[Raúl Pino-Ichazo]

El campo político


Sería una aporía intentar establecer elementos de conocimiento que podrían hipostasiar la forma de observar el campo político, sobre todo porque usualmente se concibe a la política sin considerar que ineludiblemente hay que pensarla sociológicamente. Es inquietantemente tentador hablar del campo político, de la comprensión política, de la intuición del ciudadano común para aplicar a la realidad del mundo político un concepto que se aproxime a esa intuición ordinaria y a las nociones que la ciudadanía estructura espontáneamente para comprenderla, no sin antes afirmar que lo último sería lo correcto, pues los humanos, mujeres y hombres, son el centro sociológico que asigna sustrato a la política.

El campo político es un microcosmos autónomo en el gran mundo social; la peculiaridad de este campo político es un microcosmos dentro del cual se aplica criterios de generación y evaluación propios que no le valen al microcosmos vecino. Este es un error que se comete repetidamente cuando se copia criterios de un microcosmos o campos políticos ajenos, porque cada microcosmos político obedece a sus propias leyes, obviamente diferentes al mundo social ordinario.

Los que ingresan en la política, al igual que algunos que se activan en alguna religión, deben sufrir una transformación, una conversión y deben innovarse constantemente; si no lo hacen por convicción, si no tienen conciencia de ello, ésta les será irremisiblemente impuesta, siendo la sanción, en caso de omisión, el fracaso, la exclusión, la indiferencia, el olvido y hasta el desprecio. Un indicio claro y reflexivo es el escándalo, pues aquel que ingresa en la política se compromete tácitamente a prohibirse ciertos actos incompatibles a su investidura, bajo la pena de escándalo. Empero, es importante referir que los políticos contrarios al personaje que ostenta la investidura, tratan obsesivamente de desprestigiarlo, a través de urdidas maquinaciones, utilizando medios electrónicos anónimamente y supuestas acciones improbadas del mandatario, como ahora sucede en Bolivia. Por otro lado, aplicando la historia y la filosofía del cuestionamiento de la naturaleza humana, solo se tiende a despreciar y difamar a aquel que es correcto, honesto e incorruptible y que se equivoca involuntariamente, entonces obtenga el lector sus conclusiones.

Todos los ciudadanos sensibles saben que, en el estado actual de las cosas, hay que destronar ese prurito muy perjudicial en sentido de que en la división del trabajo entre los sexos, las mujeres tendrían una propensión menor a los hombres a responder a temas políticos; aseveración que no es cierta, pues la mujer, como el ser más importante de la creación, asume, pese al persistente trato discriminatorio, un rol importantísimo en la política. De la misma manera, no es evidente que la gente poco instruida, por falta de oportunidades, tenga una proclividad débil a la política y se olvide que la intuición y las inferencias que acostumbra a realizar usualmente son ciertas. Falso aun es afirmar que los estratos sociales pobres tendrían una propensión más débil hacia la política, cuando se ignora que las propias restricciones económicas les facilitan observar al microcosmos político con estricta realidad, pues no engendran intereses personales o subalternos, además edifica una envidiable sensibilidad y solidaridad hacia el prójimo.

Desde los tiempos de los sabios griegos, que nos legaron paradigmas para las formas de gobernar, aún hoy subsistentes en su contenido, se conoce que un buen político es aquel que tiene una máxima de acción cuando asume el poder: “solo servir al pueblo”, y para cumplir este corto y profundo postulado emerge por lógica decantación la figura de un personaje del pueblo.

El autor es abogado, posgrado en Educación Superior e Interculturalidad, doctor honoris causa, escritor.

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