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Jardinería

Cómo cuidar las plantas de interior

José Manuel Durán


Lo sé, te compraste una planta de interior y ahora tiene sus hojas amarillas, languidecen y se caen. Parece como si no se encontrara cómoda con ninguna de tus atenciones; -¡tú, que tanto la mimas!-. No se lo tengas en cuenta; la vida de una planta dentro de casa casi nunca es fácil. Para abordar de forma definitiva muchas de las dudas surgidas en los comentarios, voy a enumerar las causas más frecuentes por las que las plantas de interior se quejan amargamente.

FALTA DE LUZ

La ausencia de luz suficiente es una de las razones más habituales por las que una planta de interior te mostrará su “peor cara”.

No todas aceptan esta situación de la misma manera; es justo decir que las hay con requerimientos más escasos (aspidistra, filodendro, bambú de la suerte, bromelias, helechos…). Pero como norma general las plantas de interior han de colocarse cerca de una ventana, balcón, vidriera o galería; con luminosidad suficiente para poder realizar su función más vital: la fotosíntesis.

Si no fuera así, y mientras les quede energía, las plantas buscarán la luz desesperadamente; alargando sus tallos de forma anormal y produciendo hojas de mayor calibre. Pero este mecanismo no siempre las librará de su contratiempo, y de inmediato podrías ver síntomas más graves.

Los rayos del sol no deben tocar nunca las hojas o se quemarán. Éste es otro error frecuente que debes tener en cuenta.

EXCESO DE AGUA

¿Cada cuánto regar las macetas? Las plantas de interior, al tenerlas dentro de casa, necesitan un riego menos frecuente.

Estamos acostumbrados a hidratar en abundancia las plantas del jardín o la terraza cuando llega el verano, para después reducir de forma notable la frecuencia al acercarse el invierno. Debe ser así, es lo correcto, por efecto de la intemperie. Pero las plantas de interior se encuentran más protegidas.

No quiero decir que no tengas que aumentar la dosis de agua en la época de más calor. Deberás hacerlo, es evidente, pero en menor medida de lo que se esperaría en una planta de exterior.

Si no estás convencido de cuándo hacerlo, comprobar la tierra valorando su humedad, siempre aclarará tus dudas. No riegues si aún no es necesario.

Asegurarte el riego adecuado se hace imprescindible con ciertas especies nada tolerantes a la pudrición (cheflera, coleo, filodendro, orquídea y otras).

Para ayudarte, en estos casos escoge macetas cerámicas o de otro material transpirable, así como un sustrato ligero y bien aireado. Puedes regar por arriba, de la manera tradicional, procurando siempre no mojar más que la tierra. Hay plantas muy sensibles a los hongos y a las pudriciones del cuello.

Las orquídeas son un claro ejemplo de ello, también el coleo o cretona. Para éstas puedes optar por hidratarlas desde abajo; sumergiendo parcialmente las macetas, así absorberán sin riesgo el agua.

Los agujeros obstruidos quizás sean un “homicidio involuntario”, pero no te eximirán del triste desenlace.

Los típicos platitos bajo los tiestos, repletos del agua sobrante, son otro clásico de mortandad; vacíalos después de haber cumplido su función.

También puedes llenarlos con grava o piedrecitas, para que el agua no esté en contacto directo con la maceta. Esto es incluso aconsejable en algunas circunstancias: con ambientes muy secos (por culpa de la calefacción) o con las plantas más sensibles.

FALTA DE HUMEDAD AMBIENTAL

El anterior consejo es muy apropiado para ciertas plantas de interior (crotón, espatifilo, costilla de Adán o tronco del Brasil, por ejemplo). Las plantas adoptadas en nuestras casas son especies en su mayoría tropicales, que gustan de un alto índice de humedad.

Es evidente que las condiciones en una vivienda distan mucho de simular el trópico, pudiendo las plantas aquejar algunos inconvenientes. Las hojas con puntas secas es el síntoma más habitual. Pero lograrás evitarlo con algo de cariño. Las pulverizaciones frecuentes suelen funcionar: procura mojar solo las hojas (evita tocar las flores).

Y si no dispones de demasiado tiempo; recuerda que siempre te queda la opción del plato con grava, arcilla expandida u otro elemento que aísle la base de la maceta del agua que contendrá. El líquido se irá evaporando lentamente, aportando entorno a tu planta una humedad beneficiosa.

TEMPERATURA ADECUADA

Los cambios bruscos de temperatura o las corrientes de aire son otro problema habitual para las plantas de interior, que suponen con frecuencia la pérdida de sus hojas.

Ya sabemos que estas plantas se encuentran cómodas dentro de cierta horquilla térmica (normalmente entre los 15 y 25ºC), aceptando algo de variabilidad entre el día y la noche o entre el invierno y el verano, pero no les gustan los cambios muy pronunciados.

Los radiadores o el aire acondicionado son factores importante a tener en consideración. Su proximidad puede exceder de lo admisible para ellas.

Si vives en un lugar frío, al marchar de casa quizás debas dejar la calefacción encendida. Y cuando dispongas de vacaciones, recuerda que las plantas se han de seguir regando.

CAMBIO DE MACETA

El trasplante a una maceta mayor se hará inevitable con el crecimiento de la planta. Excepto en algunas especies, como la mencionada orquídea, no es bueno que las raíces se encuentren apretadas: tienden a enrollarse, al buscar cómo crecer, y acaban por ocupar todo el espacio, quedándose sin aire.

También al principio, recién adquiridas, es conveniente el paso a un recipiente más grande.

ABONAR

Este punto está muy relacionado con el anterior. Las reservas en el sustrato se agotan pronto, sin embargo hay que seguir alimentando la planta.

Las carencias de nutrientes se harán evidentes si no se tomas medidas.

Sobre todo, es importante no fallarle a la planta durante la época de crecimiento, también durante la de floración.

Desde la primavera al otoño, puedes utilizar abono líquido (cada quince días), junto con el agua de riego. Atiende las indicaciones del envase: no te pases con la dosis o quemarás las raíces.

Otro fertilizante muy cómodo para macetas es el “granulado de liberación lenta“, pues abastece de lo necesario a las plantas y durante un periodo más prolongado (dos o tres meses).

 
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