PAREJAS

Lo que aprendí después de estar con un hombre prohibido

Consuelo Hernández

¿Qué le espera a la mujer amante? Probablemente él sea muy celoso y le pide que esté en su casa a una hora determinada, para cuando la llame por teléfono.

Controlará sus amistades y criticará a las que considere menos adecuadas. Declarará que la quiere y mostrará su satisfacción cuando ella le diga que está muy enamorada. Con promesas de “ahora no es el momento”, “cuando los chicos sean mayores”, “mi esposa no lo comprendería”, pasarán los años y ella acabará siendo la soltera, que en fechas especiales como Navidad pasará con su familia, porque él tiene la suya y no puede faltar (es algo sagrado, que ya ni se discute), además de otras fiestas señaladas y vacaciones…

Ella tiene que saber que el que está casado es él; que quien no goza de plena libertad, también es él. Ella no tiene pareja y pensar de otro modo es tergiversar la realidad. ¡Pero en cuantas ocasiones la mujer se amolda a su papel de amante sumisa y sacrificada y pierde su libertad ante el temor de quedar completamente sola, cuando ya se han casado y quizás divorciado sus amigas y sólo cuenta con una de íntima, que la escucha de puro aburrimiento después de aconsejarle mil veces que rompa esa relación.

He escuchado muchas de estas historias, pero mejor conozacamos las experiencias de dos mujeres.

ANA MARÍA, 27 AÑOS

Soy ejecutiva en una empresa de Comercio, reconvertida en intérprete. Conocí al ‘Señor Casado’ hace aproximadamente un año y medio, cuando un amigo me pidió que tocara el teclado en su nueva banda, de la que este hombre era el bajista.

Me sentí inmediatamente atraída por él porque era divertido, fresco, tenía estilo, era dulce, generoso, amable, cariñoso y creativo, por no hablar de su peculiaridad y su espíritu aventurero. Evidentemente, había química entre ambos, pero al principio me sentía incómoda al pensar que estaba casado, una sensación que se mantuvo mientras duró nuestra relación. Me aseguró que estaba bien con su esposa, con la que mantenía una relación de “no preguntes y no me cuentes”. Sugerí que lo confesáramos varias veces, pero él no tenía el valor suficiente. Al final, terminé por rendirme y desistir, creyéndome lo que me decía.

Nuestras citas se desarrollaban normalmente en parques fuera de ciudad y en nuestro local de ensayo.

Era agradable huir de esas presiones vinculadas a las relaciones comprometidas, algo que nos permitió soltarnos sexualmente. Al mismo tiempo, el hecho de que me mantuviera oculta me hacía sentir horrible, porque me daba la sensación de que se avergonzaba de mí o de nuestro vínculo. Confiaba en él cuando me decía que su relación era estable, por lo que nunca tuve la sensación de ser una “destrozahogares”, pero siempre me quedaba el mal sabor de ser un secreto para su mujer.

Cuando finalmente la relación terminó, lo hizo de una manera terrible. Me dijo que no le volviera a llamar y no le he visto desde entonces. De aquello ha pasado casi un año. Todavía siento mucha culpa, aunque actualmente tengo una relación monógama y comprometida con un hombre soltero con el que estoy muy feliz.

Respecto al estereotipo de “destrozahogares”, no lo encuentro exacto. Las situaciones son mucho más complicadas de lo que aparentan. Por supuesto, algunas personas no se mueven por buenas intenciones, pero creo que son las menos. Por el contrario, creo que la mayoría de las mujeres que mantienen relaciones con hombres casados, entre las que me incluyo, realmente creen que pueden mantener su idilio sin lastimar a nadie y no sólo se preocupan por su amante, sino también por su familia. La mala intención no es lo habitual.

MARIANA, 26 AÑOS

Conocí a este hombre en un viaje de trabajo hace aproximadamente tres años y nuestra relación comenzó cuando todavía era mi jefe. En el trabajo, prácticamente nadie sabía que estaba casado, y ni siquiera llevaba alianza.

Es un ‘macho alfa’. Inteligente y seguro de sí mismo. También es 10 años mayor que yo, otro factor por el que llamó mi atención. En el trabajo, él alababa todas mis tareas, haciendo que me sintiera valorada y competente. Era muy paternalista, y eso me hacía sentir protegida. Nuestra relación pasó de mentor a amigo y, por último, a amante.

Fue después de nuestro primer beso cuando me confesó que estaba casado. Al principio, no lo podía creer. ¿Cómo podía estar casado con tanto tiempo que pasábamos juntos? Luego comencé a observar cómo era de verdad y sentí lástima. Empaticé con su esposa. Y sus actos no ayudaban: un día, me propuso mantener un encuentro en la casa que compartía con su esposa, y eso me hizo sentir incómoda.

Era muy molesto no poder hacer planes como las parejas normales. Aunque yo sí llegué a conocer a alguno de sus amigos, él nunca se interesó por los míos.

La relación terminó rápidamente cuando aprendí que toda la culpa que él achacaba a su mujer era también responsabilidad suya. Descubrí una faceta que no me gustaba: era verbalmente, mentalmente y emocionalmente abusivo. En una ocasión, casi llegó a golpearme en la cara durante una discusión. Evité el puñetazo, y él se puso a llorar. Había bebido demasiado y me acusó de ser una desquiciada cuando yo le respondí con contundencia. Me tomó un tiempo, pero terminé dándome cuenta de que él era un pobre loco.

Finalmente, rompí con él pero decidí verle de nuevo agobiada por su llanto y sus disculpas, momento en el que me di cuenta de que, en realidad, estaba herido en su ego. Después me enteré de que trató de arreglar las cosas con su mujer, aunque no le funcionó. Se dio cuenta de que ninguna mujer sería capaz de aguantarle. Hoy no puedo soportarlo; cada vez lo que veo recuerdo todos los errores que cometí y lo baja que debía estar mi autoestima para aguantarle durante tanto tiempo.

 
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