Yupanqui es el nombre artístico de Héctor Roberto Chavero Aramburu, que nació el 31 de enero de 1908, en Campo de la Cruz, pueblo de Juan A. de la Peña, partido de Pergamino, provincia de Buenos Aires, Su padre mestizo de origen quechua, funcionario de ferrocarril y su madre era criolla de padres vascos.

Nació en un medio rural y creció frente a un horizonte de relinchos, balidos como alguna vez él mismo lo mencionó, un mundo de brillos y sonidos dulces y bárbaros a la vez, potros chúcaros, espuelas crueles, risas abiertas, comentarios de duelos, carreras, domas y supersticiones. Así confesaba Atahualpa Yupanqui de sus años remotos, cuando no existía su seudónimo artístico y era apenas Héctor Chavero, un muchachito de uno de los pueblos pampeanos.

En andanzas y oficios diversos empiezan a pasar los años de Chavero, se hace llamar Atahualpa Yupanqui, en homenaje, probable-mente, a esos avatares incaicos que había asumido desde su estadía en Tucumán. Hacia los veinticinco años de edad, aproximadamente, empieza a cantar algunas de sus propias canciones: “Camino del Indio”, “Nostalgia Tucumana”, poco a poco se va definiendo y es un artista profesional, vive un poco en todos lados: Córdoba, Tucumán y Jujuy, donde van brotando lentamente las zambas o las chacareras, cada una con un significado especial o la asociación de un recuerdo. Ayuda a algunos artistas que están como él en el género folklórico. Una vez escucha a un joven pianista santafecino a quien le recomienda que vaya a Tucumán era Ariel Ramírez a quien le regaló un poncho y un pasaje.

Hacia 1945, Atahuallpa Yupanqui ya es uno de los artistas más prestigiosos en el género folklórico, pero todavía no ha tras-pasado las fronteras del gran público. Actúa en radio y en recitales más o menos nume-rosos, en Buenos Aires y el interior o en algunos países vecinos, compone zambas y vidalas como: “Luna tucumana”, “Viene clareando”, “El arriero”, “Zambita de los pobres”, “Zamba del grillo”, “Si tu puedes vuélvete”, “Criollita santiagueña” y otras. Compuso más de 200 canciones. Su discografía va creciendo cantadas con el solo acompañamiento de su guitarra. También ha publicado su libro de poemas “Piedra Sola” en 1940, y tres años después “Cerro Bayo”. En ese mismo año Atahuallpa Yupanqui asume decididamente un compromiso político, afiliándose al Partido Comunista. En aquellos años difíciles sus canciones se silenciaron, los diarios gubernistas deja-ron de nombrarlo, los teatros ya no lo recibían y había una orden de incluirlo en “la lista negra” que equivalía a excluirlo de toda posibilidad de trabajo y todo contacto con el público. Ocho veces sufrirá detención durante el régimen peronista.

Atahuallpa Yupanqui recuerda París en 1948: “Yo era todavía un “Don Nadie”, me tocó actuar en el mismo espectáculo junto a Edith Piaf, que en ese momento estaba en la cumbre. Su humildad hizo que esa noche fuera yo la estrella y ella la segunda figura, por idea de ella yo abrí y cerré el espectáculo, cosas que no se olvidan”.

En esa década del 50 empiezan a destacarse conjuntos vocales de sorprendente calidad: Los Chalchaleros, Los Fronterizos, aparecen nuevos autores y compositores del género que dan a la música folklórica ese definido tono norteño que habrá de prevalecer durante varios años.

En 1960 estalla lo que se dio en llamar “El Boom del Folklore”, surgen zambas importantes como “Angélica” que bate todos los récords de venta, en todas las ciudades se multiplican las “peñas”, aparecen revistas dedicadas al folklore, hay espacios en radio y TV.

En enero de 1961 un grupo de vecinos de la localidad de Cosquín (Córdoba) realiza un festival de folklore, en un pequeño tablado armado sobre la ruta nacional que atraviesa el pueblo, allí desfilan los más importantes intérpretes del género durante una semana, ante un pequeño público enfervorizado. Es el comienzo del Festival Nacional de Folklore de Cosquín que marca la presencia masiva del público argentino ante expresiones de origen folklórico.

En este evento triunfaron Mercedes So-sa, Jorge Cafrune, Horacio Guarany, Los Fronterizos, Los Tucu Tucu, Los Quillahuasi, Los Románticos de la Canción Argentina y tantos otros. De Cosquín salen consagra-das las canciones que se pondrán de moda ese año.

Allí fue donde algunas de sus salidas enriquecieron su anecdotario. Una vez, por ejemplo, le pregunta un periodista por qué no tocaba con guitarra eléctrica: Porque soy guitarrista, m’hijo, no electricista... respondió. En su obra “El Payador perseguido” de alguna manera son relatos de su propia vida, anécdotas, explicaciones sobre leyendas y tradiciones, desovillados todo en ese sencillo estilo de conversación amistosa en la que es maestro.

Durante 1963 y 1964, realizó una gira por Colombia, Japón, Marruecos, Egipto, Israel e Italia. En 1967 realizó otra gira por España estableciéndose finalmente en París (Francia). En 1992, Yupanqui durante una actuación en la ciudad de Nîmes, se indispuso y falleció el 23 de mayo de ese año. Por su expreso deseo, sus restos fueron repatriados y descansan en Cerro Colorado, sin duda, es una leyenda del folklore argentino.

 
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