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ESPECIAL

Almas: El rostro más triste de Chukiagu Marka

> Cientos de indigentes habitan las calles de La Paz, aplastados por el consumo de alcohol y drogas. > En la gaveta de leyes existen miles y en la gaveta del cielo almas que sutilmente han abandonado sus cuerpos alcoholizados y se preparan para dar paso a un nuevo ciclo, al lado de Dios


PERSONAS EN SITUACIÓN DE CALLE QUE SÓLO BUSCAN UNA OPORTUNIDAD MÁS PARA SOBREVIVIR.
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Por : Ghilka Sanabria Pradel

Manos sucias y quemadas por el sol, de accionar tembloroso, rodean el teléfono celular para marcar de manera ansiosa ocho números que podían ser o no su alternativa de salvación.

--Hola mamita, soy el Osvaldo….

-- ¿Qué quieres? Te he dicho que ya no me llames. Tus hijos ya te han olvidado. ¡No molestes, borracho!

-- Mamita… Te prometo, voy a cambiar… Mamita… ¿Ves? ha cortado, no quiere. No quiere hablar conmigo. Así es... Así está ella desde que me ha botado de la casa, ya no quiere ser mi esposa”.

Osvaldo vuelve luego hasta el rincón fétido, sombrío y clandestino, para hacer descansar su cuerpo pesado sobre las cuclillas. Sus manos lo hacen sobre la pequeña botella de plástico, de contenido rojo, que pronto lleva hasta sus morados labios para beber sediento, como si fuera su salvación. Su consuelo.

Pantalones de irreconocible color por el tiempo en que no habían sido lavados, lo mismo que la frágil camiseta negra que lo cubría, pero no lo abrigaba ante los dos grados de temperatura del junio paceño.

“No pases hasta aquí periodista… te vas a contaminar”, dijo mostrando una sonrisa con escasez de dientes; “esta es mi vida, así no más esperaré la muerte”, comentaba, mirando fijo a ningún lado.

“El Osvaldo” habita un escondite cerca de la ribera de río en Villa Fátima, ladera oeste. Es uno de los tantos que existen en el municipio paceño; contabilizados 68 lugares en las zonas de San Pedro, Puente Vita, Valle Hermoso Alto, Callampaya, Kenani Pata, Casco Urbano Central y otras, donde moran los indigentes identificados por el Gobierno Municipal de La Paz, como “Personas en situación de calle y riesgo”. Son al menos 551 personas, según datos de la Agencia Municipal de Noticias (AMN) basados en el informe de una inspección realizada en 2017.

Tal como si fuesen animales hacinados, Osvaldo pasó hace cuatro años a formar parte del grupo de “caídos” en este alfombrado de cartones viejos, tierra y piedras, junto a “La Dora”, “El Ch’api”, “El Pintudo”, entre otros alcohólicos. Su mujer le echó de casa después de que una noche los fantasmas del alcohol le produjeran visiones y le convencieran de que lo estaba engañando con otro hombre.

“Agarré lo que encontré en mi camino. Era la plancha… La golpeé fuerte, quería que se muriera. No me importaron los gritos de mis tres wawas (hijos), ni la sangre que le salía de la cabeza. Los vecinos la salvaron y a mí me encerró la Policía. Al día siguiente ya estaba libre, en la calle; pero no tenía pisada en mi casa. Desde entonces vivo aquí con mis amigos. Haciendo de todo, aquí, pues, encuentro comprensión, me cuidan, no tengo miedo…”.

La mayoría de esta población se dedica al consumo de bebidas alcohólicas e incluso cometen actos delictivos. Otros salen a trabajar en diferentes faenas uno o dos días de semana, recaudan dinero, compran alcohol y se unen al grupo para seguir bebiendo.

El II Estudio de Prevalencia y Características del consumo de drogas en Bolivia dice que 5 de cada 10 ciudadanos de entre 12 a 65 años consumen bebidas alcohólicas y, de este porcentaje que alcanzaría al menos a 3 millones de personas (según rangos por edades manejados por el Instituto Nacional de Estadística, que indica que son el 65% de los más de 11 millones de habitantes de nuestro territorio), al menos un 20% tiene consumo problemático; son alcohólicos.

Un estudio de la Fundación Sepa elaborado por Guillermo Dávalos, indica que las principales causas para este flagelo en Bolivia son las siguientes: Oferta generalizada de alcohol y drogas, rutina cultural y educativa respecto a las bebidas espirituosas; vale decir, que no hay actividad recreativa posible sin su consumo.

El paso hacia el abismo es difícil de detectar en un contexto de normalización y hasta de incentivos sociales. “El consumo es visto como un símbolo de madurez”, dice el psicopedagogo Álvaro Puente; de ahí es que la población universitaria (de 17 a 30 años), por ejemplo, tenga los índices de mayor consumo de alcohol en Latinoamérica; según encuesta del Observatorio Boliviano de Drogas. El mismo estudio asegura que el fácil acceso a la compra de bebidas y drogas denominadas “baratas” hace que los jóvenes se inclinen al vicio y que las cifras tengan tendencia a subir.

Resultados de una medición de Euromonitor del año 2015, demuestran que el consumo de alcohol ilegal en Bolivia alcanza al 13% anual del total del mercado, este volumen es de 547.740 hectolitros; lo que implica una masiva ingesta de productos adulterados, que causan severos daños para la salud y con alta posibilidad de volver, al tomador, en pocos meses, un alcohólico.

No existen estadísticas oficiales, sólo estimaciones y deducciones, pero tomando ese 20% de consumo problemático del II Estudio de Prevalencia…, habría en todo el país por lo menos 600.000 enfermos alcohólicos. En la mayoría de los casos, esta porción de población es considerada, para las leyes, “potenciales delincuentes que pueden hacer daño o alterar la tranquilidad de la sociedad insertada”. Y más, si viven en la calle, pues generan “una sensación de riesgo en los vecinos que ven en peligro su seguridad”, según el mencionado informe de la AMN.

“Anoche me han pegado los pacos (policías), han venido a desalojarnos. Querían llevársela a ‘La Dora’, tal vez para aprovechársela [violarla], con el pretexto de que vaya a limpiar el retén y yo me metí. Hasta ahorita me duele mi espalda por los palazos, y miren cómo quedó mi boca. Eso quiero denunciar”, asegura El Ch’api; otro de los vecinos junto a Osvaldo en la ribera del río. Tiene la cara herida e hinchada; la sangre está seca, por el tiempo pasado sin ser atendido.

“Los ‘pacos’ le han pateado en cara, yo me he metido a defenderlo”, explica su pareja. “¿Sabes?, estos mierdas cuando no tienen plata vienen a sacarnos a nosotros; si no les damos, nos pegan, nos hacen cochinadas a las mujeres”.

Detrás de ella, un gato atrapa al vuelo con sus garras a un ratón, hasta matarlo en medio de paja seca. Los demás alcohólicos asienten sus palabras, mirándola fijo, pero perdidos… Tal vez alucinando por el efecto de la clefa.

Hay, al menos, ocho personas en el lugar. Cinco hombres y tres mujeres; una de ellas está embarazada.

A sólo unos metros solamente se ubica el Retén de la Patrulla de Auxilio y Cooperación Ciudadana (PAC); sus funcionarios rondan con motos y por lo accidentado del lugar ingresan en esos vehículos hasta la guarida de los desafortunados, “para desalojar” las arterias y evitar la delincuencia. La mayoría de las veces se utiliza la violencia ante la resistencia.

“No hubo denuncia alguna de robo de parte de nuestros oficiales. Es lo único que puedo decir”, responde el Cabo Franklin, ante la búsqueda de una respuesta a las graves denuncias realizadas por la alcohólica Dora.

La Constitución Política del Estado Plurinacional de Bolivia señala que “la Policía como fuerza pública tiene la misión específica, integral e indivisible de la defensa de la sociedad, la conservación del orden público y el cumplimiento de las leyes, bajo mando único”. A su vez, el Gobierno Municipal de La Paz solicita que la Policía intensifique los patrullajes preventivos en sectores identificados como “zonas rojas”, para evitar la comisión de delitos.

El artículo 67 de la Ley 264 señala que el Ministerio de Gobierno y las gobernaciones diseñarán e implementarán centros de rehabilitación y reinserción social en las ciudades capitales de cada departamento; asimismo, los gobiernos regionales deben realizar planes de rehabilitación y albergues de reinserción social para los alcohólicos. El proyectista concejal Jorge Silva indica que 25 entidades privadas entre ONGs y Fundaciones, realizan “voluntariado” y dan algo de financiamiento para la atención de este sector.

En su opinión, existe “la obligación del Estado” de crear políticas para salvar a esta porción de la población; sin embargo, no existen propuestas concretas: “Presentaré ante el Concejo Municipal un proyecto de ley, será para aquellos que por diferentes situaciones han perdido el control de la familia, se han extraviado o han sido echados de sus hogares. Como Estado tenemos la obligación …”.

Escuchar frases así, inevitablemente hacen evocar la reflexión de “El Pituco”, que entre trago y trago se autoconsolaba: “Nosotros le llamamos ‘A con A’, es alcohol con agua. Te puedo decir que es hasta más saludable”; y luego de breve silencio, tal vez consciente de su realidad, afirmaba con la mirada distante: “todos los que estamos aquí, sabemos que somos enfermos, porque el alcoholismo es una enfermedad…Hace siete años tomo cada día, sin parar”.

Meses después de esta declaración, una televisora estatal informaba que del parque San Martín de Miraflores, la Policía había procedido al levantamiento legal de un cadáver por hipotermia. “Era un indigente conocido como ‘El Pituco’”, indicaba el reporte.

En la gaveta de leyes existen miles y en la gaveta del cielo almas que sutilmente han abandonado sus cuerpos alcoholizados y se preparan para dar paso a un nuevo ciclo, al lado de Dios.

* Material realizado por EL DIARIO en el “Taller Internacional de Crónica Periodística sobre prevención en el consumo de drogas y la trata y tráfico de personas” (mayo de 2018)

Tomado de la publicación del Conaltid y el Ministerio de Gobierno

(La Paz-Bolivia-2019)

 
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