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[Manfredo Kempff]

Tiempo de barbarie


No porque un cocalero iletrado haya llegado al ser presidente de la República, otros de parecida condición van a creerse con el mismo derecho. Por lo menos aquél había aprendido a leer en su escuelita del campo, y con eso fue suficiente para que destacara en una de las federaciones cocaleras y, siendo pícaro y audaz, resultara elegido diputado. El anecdotario de su ascenso milagroso al poder lo sabemos de memoria.

Pues bien, si algo hizo Evo Morales en sus largos años en el mando, fue alentar el odio y la revancha contra quienes acusaba de haber sojuzgado a su raza, de haber humillado a sus padres y a él mismo. Su discurso conmovió en Bolivia y en el extranjero. Pasados 500 años de los supuestos hechos era un absurdo replicarle. Nadie lo hizo, porque en pleno Siglo XXI polemizar con el presidente sobre la Conquista y la Colonia, era perder el tiempo.

Sin embargo, sus jeremiadas diarias y sus dicterios feroces contra lo hispano y lo gringo, su abierto desafío a la burguesía blancoide hizo carne en gran parte de la población indígena. No solo oyeron su prédica, sino que, al observar indígenas a su lado, aparentemente gobernando, pensaron que si uno de ellos había llegado al mando de la nación y otros a altos cargos públicos, todos podían lograrlo, porque no estaban menos calificados para mandar.

Y así fueron apareciendo personajes, caras y nombres nuevos, que reclamaban un lugar en el Gobierno. Si el “mallku” David Choquehuanca fue Canciller durante once años consecutivos, afirmando públicamente que las piedras tenían sexo, que no leía libros sino las arrugas faciales de los viejos, que las manillas del reloj tenían que girar hacia la izquierda, que la papalisa era más eficaz que la viagra, miles de mallkus, yatiris, jilakatas, jacha tatas, y campesinos en general, no sintiéndose menos que el Canciller, quisieron ser ministros, embajadores o parlamentarios. Exigieron y lo lograron.

El problema no se presentó porque fueran jefes de comunidades, ni porque fueran indígenas, sino porque muchos de ellos ni siquiera comprendían el idioma español y por eso mismo querían (y lo inscribieron en la Constitución) que el 70 u 80% de la población nacional, que es mestiza, hablara aimara o quechua para que les entendieran. Es decir que un 25 o 30% que es indígena, impuso que el resto del país hablara uno de los idiomas “nativos” para poder desempeñarse en un cargo público. Como si el español no fuera un idioma tan nativo como los otros. Si yo nací en una región donde el español es la lengua que hablaron mis padres, mis abuelos y mis tatarabuelos, pues esa es mi lengua nativa y ninguna de las otras 36 lenguas oficiales que se inventaron para incluirlas en la Constitución del 2009, que no fue sino un ardid para obligar a todos a hablar el aimara y el quechua.

Ahora, gracias a la prédica del MAS, nos hallamos desconcertados, porque entre los propios bolivianos no podemos entendernos. Evo Morales sembró odio, fiel a la perorata de falsos profetas y aquí nos tienen atascados, porque, digan lo que digan, la única verdad es que no nos entendemos con los masistas que permanecieron luego de la huida de Morales. Los que bloquean los caminos hoy mismo son quienes oyeron decir a su jefe que deberían gobernar 500 años, que eran la reserva moral de la nación, que tenían que defender sus tierras de la avidez de los blancos, que tenían que defender a sus mujeres, que eran más valientes, más trabajadores, que estaban protegidos por la Pachamama, pero que, si algún día él se iba, los indígenas iban a ser discriminados.

Hoy solo obedecen ciegamente las consignas que se les da. Quieren elecciones el 6 de septiembre, afirman que el Covid es un invento maligno de la derecha, aseguran que los cambas son sus enemigos, dicen que Jeanine Áñez preside un gobierno de facto, y que todo debe hacerse mediante el diálogo. ¡Maravilla! ¡Diálogo! Sin embargo, no asisten a dialogar. Y cuando las autoridades quieren aproximarse a los bloqueos, reciben una lluvia de piedras, insultos y dinamitazos.

Es una lástima que no nos podamos entender entre bolivianos. Los demagogos, vendedores de ilusiones, dicen que todos somos iguales, pero no es cierto. No pensamos igual. Es una materia pendiente en el país.

 
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