Publicidad

    


Colombia

Santuario, refugio de indígenas transgénero



SAMANTHA SIAGAMA LLEGÓ A SANTUARIO PROVENIENTE DE UN MUNICIPIO CONOCIDO COMO MISTRATÓ, EN EL DEPARTAMENTO DE RISARALDA.
 GALERÍA(2)

Los indígenas trasgénero encontraron en Santuario un refugio. BBC mundo realizó una recorrido por la comunidad colombiana y evidenció su costumbre y forma de vida.

Dentro de una casa de ladrillo amarillo, en un cuarto oscuro, cuatro mujeres bailan. Levantan las manos, coordinan el movimiento de la cadera, dan vueltas en círculos desordenados alrededor de un poderoso parlante de casi dos metros de altura del que salen los acordes jubilosos de una canción. Una de ellas se llama Samantha Siagama.

Hace algunos años, Samantha tenía nombre, corte de pelo y ropas de varón. Y era tratada como un hombre de la comunidad embera, la etnia mayoritaria en el Occidente de Colombia. Hasta que un día dijo que no señores, que ella era una mujer.

Y tuvo que huir porque la iban a matar. "Mi familia me dijo que si yo me convertía [en mujer] era mejor matarme. Mejor acabar con la vida. A los 13 años me fui", relató Samantha, ahora con 27.

"Y después de deambular por algunos pueblos, llegué a Santuario. Aquí me recibió un cafetero que en su finca siempre nos ha tratado bien".

La casa donde vive y danza está clavada en una de las montañas que sostienen a Santuario, un municipio colombiano –ubicado unos 350 kilómetros al oeste de Bogotá– del que surge un sinfín de líneas simétricas de cafetales que se estiran hasta donde alcanza la vista.

Hace años, las otras tres mujeres -Yorladis, Marcela, Bella- también tenían nombres, cortes de pelo yropas de varón, y eran tratadas como hombres.

Debieron escapar de sus comunidades para poder vivir y bailar como mujeres. Y después de peregrinar por calles, puentes y veredas, terminaron en Santuario.

Samantha les abrió las puertas de la finca y convenció al patrón para que las dejara vivir con ella.

“HACERSE MUJER”

6.30 am. Samantha, que es capataz del establecimiento cafetero donde vive, acaba de despachar al campo a dos trabajadores con el desayuno y un termo lleno de tinto (café) hirviendo. Cuando todos se han ido, ella comienza a maquillarse.

De varios frascos que antes sirvieron como recipientes de bebidas instantáneas en polvo, va retirando los productos para retocarse la cara.

Primero el rímel para las pestañas, luego la base para el rostro y finalmente un delineador sobre los labios.

Es un procedimiento que ejecuta casi a ojos cerrados con los maquillajes que compra en el pueblo cada ocho días. La ceremonia se repite con el pelo: lo peina con la misma delicadeza con la que más tarde tejerá sus vestidos.

"Acicalarme así me hace sentir bien. Me hace sentir una persona que tiene un lugar", dijo.

Un sitio que perdió a los 13 años, cuando tuvo que salir de su comunidad porque se sentía mujer y allí todos la conocían como hombre.

Pero la sensación de exilio había empezado antes.

Cuando era más pequeña su madre comenzó a notar que Samantha, que por entonces no se llamaba así, caminaba y se vestía distinto de los demás. Tenía un nombre que hoy prefiere no decir en alto y que ya entonces le era ajeno.

"Un día mi mamá me dijo que por qué yo andaba todo raro. Y lo pregunté, '¿por qué?, ¿qué me ve a mí?'. Entonces ella me dijo 'es que yo a usted lo veo todo raro'. Y eso a mí eso me sonó bueno. Me gustó que viera que era diferente".

"Pero le dije 'no me diga que soy raro', le expliqué que yo me sentía diferente. Entonces me presenté diferente, me presenté como niña".

La respuesta de su familia la desconcertó.

"Cuando uno quiere ser transgénero a ellos no les gusta. 'Si él está haciendo eso, mejor matar', decían. Para que la gente no murmure de un papá o de un hermano. Ellos prefieren matarlo a uno o mandárselo a la guerrilla", relata.

Pero ni siquiera la guerrilla, que siempre estuvo ávida de reclutar nuevos combatientes, quiso tener transgéneros en sus filas. Mucho menos, indígenas transgénero. Entonces comenzó su travesía.

El trasteo errabundo fuera de su territorio la condujo a Pereira, la principal ciudad del departamento de Risaralda. Se hizo en la calle y en algunas casas donde encontraba refugio.

PERLA

También conoció a otras mujeres transgénero. Y fue una de ellas la que finalmente le indicó que su tierra prometida estaba en un pueblo al que llamaban "La perla del Tatama".

"Un día conocí a Alejandra. Ella era transgénero. Era flaca, muy pálida. Parecía que se iba a morir. Fue la que me dijo que en Santuario había otras como yo. Que por qué no me iba para allá".

Los primeros días en Santuario los tiene en una nebulosa. Recuerda que algún día comenzó como todas, recogiendo café, pero su naturaleza de líder la puso pronto a administrar una finca.

El relato de su propia vida que hacen estas mujeres -se estima que unas 30 transgénero residen en el municipio- es una historia que se repite en los detalles y que solo varía un poco por el inicio: "Cuando tenía 10 años", "Cuando tenía 7 años", "En mi caso fue a los 12".

Todas dicen que en el preciso momento en que se reconocieron como personas se sintieron mujeres, pero a ninguna le resulta fácil hablar de ese pasado.

Bajan la mirada, una de ellas suspira y mueve la cabeza de lado a lado en un "no" interminable. Es el momento en que Yorladis sube el volumen de los parlantes y la música y el baile copan la casa.

Tener una danza que las represente, me explican, es el primer paso hacia el objetivo de convertirse en una comunidad.

A su lado, María observa el circuito de las bailarinas entusiastas.

Ella es la que tiene más edad de todas las que habitan la casa y, aunque no quiere derrumbar el ímpetu de las muchachas, comienza a corregir los errores de coordinación, a disciplinar el movimiento de las manos y a establecer los tiempos de las caderas.

María no es transgénero. Pero Bella, su hija, sí lo es.

Ambas tuvieron que huir de su comunidad en Mistrató, primero debido a la violencia de la guerrilla, pero luego no pudieron volver porque su hija ya había dicho que quería ser mujer.

A eso de los 7 años, Bella comenzó a jugar con muñecas. Después fue maquillarse con los mismos pinceles y labiales que María, las faldas por encima de las rodillas, y el pelo largo.

"Yo le decía que no, que eso era solo para mujeres, pero no me hacía caso. Yo le preguntaba entonces 'usted qué quiere ser ¿hombre o mujer?'".

Sin embargo, fue en el colegio, al ver que los castigos para que corrigiera el rumbo no tenían efecto en Bella, que una de las profesoras perdió la paciencia y se lo dijo sin tapujos.

"María, me dijo, yo creo que Jesús Estiven no va a ser varón. No juega con los niños, sino solo con las muchachitas. Ese no va a ser hombre. Ese va a ser transgénero".

Los hermanos de Bella se negaron a aceptarla en su nueva condición.

Por eso tuvo que seguir orbitando en el exilio junto a su madre.

Hasta que aterrizaron en Santuario, tres años atrás.

"Me gritaban en la calle que soy gay y esas cosas. Pero a mí no me importa, porque desde pequeña mi sueño era convertirme en una mujer", relató Bella.

De acuerdo al censo nacional, en Colombia hay cerca de 1.900.000 indígenas que están distribuidos en 7.049 comunidades alrededor del territorio y que pertenecen a 108 etnias.

Y a excepción de algunos casos similares -pero aislados- que se conocieron en la comunidad wayuu en la Guajira (norte de Colombia), la situación de las mujeres indígenas transgénero en Santuario es inédita en el país.

No existe otro asentamiento donde confluyan quienes han redefinido su identidad de género.

Una de las principales razones de que esto no haya ocurrido antes es que dentro de una comunidad indígena está prohibido ser homosexual, transgénero o transexual.

"Hay un estatuto que dice que si un hombre quiere hacer (convertirse) en una mujer, hay una sanción".

"Los jóvenes que estén viviendo en resguardo (como se llama al asentamiento de una comunidad indígena) tienen que acatar el reglamento interno".

CONSEJERA COMPRENDE SITUACIÓN

Las palabras son de Martha Cecilia Embaregamba, la consejera de mujer y familia del Consejo Regional Indígena de Risaralda, que agrupa a los resguardos indígenas que existen en el departamento.

Embaregamba sostuvo que la norma es entendible, porque para ellos –en el marco de sus creencias, costumbres y saberes tradicionales– la causa de "este asunto", como llama a la transexualidad, debe buscarse en el contacto de las comunidades indígenas con las poblaciones mestizas.

Considera que el autorreconocimiento de las mujeres transgénero se produjo por una suerte de "efecto contagio" y, en especial, cree que se aceleró con un cambio de alimentación ocurrido hace 40 años.

"Antiguamente, en las personas ancestrales, no se conocían estas enfermedades, porque ellos se alimentaban con cosas típicas de la región. Después de la década de los 70, comenzaron a consumir alimentos transgénicos. Puede que eso haya traído esa 'enfermedad'", dice sin dudar que se trata de una afección, aunque la psiquiatría moderna hace décadas que lo desestima.

Lo cierto es que las comunidades indígenas en Colombia, y en especial los embera, han luchado por conservar sus tradiciones centenarias y, por esa razón, en ocasiones han evitado el contacto con el mundo moderno.

Martha Cecilia viste la misma ropa que Samantha. El mismo collar. Ambas son emberas, comparten origen y ancestros, pero la funcionaria no siente empatía por quienes han abandonado la comunidad para redefinir su identidad de género.

Sin embargo, aclara que mientras las mujeres como Samantha estén fuera de los resguardos no se les puede aplicar ningún castigo.

Hace más de un año, después de que sus historias llegarán a los titulares de los principales medios de Colombia, los gobernadores de los resguardos indígenas de Pueblo Rico –vecino a Santuario– amenazaron con salir a cazar a las transgénero para devolverlas a las comunidades y castigarlas allí.

Pero hasta ahora nadie ha venido por ellas. Y ellas quieren volver, pero como mujeres.

De lo contrario, prefieren quedarse donde están.

"Ellos dicen que no nos quieren allá como mujeres, porque nosotros vamos a convertir a los niños", replicó Samantha.

(BBC Mundo)

 
Revistas
Publicidad
Portada de HOY

JPG (656 Kb)      |       PDF (419 Kb)


Publicidad
Editorial

Opinión

Enfermos por el poder

Ciudadanos derrotan dictaduras

[Lupe Cajías]

¿Abogado del diablo?

[Rolando Coteja]

Responsabilidad del Estado por actos judiciales

¿Contrato social o cesión de derechos?

Voluntariado: compromiso responsable

[José Carlos García]


Sociales

Día Nacional de España

LOS ANFITRIONES, EMILIO PÉREZ DE ÁGRESA Y TERESA MINGUEZ, ACOMPAÑADOS POR AUTORIDADES DE GOBIERNO DURANTE LA CEREMONIA PROTOCOLAR.


Portada Deportes

JPG (477 Kb)      |      


Caricatura

Cotizaciones
1 Dólar:6.96 Bs.
1 Euro:7.65 Bs.
1 UFV:2.31986 Bs.

Impunidad
Publicidad