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[Angélica Siles]

Coronavirus nos obliga a solidarizarnos con el prójimo


Aristóteles, el más grande de los filósofos, que nació en Estagira, Grecia, en el año 384 a.C, decía: "La excelencia moral es resultado del hábito. Nos volvemos justos realizando actos de justicia; templados, realizando actos de templanza; valientes, realizando actos de valentía". Platón expresaba: “Donde reina el amor, sobran las leyes” y Francesco Petrarca manifestaba: "Cinco grandes enemigos de la humanidad están dentro de nosotros mismos: la avaricia, la ambición, la envidia, la ira y el orgullo”. En Los Miserables, Víctor Hugo cuenta la historia de Jean Valjean, un hombre rechazado de la sociedad porque no le dejan hospedarse en ningún alojamiento. ¿Su pecado? Ser un exconvicto.

Guillermo Gonzálvez, de la Organización Panamericana de la Salud, señaló que “cada Estado es libre, de acuerdo con su normativa y legislación, de adoptar las medidas que así lo considere, el sistema de Naciones Unidas tiene un mandato claro de solidaridad. Si no ayudamos a contener este coronavirus entre todos, vamos a estar expuestos no solo a este sino a cualquier otro patógeno. Ningún país es totalmente fuerte para vencer la epidemia. Esto solo se logrará con el concurso y respaldo de la comunidad global”. Con la llegada del nuevo coronavirus también se han expandido el miedo, las dudas y la información falsa, inclusive más rápido que la enfermedad.

La Constitución Política del Estado establece en el Art. 7.II. que “El Estado se sustenta en los valores de unidad, igualdad, inclusión, dignidad, libertad, solidaridad, reciprocidad, respeto, complementariedad, armonía, transparencia, equilibrio, igualdad de oportunidades, equidad social y de género en la participación, bienestar común, responsabilidad, justicia social, distribución y redistribución de los productos y bienes sociales, para vivir bien”.

Sin embargo, la pandemia del coronavirus ha reducido a la humanidad de nuestro planeta devastado a burdas cifras y errantes números de casos “confirmados”, “contagiados”, “infectados”, incluso, como se ha calificado en cierto hospital, “altamente sospechosos”. Si usted tiene suerte y goza de buena salud, no deberá alegrarse demasiado porque, quién sabe, puede estar “en capilla”. Somos presas del pánico, el miedo en su máxima expresión. Los contagiados con el coronavirus hoy son los leprosos del Siglo XXI. Actitudes inmorales, inaceptables en una sociedad moderna, se han registrado en Oruro, El Alto y Santa Cruz por parte de vecinos y profesionales, ¿debido al impulso del miedo? (rechazaron de los hospitales en toda la ciudad a una señora enferma, cuando su obligación era atenderla). No tuvieron mejor idea que rechazar el ingreso de pacientes a diferentes hospitales.

En Cochabamba dijeron que quemarán a los enfermos contagiados. ¿La pandemia del coronavirus derivará en la lapidación pública de los “nuevos leprosos” del Siglo XXI? Vemos en videos de redes sociales que “jocosamente” matan porque alguien estornuda y los demás irresponsablemente comparten, sin inmutarse, olvidando los valores que nos inculcaron nuestros padres, como solidaridad y respeto, especialmente con los enfermos, y más aún si son mayores porque dieron a Bolivia toda su juventud, energía y fortaleza. No puede ser que los dejen morir.

Hay virus o enfermedades peores, el coronavirus es tan solo una nueva señal de la locura permanente en la que nos movemos a diario desde que aceptamos manejarnos sin rumbo, a la deriva, fuera de toda razón. Nos pone en cuarentena, nos vuelve teletrabajadores, nos maniatiza, o el coronavirus es el reflejo de todas las personas, que trata de que volvamos a ser familia unida, estar con nuestros hijos, hermanos, padres o madres y aprender a volvernos más humanos, cuidando a nuestros padres que cuando nacimos nos cuidaron y a nuestros abuelos prestar mayor atención porque a pesar que tienen enfermedades cardiacas o diabéticas, son sabios y debemos aprender de ellos. El coronavirus nos está uniendo e incluso nos iguala, porque no se fija si tienes más o menos plata en el bolsillo, ni de qué color eres, tus preferencias ideológicas o religiosas, llega a tu puerta sin tocar, ingresa y se instala en tu casa. Es deber de todos frenar esta pandemia con mayores dosis de higiene, amor y solidaridad.

La autora es abogada, ex Asambleísta Constituyente.

 
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