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Recuerdos del valle

Yuri Mirko Ríos Madariaga


Las monumentales y antiquísimas puyas Raymondis del poblado de Vacas.
 GALERÍA(2)

¿Puyas Raymondis? Sí, evidentemente eran ¡puyas Raymondis! Al principio dudé, pero luego de girar la cabeza y afinar los ojos confirmé la visión. El rápido andar del bus no dejaba contemplar a plenitud a este fósil viviente, para colmo las ventanillas empolvadas eran estrechas. Sucedió casualmente cuando abrí los ojos en el momento preciso ¿alucinaba? No, por supuesto que no. Poco antes mi mente divagaba en cuestiones disímiles (adormilado por el trayecto nocturno La Paz – Cochabamba y también por el calorcito interno del bus). Fue una grata sorpresa observarlas en esas regiones “tan distantes”, bajo un cielo matinal despejado. El camino que va a la “tierra dul-ce de Mizque” (una redundancia bilingüe obligada) brinda este espectáculo de primera. Creía que habitaban solo en Comanche y en algunos lugares del hermano Perú. Aunque no eran mu-chas, el simple hecho de que estuvieran allí ya constituía un prodigio natural digno de preservar, pues están en peligro crítico de extinción. La provincia Arani –cerca de la población de Vacas– acoge a estas colosales y antiquísimas “piñas”. Es una especie endémica altoandina, puede crecer hasta diez metros de altura, florece cada cien años y luego muere esparciendo sus cenizas entre el suelo árido y la paja brava ¡Pero qué datos más curiosos y fascinantes!

Durante el mismo viaje observé algo que me dejó espeluznado, atónito. ¡Qué desolación! Ocurrió antes de llegar a las puyas Raymondis. Por increíble que parezca, otro espejo de agua se sumaba a los ya desaparecidos a nivel nacional. “Laguna Juntutuyo” anunciaba un letrero con una flecha en dirección oriente. ¿Qué laguna? ¿Dónde? Lo único que percibía era una extensa planicie agrietada con totorales y pastizales secos en los bordes, y sobre ella algunas vaquitas rumiando quién sabe qué. Sin duda, enfrente yacía inmóvil otra víctima del cambio climático. No obstante, que su pérdida data de 2016 (suceso poco difundido en los medios de comunicación), Juntutuyo no era otra “lagunita” más. Formaba parte de un grupo de cinco importantes lagunas enclavadas en la meseta de Vacas. Dos de ellas (Parko Khocha y Acero Khocha), las más extensas, aún conservan volúmenes permisibles de agua, las restantes (Kollpa Khocha y Pilawitu) luchan por no morir. Si este desastre no cesa, no solo estará comprometida la actividad cotidiana de sus pobladores dedicados a la agricultura, a la pesca y al turismo, sino también el hábitat de diversas especies de aves migratorias. Hoy la ex tierra de la abundancia del agua añora a Juntutuyo. Su lecho quedó como una cicatriz, como una huella negativa que perdurará en el tiempo.

Y desde las alturas de Vacas descendí a los valles mesotérmicos, donde el clima benigno y los paisajes -está por demás de-cirlo- me encantan. Hasta no hace mucho, llegar a Mizque era una travesía muy cansadora. Se iba por el camino viejo a Santa Cruz hasta el cruce de Epizana, y de allí a Totora. Toda una “vueltita” que incluía a Aiquile en el recorrido. En este viaje, metafóricamente hablando, “estrené” un nuevo camino totalmente asfaltado con curvas serpenteantes, precipicios y bosques de eucaliptos. Ya cerca de Mizque, algo que me llamó la atención fue observar un puente de aspecto colonial casi cubierto de vegetación. Las averiguaciones del caso dieron como resultado que no era otro que el célebre “Puente de los Libertadores”. La historia menciona que por éste transitó el Libertador Simón Bolívar y sus tropas durante la guerra de la Independencia. Como enuncia la propaganda de una radioemisora, son “hechos para no olvidar”.

 
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