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[Rolando Barral]

¿Ciudad maravilla o des-educadora?


Toda ciudad educadora es una ciudad maravilla, pero no toda ciudad maravilla es educadora. En disonancia, la ciudad des-educadora va en contra del ser humano y del bienestar común: no planifica, improvisa; no forma, deforma; no es salud, es enfermedad; no es vida, es muerte; no es ecológica, es contaminadora. En cambio, la ciudad educadora es la que planifica, organiza y se construye para la convivencia y el desarrollo pleno del ser humano en armonía con el ecosistema.

La ciudad actual es residual, las metrópolis son “remanentes” de la miseria humana. La ciudad es la “selva de cemento” y el urbanismo es “lineal y cuadriculado”. La urbe es desorganizada, anárquica en su crecimiento poblacional y no está pensada para el desarrollo humano.

Desde el punto de vista de la ecología humana surge una pregunta básica: ¿Hay en la ciudad un equilibrio entre la naturaleza y el ser humano? Las aguas cristalinas que entran a la ciudad se degradan en aguas servidas. Una breve descripción: los ríos embovedados se convierten en cloacas por falta de oxígeno y por falta de ideas. El aire que se respira es inmundo. Respirar aire puro debería ser un “derecho humano”. La industria no utiliza combustibles limpios y el parque automotor genera, entre otros, dióxido de carbono (CO2) que niega ese derecho.

Para reducir la contaminación (CO2), las ciudades orientadas hacia la ecología, en su sistema tributario prevén que los automóviles con más años de antigüedad paguen más impuestos. En las ciudades anti-ecológicas –gran parte de las ciudades del tercer mundo–, el pago de impuestos de un automóvil es al revés: los nuevos pagan más impuestos y los autos que más contaminan, tributan menos impuestos. Es un premio al que intoxica.

La contaminación acústica es otro problema: las motocicletas por falta de regulación y de educación ambiental –como mal ejemplo–, un solo motorizado produce más ruido que cincuenta vehículos juntos. Según la OMS (Organización Mundial de la Salud) el oído humano puede exponerse sin ningún daño a 55 decibeles de sonido. La ciudad de La Paz, según estudios y reportes de la prensa, genera 75 decibeles. Además, el ruido de los petardos, los fuegos artificiales, y los bocinazos de la “ignorancia que se traslada sobre cuatro ruedas” –con excepciones claro está–, agrava aún más la situación. Como si esto fuera poco, los ciudadanos tienen que aguantar el ruido infernal de los carros que venden gas licuado; así cada vez más, las ciudades se hacen inhabitables.

Por otra parte, por ampliar la frontera urbana y el espacio geográfico, se tala árboles sin piedad y menos recapacitar que un árbol oxigena y produce agua para la naturaleza. Los espacios verdes cada vez son menos y por falta de un buen manejo de la basura y el reciclaje respectivo, la misma, incide aún más en la polución.

Gran parte de las empresas productivas en la ciudad están dirigidas a la ganancia económica y no están orientadas al eco-desarrollo o al desarrollo sostenible; no están diseñadas para “contaminar lo menos posible”.

La ciudad como territorio geográfico debería ser un lugar que facilita la socialización, la interacción humana, por lo tanto debe comprenderse como “espacio vital” y creador de procesos de integración y diálogo entre personas mediado por la naturaleza y la vida. Es lo que se llama la ecología humana. La ciudad es un conjunto de instituciones que deben promover el diálogo entre personas, la vida y las culturas.

La política como concepto, en su origen etimológico deviene del griego y del latín que significan “ciudad” y “ciudadanos”. En la antigüedad, ahora también, el Estado, las relaciones de poder y el orden social, se gobierna desde las metrópolis. Por lo anterior, la “política” históricamente le debe a la ciudad su construcción conceptual e institucional que se funda en las relaciones de convivencia como sitio de socialización y educación.

La ciudad debería ser el espacio y proceso de diálogo de culturas y de saberes. La diversidad cultural antes de ser homogeneizada debe ser cultivada y fomentada en la pluralidad. La identidad cultural antes que la alienación, debe formarse y fortalecerse; porque la comunicación se hace más fructífera desde lo que “uno es”, que desde lo que “no se es” o aparenta serlo.

Una ciudad es hermosa por su geografía, pero no siempre por su demografía, peor aún si des-educa. Sin embargo, es un potencial que se puede educar y humanizar atendiendo necesidades, formando valores y reafirmando actitudes. Alguien dio el indicio: “ser urbano” no es sinónimo de “ser humano”.

Rolando Barral Zegarra es investigador y docente de la Carrera de Ciencias de la Educación. Universidad Mayor de San Andrés.

Usurpado el 7 de octubre de 1970, por defender
la libertad y la justicia.
Reinició sus ediciones el primero de septiembre de 1971.

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