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El sueño de todo Carnaval

Manuel Mandianes

Los orígenes del Carnaval, según sus más grandes estudiosos, son tan antiguos como el culto a los muertos. ¿Cuándo comenzaron los hombres a rendir culto a los muertos? Seguramente en cuanto empezaron a realizar acciones humanas. Se puede hacer un estudio sobre el origen histórico de los elementos de las máscaras, se pueden datar los orígenes del Carnaval de tal o cual ciudad, pero eso no dilucida el origen del Carnaval en sí. El significado y el sentido de todos los Carnavales es el mismo, aunque los modos y la manera de celebrarlo sean propios de cada lugar en donde se hace el Carnaval.

Sólo se logrará rastrear el sentido profundo del Carnaval si lo situamos dentro del ciclo anual y para ello hay que romper los límites marcados por el calendario actual y retrotraerse a los calendarios agrícolas lunares. El Carnaval es anterior a los calendarios actuales y originarios de un momento en que el tiempo se contaba por cuarentenas, siguiendo las fases de la luna. Por eso, como buena parte de fiestas importantes litúrgicas, el Carnaval es una celebración movible. Existe la creencia de que la luna crea el tiempo, porque varía y aparece como su primera medida, y denota perfección. El origen de esta creencia podría ser el mismo texto del Génesis; 1, 14-19 que dice: «El cuarto día Dios crio los dos luceros mayores: el grande, el sol, para iluminar el día y el pequeño, la luna, para iluminar la noche».

El Carnaval es, por definición, la última luna nueva de invierno. El 2 de febrero es el día en que, según la tradición europea, el oso sale de su madriguera para observar la luna. Si es luna llena, el Carnaval no tendrá lugar hasta cuarenta días más tarde. El Domingo de Resurrección es siempre la primera luna llena de primavera. Aunque movibles ocurren siempre dentro de unos límites. En algunos lugares siguen celebrándose los dos domingos anteriores al domingo propiamente dicho y el jueves de comadres y el de compadres, como marca la tradición. Los grandes acontecimientos contaminan las fechas próximas. Las grandes fiestas litúrgicas, aún en nuestros días, son anunciadas con tiempo y siguen resonando en la octava. En las fiestas, hacia finales del verano en pleno otoño, con las simientes, los habitantes del otro aspecto del mundo se recogen y van al submundo.

El primer día de noviembre, los celtas salían al claro del bosque para celebrar el Samahaim, recuerdo de los antepasados. Ese mismo día, los gallegos, los catalanes y los habitantes de las Alpujarras salen fuera de sus casas, en el caso gallego mismo al monte, para celebrar el magosto y la Mauraca. Es decir, los vivos rinden visita a los del otro mundo en el lugar de residencia de éstos y comen castañas, comida de muertos… En la actualidad el mundo occidental visita a los muertos en su lugar de enterramiento, los cementerios, un pedazo de la naturaleza no cultivado…

Durante los Carnavales, los del otro mundo devuelven a los de este mundo la visita que éstos les hicieron los primeros días del mes de noviembre. Así como los vivos hacen lo que quieren en el cementerio el día de los Santos, ponen flores, encienden velas, pasan largo rato allí, así los muertos, durante los Carnavales, invaden la ciudad, el pueblo, entran en las casas y pueden coger chorizos y lacones, persiguen a quien quieren y les echan harina y los tiznan de herrín. Hacen lo que quieren.

Los enmascarados siempre han disfrutado de una libertad que les permite pasar por encima de tabúes de comportamiento, saltarse los límites físicos y geográficos. Los enmascarados disfrutan de la misma libertad que disfrutan los del otro mundo; mejor, los enmascarados son seres del otro mundo por eso pueden hacer lo que hacen. El disfrute de un grado de libertad propio sólo de los que han traspasado la frontera por eso no hay límites para ellos. El día de Todos los Santos los vivos enmascaran a los muertos; los días del Carnaval los muertos enmascaran a los vivos. Son días de convivencia plena entre los habitantes de este mundo y los del otro mundo, que según los celtas no es más que un aspecto diferente del mismo mundo.

Las chirigotas, las carrozas anticlericales y críticas con la política, no son más que una expresión de libertad. Cada uno expresa su libertad contra aquello que le molesta más, contra lo que quisiera evitar, cambiar o eliminar. Los únicos límites son los de su propia imaginación. El Carnaval es la desestructuración llevada al límite, es la destrucción del orden establecido. El ser humano se siente prisionero de las limitaciones de su naturaleza y durante el Carnaval vive como si no hubiera límites. Los hombres se hacen mujeres y viceversa, el monaguillo monta en el obispo, el alumno más inepto da lecciones al profesor más ilustre, el gobernante es ridiculizado y paseado maniatado en calzoncillos, las monjas, metáfora de la pureza, rigen prostíbulos. Cada uno crea su moda y un mundo a su medida y de acuerdo con sus deseos y fantasías.

Desfiles carnavalescos como el de Barcelona, el de Cádiz, el entierro de la sardina de Murcia, el de Río de Janeiro, los de Venecia, el de Basilea y los de otras mil villas y pueblos son fiestas de actualidad, son muestras de cómo ese profundo deseo de libertad de las comunidades se actualiza y se adapta a las circunstancias del momento guardando cada uno de ellos rasgos y características tradicionales que los distinguen de cualquier otro. Los grupos de inmigrantes aprovechan para mostrar en libertad su cultura, sus trajes, su música, sus bailes. Las máscaras, debido al temor de la sociedad occidental a actos de terrorismo, están restringidas. Los diferentes modos del Carnaval incorporan a su expresión elementos de la historia local y global, porque el Carnaval es algo vivo y dinámico por ser cultural.

La Iglesia, porque lo cree una supervivencia pagana en una época cristiana, y las instituciones políticas, porque lo ven como una época en la que cada uno hace lo que quiere hasta reírse de la autoridad y ridiculizarla hasta el límite inadmisible (para la autoridad) de mesarle las barbas, han luchado contra el Carnaval. Al no poder destruirlo, ni hacerlo olvidar ni tener el coraje de prohibirlo, han tratado y tratan de domesticarlo. Un desfile en orden, con carrozas ocupando cada una el sitio que le corresponde mostrando lo más bonito y mejor de cada casa puede ser un espectáculo grandioso, impresionante, pero es por definición un antiCarnaval porque el Carnaval es caótico. Aunque intrínsecamente tenga un orden perfecto, es el caos organizado según los criterios de los habitantes del otro mundo...

¿Quién es consciente de la significación profunda del Carnaval? Buena parte de lo que hacemos está motivado por razones que se nos imponen sin nosotros darnos cuenta. En cuestiones de tradición, basta con participar para reforzarla y ser fieles. Se dice: «Por la boca de los niños y de los borrachos sale la verdad», porque su inconsciencia no ofrece resistencia a la inspiración divina. Parafraseando lo anterior se puede decir: durante el Carnaval los humanos renuncian a la razón y a la sabiduría para dejar a los muertos configurar un mundo a su medida. La muerte es un asunto de los vivos, lo que pasa después de la muerte lo imaginan los vivos. Nadie vino a explicar lo que está viviendo en el más allá. El Carnaval tal vez sea la expresión del mundo que sueñan los vivos cuando están despiertos.

El autor es antropólogo, escritor y teólogo.

 
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