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(Décima primera parte)

Recuerdos del valle

Yuri Mirko Ríos Madariaga


La avenida Germán Mendoza. Al fondo, uno de los cerros emblema de la ciudad.
 GALERÍA(2)

Después de desayunar un exquisito api con pastel en el mercado Campesino, me dispuse a “explorar” el terreno circundante (metro a metro, calle por calle) has-ta conocerlo al dedillo. Al final terminé desorientado y perdido en esa jungla de toldos, negocios variados y cuadras que parecen las mismas (quién no conoce bien el lugar con seguridad se topará con un verdadero laberinto). Llegué accidentalmente a la plazuela San Juanillo. Me senté en una de sus bancas

para descansar y escapar del bullicioso mercado. No fue posible. La propaganda a todo volumen de los servicios y productos de las di-versas empresas privadas e instituciones estatales ahuyentaban la paz. De hecho, habían “asaltado” todas las aceras de la plazuela. A es-

to se sumaba la interminable trancadera proveniente del mercado que desencadenaba estrepitosos bocinazos en los autos -que por cierto- ya atiborran a esa histórica ciudad. Para colmo, era época pre electoral ¡Qué fastidio! en menos de un mes volveríamos a las urnas. Fue entonces que mi mente empezó a revolotear de aquí para allá y surgió una idea fenomenal, fuera de serie, como “una luz al final del túnel” (creo que esta frase ya la utilicé en otra publicación, no importa). Como dije, escaparía momentáneamente de esa agitación infernal en un día nublado sin pretensiones de lluvia, pero “medio” caluroso, a fin de cuentas, el último de mi estadía. La palabra Yotala resonaba en mi mente una y mil veces. ¡Claro que sí! No sería nada difícil visitarla y la parada no estaba tan alejada.

Subí a un minibús “medio” viejito. Fue un golpe de suerte encontrarlo a punto de partir. Solo quedaba un lugar estrecho en la última fila (obvio, tenía que llenarse, o mejor dicho, tenía que “rellenarse” como un enlatado de sardinas). Comenzaba la aventura. No re-cuerdo el nombre de la calle donde lo abordé, pero era el equivalente de la Tumusla o la Max Paredes de la ciudad de La Paz. Tardamos alrededor de media hora en avanzar dos o tres cuadras. El tiempo parecía estancado entre la heterogeneidad de los artículos y los puestos de venta de colores que hacían contraste con el opaco del cielo. Ciertamente me desesperé, solo me quedaba echarle un vistazo al traqueteo de la gente. Por fin salimos

de ese atolladero y después de un “medio” enmarañado recorrido prorrumpimos por un flanco del estadio Patria, traspusimos la Germán Mendoza o ¿Jaime Mendoza? para dirigirnos a la avenida del Maestro hasta dar con el parque Bolívar. Hasta allí todo “bien nomás”, pero luego ¡qué macana! de nuevo perdí el sentido de la orientación, solo veía casitas blancas por do-quier. Tras una marcha “medio” incierta (desde mi perspectiva), emergió el Cementerio General como un referente indiscutible a nivel mundial y ¡qué sorpresa! Allí, en una de sus aceras estaban apostados los vendedores de plantas y macetas. Los ubiqué sin querer. “Tengo que volver, tengo que volver por aquí, por si hay novedades”, repetía sin cesar para que mis conexiones neuronales (sinapsis) lo grabaran. No tendría otra ocasión hasta quién sabe cuándo.

El descenso hacía notoria la topografía accidentada sobre la que se asienta la ciudad. Aumentaba la temperatura y también el verdor. Allí abajo, en lo más profundo del valle, estaba el río Quirpinchaca (qué curioso nombre, es el equivalente del Choqueyapu, otro curioso nombre para los de allá). Bueno, este río divide en dos a la ciudad (este-oeste) y va casi paralelo a la carretera, lástima que esté “súper” contaminado. Antes de llegar a la última curva, asomó la estación ferroviaria de El Tejar, pero qué buenos recuerdos, y luego un cuartel del Ejército. Un par de kilómetros río abajo, las torres del Castillo de la Glorieta fueron testigos silenciosos de nuestro raudo paso y a la vez se disipaban en la lejanía. Y como dije al principio, el calor aumentaba, pero era más por las ventanillas ¡selladas! –sin duda– algo espeluznante, de terror para quienes hacemos uso de este tipo de medio de transporte en distintos puntos del país, pese a lo nublado o frío que pueda estar el ambiente.

 
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