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Lo hispánico

La gravedad de ese mundo inmenso e ilustre al que pertenecemos

Todo lo hispánico es de todos los hispánicos.

Este tiene que ser el punto de partida, si queremos entender lo que significa ese mundo realísimo al que pertenecemos La primera empresa es, por tanto, la toma de posesión de nuestra herencia total. Y no se olvide que al patrimonio del hombre pertenecen, y a título eminente, los errores, las experiencias de todo género, y sobre todo los problemas. Esa aceptación de la herencia íntegra tiene una doble consecuencia, que nos pondrá más allá de los mayores escollos: la superación del provincianismo y la evitación de la homogeneidad. Se trata de conseguir, de manera real y no meramente verbal, la instalación plena en lo hispánico; pero toda instalación es vectorial, consiste en aquel “dónde” desde el cual se vive, se está, se proyecta; la segunda empresa es la proyección hacia el futuro de un haz de proyectos convergentes.

Nuestra realidad no es solo ni primariamente económica; partimos de otra indiscutible, palmaria, evidente, que se impone a la voluntad más negativa: lingüística, cultural, histórica, de forma y estilo de vida: es decir, lo que puede suscitar el entusiasmo. Y ello sin ninguna exclusión.

Cuando se habla del mundo hispánico (o, si se prefiere, del Mundo Hispánico como realidad histórico-social, como fracción organizada en mundo efectivo de la humanidad), no se trata de la historia pretérita, sino sobre todo de la historia que se está haciendo y de la que bien o mal, se va a hacer, se trata principalmente del futuro. Que el Mundo Hispánico tenga plena realidad -y que, por tanto, puedan lograrla sus elementos o componentes- depende del acierto de su proyecto histórico, de su actualidad, de su capacidad de tener en cuenta la situación global en que nos encontramos.

En otras palabras, se trata de una empresa temporal, actualísima y por tanto vuelta hacia el porvenir, y que abarca todas las dimensiones de la vida colectiva: una empresa económica, social, política, cultural, cuya primera condición es la imaginación histórica.

Es menester la toma de posesión efectiva de todo lo que somos y tenemos. ¿Cómo puede aceptarse que los libros españoles tarden meses -a veces muchos meses- en ser leídos en América, que los libros hispanoamericanos tarden otros tantos en llegar a España, que, salvo los impresos en México y Buenos Aires, los demás sean leídos en proporción ridícula fuera de sus países respectivos?

Todos hablan de nuestra propia lengua española, de su difusión entre “300 millones”; pero pocos se dan cuenta de que es una formidable potencia en todos los órdenes. Imagínense lo que significa la existencia de tantos pueblos mutuamente transparentes, de manera que todo lo que se piense y dice en cualquiera de ellos, tiene inmediatamente pleno sentido en todos los demás. Compárese esta situación con la penosa y deficiente comunicación minoritaria entre lenguas extrañas. ¿Cuántos son los que de verdad pueden comprender, leer, hablar, escribir una lengua extranjera? En el mejor de los casos, una mínima fracción; y para la mayoría de los que creen saber lenguas extrañas, estas son, a lo sumo, “traslúcidas”, y no son capaces de percibir los matices o de usarlas con facilidad y eficacia.

El Mundo Hispánico, teniendo en cuenta su población, sus recursos, su cultura y sus posibilidades plurales, frente a la amenaza del hormiguero y la entropía social, podría ser la concentración humana más potente y fértil del mundo. Los evidentes riesgos hispánicos, la fermentación, el rápido y desordenado crecimiento, la propensión a la inestabilidad, tienen un lado positivo y prometedor: son indicios de vitalidad, condición previa para todo lo demás. Son pueblos inventivos, divertidos, atractivos, que contrastan con tantos otros que forman un horizonte de aburrimiento que avanza sobre el mundo actual.

Occidente podría iniciarse realmente, desde su versión hispánica; ello sería posible si nos diésemos cuenta que ya está casi hecho entre nosotros; si, en vez de imitar, decidiésemos inventar, abandonarnos a nuestra originalidad y a la vez disciplinarla. Sería menester olvidar de una vez para siempre la pereza y el capricho, medir cada acción individual con el peso, es decir, con la gravedad de ese mundo inmenso e ilustre al que pertenecemos. Y como dijo el poeta: “Y así llevar un mundo / acaso en la palabra”.

e-mail: aarias@arrakis.es

Francisco Arias Solís

 
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