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Ser profesor rural en tiempo de pandemia

Felicidad Chambi Guarayo

A pocas horas, infaltablemente, del inicio de las actividades escolares, se notifica a los padres por la ausencia del estudiante y, a su vez, se exige a los acudientes el motivo por el cual el niño o el joven no está presente en la reunión virtual. Al respecto, la razón que daban los estudiantes era que quienes no vinieron no tienen computadora o celular, que sus padres no los pudieron comprar.

Seguramente esta no es la realidad de todos los colegios urbanos. Incluso, dudo de que este tipo de procedimientos sea realizado en todos los colegios privados de la ciudad.

Podemos hacer esfuerzos sinceros para rebuscar ventajas y sacar provecho de esta terrible contingencia. Se podría creer que la pandemia es una excelente razón para reinventar la educación y para que nosotros, los profesores, nos apropiemos de una invaluable cantidad de instrumentos bastantes útiles para el aprendizaje de los niños y adolescentes.

Podríamos suponer también que esta difícil situación nos incentivará para repensar, rediseñar y mejorar nuestras estrategias como profesores y emprender un camino nuevo, que perfeccione nuestros métodos y, a su vez, impulse las habilidades de los jóvenes. Para algunos centros educativos, este es el camino a seguir en medio de una pandemia.

Pero de este lado las cosas son un poco diferentes. Para nosotros, en el campo, solo existe una herramienta digital por medio de la cual podemos hacer contacto con nuestros estudiantes: WhatsApp. Todo el proceso educativo se desarrolla gracias a los muy limitados mensajes instantáneos que nos permite esta herramienta.

Muchos de los estudiantes, entonces, se sirven del celular de su padre o, incluso, del de su vecina para recibir y enviar sus compromisos porque, naturalmente, no todos los estudiantes tienen celular y, mucho menos, internet para comunicarse.

Los que sí lo tienen, los recargan, porque carecen de dinero para comprar internet a diario. Para nosotros es impensable, dada la precaria situación de los alumnos, pensar en una reunión virtual o en una plataforma educativa que nos permita interactuar o compartir con ellos.

Hoy las metas de la educación y de nosotros, los profesores, se han bifurcado. Para unos, quizá la necesidad inmediata sea elegir el mejor medio para enseñar este o aquel contenido. Para otros, diseñar estrategias efectivas que mejoren el aprendizaje.

Para nosotros, que enseñamos en medio de un contexto de precariedad, nuestros objetivos se han reducido a mantener un contacto con los estudiantes y hacer todo lo posible para que no abandonen su proceso educativo. Así, nuestras obligaciones, además de diseñar y revisar talleres para enviarlos por WhatsApp, están dirigidas a investigar qué ha pasado con este estudiante y si aquel otro ha respondido a los mensajes o las llamadas.

Antes de esta contingencia, la brecha educativa entre el campo y la ciudad era abismal, la diferencia entre colegios privados y colegios públicos rurales era insondable. Éstos están años atrasados en relación con los primeros.

Ante los miles de obstáculos que nacen de una pandemia, nuestro propósito es abrazar con paciencia e insistencia a nuestros alumnos y, así, evitar que la idea de abandonar la escuela sea una posibilidad en su mente.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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