[Eric Cárdenas]

Agravios a la paceñidad


La ciudad de Nuestra Señora de La Paz ha sido y es, sin duda, el centro de la Nación boliviana, pues desde los tiempos del incario y seguramente antes fue centro de interconexión en la colonia entre el Bajo y Alto Perú y más aún entre Lima y Buenos Aires, además por su cercanía a los puertos del Pacífico. En la República por su ubicación estratégica entre el sur del Perú y el norte de Chile, fue la sede obligada de los gobiernos en el Siglo XIX, y luego de la guerra Federal, sede política de la República. Además fue centro de distribución de la hoja de coca en todos los tiempos, ya que su producción ha estado en los Yungas paceños, y también fue centro de producción de oro y de varios productos agrícolas.

En la ciudad de La Paz se produjo la primera revolución que instauró un gobierno libre en toda América, y sus protagonistas pagaron con el cadalso su vocación de libertad, siendo la figura emblemática el mestizo Pedro Domingo Murillo, que junto a otros protomártires y héroes, durante toda la historia patria, hacen a la tradición, cultura e historia de los paceños. Por esa razón, esta figura de la revolución independentista es el símbolo del “paceñismo” y de los paceños y sus instituciones (paceñidad).

Sin embargo en el gobierno del régimen de los cocaleros, periódicamente algunos pocos predicadores del indigenismo fundamentalista agravian a los paceños, al arremeter contra la memoria histórica de Murillo, no sólo escribiendo falacias contra él, sino sugiriendo y presentando proyectos de ley a la llamada Asamblea Legislativa Plurinacional, para echar de la plaza de Armas de nuestra querida ciudad a Pedro Domingo Murillo, cambiando su nombre por el de Julián Apaza y Bartolina Sisa, pareja de indígenas o cuasi indígenas, pues Julián Apaza estaba mestizado culturalmente, que se levantaron contra los impuestos del régimen colonial español, que exaccionaba a los indígenas con una serie de cargas impositivas, a través de los caciques indígenas.

Por tal levantamiento fue cercada la ciudad de La Paz, con la consigna de quitar la vida a todo individuo, hombre o mujer, niño o anciano, que vistiere como español o sea criollo o mestizo, lo que, por supuesto, unió a unos y otros, no indígenas en defensa de la ciudad. En los dos cercos perecieron cerca de 10.000 no indígenas y 30.000 de éstos, elevada cantidad de víctimas para retornar al Kollasuyo gobernado por el Inca rey Túpac Katari.

Los agravios a título de “descolonización” que desde el Gobierno o alentados por éste son hechos a los paceños, son una muestra de desconocimiento de la historia, los valores ciudadanos de los bolivianos -de mayoría mestiza- y que sólo consiguen irritar más a las amplias clases medias citadinas, que como producto de la Revolución Nacional se han extendido horizontalmente.

La descolonización que según criterio de los actuales gobernantes se va a hacer realidad, cambiando el nombre de las vías urbanas, como la calle Colón o la Plaza Isabel la Católica, es una muestra del desvarío de los coyunturales gobernantes, que creen que desde el poder político se puede hacer todo lo que se les ocurra, sin considerar sus efectos, aunque en este caso, uno de ellos ha de ser la reprobación de esas posturas que sólo agravian al ya agredido pueblo paceño y boliviano.

La verdadera descolonización es la mental, la que es capaz de cambiar los esquemas mentales, saturados de odio racial, divisionismo, corrupción, ausencia de patriotismo y otras taras que nos tienen postrados entre la corrupción y la pobreza, no sólo material sino mental.

Descolonicémonos rescatando lo mejor de la cultura occidental, como la ciencia y tecnología, así como los valores éticos de la antigua Grecia o Hélade, resumidos en las enseñanzas de Sócrates, que predicó la práctica de las virtudes y lo mejor de las culturas ancestrales, pues los paceños y bolivianos somos su producto, y pretender imponer una sola visión, anulando la otra, es una tarea imposible que nos divide y enfrenta.

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