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[Marcelo Chinche]

Saben leer... pero no entienden lo que leen


Con cierta nostalgia es posible evocar una serie de situaciones y condiciones educativas bajo las cuales tuvimos que formarnos hace dos décadas. La prevalencia de libros y textos físicos hacían imposible el acceso y difusión masiva de la información, lo cual implicaba realizar periplos para obtener el préstamo de los preciados libros de las bibliotecas; la elaboración de ensayos y resúmenes resultantes de las prolongadas y tediosas lecturas de documentos requeridos por los docentes, quienes con cierta rigurosidad, buscaban corroborar el cumplimiento de lecturas asignadas; sea a través de controles de lectura, preguntas sobre los núcleos centrales; guiados por la consigna de que para comprender su exposición, es condición sine qua non, haber leído previamente.

A ello se incorporaba el acceso limitado a las redes de información (internet), cuya disponibilidad estaba reservada a grupos con capacidad de cubrir los altos costes del servicio, el uso de ordenadores y visitas obligatorias al emergente negocio del café internet, para no quedar relegados. Actualmente, muchas cosas han cambiado, haciendo realidad el fin de la sociedad sólida (predecible, controlable y rutinaria), reemplazada por la sociedad líquida que no se fija en el espacio ni está atada al tiempo y que hace que nuestras vidas se definan por la precariedad y la incertidumbre.

Esta lógica se aplica en esta era digital, que ha cooptado drásticamente el tiempo y la atención de la actual generación de estudiantes, independientemente del espacio; convirtiéndose en una herramienta que ha irrumpido en todos los espacios de la vida social, así como se aprecia cierta ausencia de una conciencia crítica, capaz de establecer límites al excesivo uso, que hace que vivan en un estado constante de “desconcierto informado”, además de generar graves consecuencias y efectos en la atención y en las más básicas formas de interrelación.

Lo cierto es que están encantados con los juguetes de este mundo tecnológico; muy a pesar de que su utilización excesiva está afectando profundamente la inteligencia y, principalmente, la atención y concentración en la lectura que, desde siempre, fue y seguirá siendo el modo efectivo de obtención y generación de conocimiento. No resulta extraño observar en las aulas a estudiantes que leen tres o más veces un texto, sin lograr comprender el sentido y significado sobre el que versa el mismo; así como la falta de hábito de lectura de principio a fin, sin sentirse presos de la desesperación, el cansancio, la interrupción o quizá la distracción.

Ello se comprende desde un doble sentido: la primera referida a la comodidad de recurrir a resúmenes, mostrando desgano y desinterés por la lectura detallada y completa y, la segunda, ligada al internet, que hace evidente la incapacidad del “manejo de la información” y selectividad, dando paso a un nuevo analfabetismo funcional; dado que si bien saben leer, les cuesta retener y prestar atención suficiente en la lectura, tan esencial para comprender las ideas centrales, así como las abstracciones propias de toda escritura.

Es una generación que sabe leer, pero que no entiende lo que lee; pues está subyugada por la ansiedad y la impaciencia cognitiva, que se interpone entre su mente y la recepción del texto. La lectura, como herramienta clave para el desarrollo de la cultura, exige que todo lector sea capaz de entender el sentido literal y figurado de aquello que lee, el mensaje que transmite, el contexto de referencia desde el cual se sitúa el discurso y que, en el fondo, no es otra cosa que la capacidad de comprensión lectora; reconociendo, a su vez, que toda lectura es un verdadero circuito que demanda de un ambiente apropiado para desarrollarse y culminar en la generación y producción gradual y paulatina del conocimiento.

El autor es MGR. Docente e investigador UMSS – Cbba.

 
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