De las sagradas escrituras:

La mujer pecadora



Cerca de la sinagoga de Cafarnaúm, cuyas ruinas aún se conservan, tuvo lugar uno de los episodios más conmovedores en la vida Jesús. En esa época, Cafarnaúm era una población importante de Galicia y, según las crónicas, estaba situada en una extensa llanura al noreste del mar de Galilea, como a ocho kilómetros del río Jordán. Sin embargo, no se sabe a ciencia cierta el lugar exacto donde estaba situada la ciudad. Unos la sitúan en el extremo norte de la llanura de Genezaret, donde quedan aún algunas ruinas; otros aseguran que estaba a seis kilómetros de ese lugar, hacia el noroeste, donde se ven los restos de otra sinagoga, y hay quienes la sitúan en el límite sur de la extensa llanura, a muy poca distancia de Genezaret, más conocido con el nombre de Mar de Galilea.

Cafarnaúm fue la residencia de Jesús durante los tres años que duró su ministerio y con frecuencia enseñó en su sinagoga. Varios de los milagros del Señor, como la curación del criado del centurión, la del paralítico y la del hijo del noble personaje, se realizaron en Cafarnaúm. Muy cerca de la ciudad, en el Mar de Galilea, Jesús apaciguó la tempestad y ca-minó sobre las aguas hacia la barca de Pedro, su fiel discípulo.

Por entonces, vivía en Cafarnaúm, Simón el fariseo, un amigo de Jesús, y cierto día que el Señor visitaba su casa una mujer se le acercó llevando en la mano un frasco de oloroso un-güento y con lágrimas en los ojos le rogó que se dejara ungir los pies. Quería la pobre mujer expresar el profundo arrepentimiento que sentía por su pecados, producto de su vida licenciosa, con esta actitud la mujer quería proclamar que para ella Jesús era la persona sagrada, pues solamente los reyes y profetas eran ungidos con perfumado ungüento.

Accedió Jesús, y la mujer de rodillas comenzó a ungir los pies del Señor. Algunos fariseos que presenciaban la escena comenzaron a murmurar, y uno de ellos señalando a Jesús comentó: “Si este hombre fuera profeta sabría que la mujer que unge sus pies es una pecadora”.

Al oír estas palabras el Señor se acercó al dueño de casa: “Tengo que preguntarte una cosa”, le dijo: “Un acreedor tenía dos deudores. Uno de ellos le debía 500 denarios y el otro 50. Como ninguno de ellos podía pagarle, perdonó a ambos. Dime ¿Cual de estos deudores le amará más?” Simón le contestó sin vacilar: “Pienso que aquel a quien perdonó más”.

“Bien haz dicho” dijo Jesús, “¿Ves a esta mujer que unge mis pies, Simón? Entré en tu casa y no me diste agua para lavar mis pies, más ella los ha bañado con sus lágrimas y los ha secado con sus cabellos. Tu no me has dado un ósculo de paz, pero esta mujer desde que entré no ha cesado de besar mis pies. No ungiste mi cabeza con óleo, mas ellas ha ungido sus pies con ungüento. Por eso te digo, Simón, que los muchos pecados de esta mujer que amó mucho están perdonados. Poco se perdona al que ama poco”.

Luego, mirando a la mujer le dijo: “Levánta-te, tus pecados te son perdonados”, y cuando ella se puso en pie, añadió con misericordia: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz”.

Y cuenta una piadosa leyenda de esos tiempos que al salir del recinto cayeron dos furtivas lágrimas de los ojos de la pecadora. . .

Lágrimas de felicidad y esperanza.

Se cree que la mujer que ungió los pies del Señor en la casa de Simón el fariseo haya sido la misma a quien Jesús salvó de la lapidación en la puerta del templo de Jerusalén.

(El Evangelio según San Lucas).

 
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