[Alberto Zuazo]

Hogares para niños pobres


En la actualidad, uno de los mayores dramas sociales que existe en Bolivia es la indiferencia oficial en relación con los niños pobres. La situación es tan lacerante que acaban de morir por lo menos tres niños en un recinto social que supuestamente era para protegerlos brindándoles alimentación, vestuario y salud.

Resulta indignante que en un país como Bolivia, que se precia de tener riquezas naturales en abundancia, se produzcan estos casos trágicos, que se originan principalmente por desnutrición o abandono total.

En el gobierno de Evo Morales, con once años en el ejercicio del poder, que se precia de ocuparse de los sectores sociales más desfavorecidos, resulta una ironía trágica que hayan niños que mueren de hambre.

En el pasado, siempre satanizado por Morales y sus colaboradores, como de oprobio político e indiferencia social, no se daban casos trágicos como los actuales. Había, por lo menos, verdadera atención a los niños pobres.

Existían hogares donde los menores eran tratados con singular esmero en cuanto a vivienda, alimentación, vestuario y educación, aparte de que disponían de dormitorios confortables e incluso de piscinas y duchas apropiadas para su aseo permanente, jardines para vivir rodeados de floresta y espacios de juegos.

En esos tiempos había un Patronato de Menores que exclusivamente se dedicaba a la atención de los niños pobres, no solamente de aquellos que deambulan por las calles pidiendo sobras de pan, sino de hijos de familias de clase media, pero que carecían de medios económicos suficientes para tener buena atención en sus hogares.

Uno de esos hogares de menores funcionaba en la Av. Ormachea, esquina calle 5, del barrio de Obrajes. En ese lugar se tenía hasta tres o cuatro centenares de niños de ambos sexos, a los que se les brindaba camas en dormitorios bien atendidos y limpios, con personal femenino que se encargaba de mantenerlos limpios y bien ordenados.

A menores de familias pobres, cualquiera fuese su clase social, se los recibía con un examen médico, se les repartía ropa nueva para que tengan un vestuario uniforme y cada tres meses se les renovaba las piezas del vestuario que eran necesarias, de manera que los internos se hallen siempre bien vestidos.

La salud era atendida, pues semanalmente iban médicos para revisar el estado de salud de los niños. Si algunos requerían atención médica, se los internaba en el dispensario que tenía el hogar y, obviamente, estaban al cuidado de enfermeras y médicos hasta que se repongan.

Por supuesto, se procedía a la necesaria separación de niños y niñas para tener dormitorios de hasta 20 camas, en cada caso, de similar calidad, en cuanto a ambientes, limpieza y frazadas en buen estado de uso.

Igualmente, tenían servicios higiénicos para su uso por niños y niñas, así como duchas y una piscina entibiada todo el tiempo, para que los internos aprendan a nadar y luego practiquen.

Contaban con educación primaria, con maestros titulados, y en los recreos de la mañana, cuando había buen clima, se los sacaba a los jardines para que tomen baños de sol en las espaldas, durante media hora.

La alimentación era de buena calidad, los desayunos eran con avena y café con leche, así como con frutas de temporada. En los almuerzos, que eran abundantes, se les ofrecía los dos platos acostumbrados en todo hogar y de postre preparados con cereales alimenticios.

A media tarde se les ofrecía un té o café como en cualquier hogar, con panes que eran producidos en los hornos propios. Muchas veces había empanadas de queso.

La cena era de la misma calidad que los almuerzos. Luego se les daba un tiempo para compartir y a las 20 horas se los llevaba para orar y dormir hasta las 7 de la mañana, cuando tenían que levantarse para el aseo personal y de 8 a 9 horas se les daba el desayuno, para luego pasar clases.

Cuando los niños terminaban la primaria, eran separados por sexo y llevados a otros hogares, para que sigan sus estudios secundarios e igualmente continúen recibiendo las mismas atenciones que en primaria, por supuesto, apropiadas con la edad que iban alcanzando.

Todo esto era gratuito, el Estado pagaba los gastos a través del Patronato de Menores.

De estos hogares en La Paz siquiera había una media docena, al igual que en todas las capitales de departamentos del país.

Esos eran los hogares de niños y adolescentes que funcionaban en los tiempos pasados, cuando la pobreza estatal era enorme, pues al año no se llegaba a exportar minerales por más de un millón de dólares, pero sí se cobraba impuestos a las empresas privadas en general, así como a los inmuebles, a los que trabajaban y cuando correspondía, como sucedía en otros países.

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