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[Ramiro H. Loza]

Gobiernos enfrascados en la rutina y la imitación


Si los políticos son repetitivos, lo son más los mandatarios. Ambos carecen de imaginación y no observan la realidad. De candidatos creen lograr un programa de gobierno encerrando a técnicos en cuatro paredes, pretendiendo una especie de alquimia programática. En el país, de lo anterior, fluye su cobardía para plantear innovaciones fuera de las rutinas de los años 50 del Siglo XX --generalmente fallidas-- de modo que seguimos inmersos en un mismo cartabón, en el círculo vicioso de las estatizaciones y del capitalismo de Estado. Los nuevos emprendimientos públicos y hasta “elefantes blancos” sin planificación, necesitan el oxígeno de las subvenciones estatales desde su cuna. Un dato elocuente e ilustrativo es el de un candidato de las listas de Juntos, quien en un programa radial de enorme difusión, aseguró que esa opción en función de gobierno tan sólo optaría por algún ajuste a las empresas públicas deficitarias de factura evista, pero que de ningún modo dejarán de ser estatales.

Por transitorio que sea el actual Gobierno, elude tomar medidas no digamos estructurales, pero tampoco se atreve a reformas administrativas, sumergido en el estancamiento. No hay grandes transformaciones si no comienzan por tareas preparatorias. Esta suerte de seguidismo de los gobernantes se alimenta de la imitación. Uno de estos casos es la falta de enmiendas o correctivos contemplando el desproporcionado paquete burocrático estatal que con fines exclusivamente políticos y a manera de anzuelo ejecutó el MAS, para ensartar seguidores y sirvientes políticos. Necesariamente este incremento pesa negativamente en el gasto público. La presente debería ser hora adecuada para alivianar semejante carga burocrática ociosa, crecida ininterrumpidamente desde el 2006.

Un gobierno sensible a estas urgencias debería proceder en ese sentido, suprimiendo, a la vez, canonjías que llevan el rótulo de la dictadura. Tal es el caso de muchos viceministerios y direcciones con sello étnico-ideológico; por ejemplo los viceministerios de descolonización, de “culturas” y otros. Debería también revisar el número de ministerios huecos de finalidades eficientes que bien podrían fundirse en los existentes.

En otro orden, también parece perpetuarse la alteración de los roles institucionales asignados al primer mandatario de la República o del Estado, convirtiéndolo en actor indispensable de todo acto público y entrega de obras por modestas y aun domésticas que fueran. Este extremo de un régimen personalista no puede continuar sin sacrificar labores específicas de la investidura presidencial, ni dejar de lado el timonel de la nave del Estado que por primacía le corresponde. La presidenta Jeanine Áñez no se ausenta de las indicadas actuaciones. Su predecesor día a día incurría en lo anterior llevado de un extremado politicismo, de hecho extraño al ejercicio responsable del mandato detentado. El actual manejo no disruptivo de los moldes viciosos brevemente descritos, introduce una suerte de costumbre que tiende a ser vista como natural y corriente, no obstante de no serlo.

No olvidemos que la moral viene de la costumbre, por reprobable que fue en su inicio. La gesta popular de octubre y noviembre de 2019 esperaba más cambios que repeticiones. Lo expuesto parece confirmar la falta de personalidad de nuestros gobiernos incapaces de enderezar rumbos, pese a que la oportunidad se les brinda favorable, habituados a lo obrado por los anteriores. Conclusivamente, la gestión de los llamados gobiernos neoliberales no se diferenció en nada de los gobiernos izquierdistas alternos. Los primeros llevados de su temor supersticioso no se animaron a tocar el tabú “revolucionario” del pasado, y así estamos… Nadie tiene el valor del desembarcar en nuevos puertos políticos y sociales.

El autor es jurista, escritor y periodista.

 
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