EDITORIAL    

Retorno de la espada de Damocles



El avance de la historia es siempre incontenible y las sociedades van corrigiendo los errores de su evolución y perfeccionando sus costumbres y sistemas de vida, utilizando generalmente procedimientos pacíficos, aunque algunas veces, cuando se les priva de libertad y condena a la opresión, se ven obligadas a recurrir a recursos poco comunes que, finalmente, intentan poner las cosas en su lugar.

Uno de los sistemas más practicados por las sociedades para alcanzar la libertad, el derecho a una existencia pacífica y desarrollo sostenido, es el de la elección libre de sus gobernantes y la garantía de que éstos cumplirán sus funciones con idoneidad, en la vía del progreso y que de ninguna manera aprovecharán las ventajas del poder para desviar la historia a capricho, dedicarse a mala actuación financiera, enriquecerse y producir la ruina de la Nación y del Estado. Ese método, sin embargo, algunas veces es desconocido por gobernantes, actitud que algunas veces es corregida por vías ejecutivas.

Las elecciones nacionales realizadas el domingo pasado cumplieron, en gran medida, esos objetivos y, pese a las amenazas -cual la espada de Damocles- que todavía penden sobre el país, le ofrecen una nueva etapa, destinada a alcanzar los grandes objetivos nacionales y democráticos, que constituyen necesidades históricas de imprescindible cumplimiento.

La etapa histórica que aún subsiste tuvo características particulares, cumplió su ciclo de vida y, finalmente, estaba dejando el poder en condiciones honoríficas, pero, de súbito, varió de conducta, mostrando un interés contrario al que aparentó inicialmente. Lamentablemente, modificando su actitud y su palabra, cambió de decisiones en busca de prolongar su existencia y retornar a tácticas abandonadas, haciendo rodar por los suelos todo lo que había ofrecido solemnemente.

Sin embargo, al dejar incumplida esa promesa con notable sentido impolítico, provocó una reacción social incandescente que se convirtió, en pocas horas, en una situación política poco menos que revolucionaria, incendió a la ciudadanía afectada en todas las capitales de departamento y causó, a la vez, una increíble inquietud social, próxima a un estado convulsivo que dio al traste con las esperanzas que hasta entonces el pueblo cultivó con el más elevado sentido patriótico y esperanzas democráticas, por la creencia de que L’ Ancien Régime había quedado atrás para siempre y ya brillaba el sol de nueva era de esperanza, tranquilidad y cordialidad.

Considerando que la racionalidad estará de lado de todos los actores del drama que se podría desatar en el país, como el peligro de una guerra civil o un levantamiento espontáneo causado por precipitadas decisiones, es de esperar que imperen, en todo caso, el espíritu de grandeza y el humanismo que se dice practicar.

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