[Rául Pino]

Virtudes para vivir mejor


El diccionario nos aclara la acepción de las palabras y en el caso de virtud denota la actividad, fuerza, poder de las cosas para producir y causar sus efectos y la primera pleca aclara que es fuerza, vigor, valor, poder facultad o potestad, y finalmente, la tercera pleca esclarece que el hábito y disposición del alma para las buenas acciones.

En el diccionario filosófico el término virtud equivale a la capacidad y aptitud y significa la habilidad, facilidad, proclividad para llevar a cabo determinadas acciones adecuadas al hombre dotado, en nuestra interpretación, de disposición extraordinaria para ejercer las bellas artes y notoriamente la música, además que ese hombre tiene la virtud, la práctica y se ejercita en ella.

Imperativo es aclarar que la virtud no es innata, solo hay proclividades o disposiciones para abrazarla y se la adquiere únicamente con el ejercicio perseverante, serio y duradero, que sería la ascesis como práctica y ejercicio de la perfección cristiana o perteneciente a ese ejercicio.

La virtud como tal es una proclividad permanente, sin embargo, cuando yace inactiva y se obra contrariamente se anula, amortigua o pierde por completo; siendo su antónimo el vicio como forma inadecuada de actuar. Existen dos clases de virtudes: del entendimiento y de la voluntad; las primeras perfeccionan al hombre con relación al conocimiento de la verdad ejerciendo una inteligencia o aptitud para razonar, sabiduría, capacidad para avanzar hasta los últimos fundamentos de la verdad. La verdad práctica nos refiere a la prudencia o disposición para resolver correctamente una determinada acción particular; al arte o habilidad para la creación; entendiéndose ella como la causa para que cualquier co-sa, sea cual fuere, pase de no ser a ser.

Importante es conocer las virtudes intelectuales que radican básicamente en los escritores, académicos, poetas y artistas, por si solas, no hacen al ser humano mo-ralmente bueno, excepción hecha de la prudencia moral como virtud cardinal. La esencia de las virtudes morales consiste en una inclinación permanente y firme de la voluntad para seguir lo que la razón presenta como justo; virtud en sentido estricto, confiriendo al hombre la bondad moral y la perfección con la voluntad como sujeto, pues solo ella pertenece a la esencia de la acción moral.

Las virtudes de la voluntad están íntimamente entrelazadas y forman un conjunto o ámbito cerrado, en su estado perfecto no pueden dejar de existir todas simultáneamente, pues la prudencia en su medida perfecta, si se da, debe gobernar la actividad libre e integral del hombre.

En el obrar virtuoso se encuentra la perfección esencial acabada que el hombre, de acuerdo con la voluntad del Creador, debe tender, y esa tendencia no deduce que la virtud sea carencia de pasiones, pues estas no le son contrarias como podría pensarse, si la prudencia mantiene a las pasiones dentro de los límites pertinentes y las sitúa en su justo lugar, es decir, que las identifica y las domina, decíamos que la virtud se adquiere con el ejercicio y esto impulsa a la acción oponiéndose a la irresoluta y desidiosa pasividad; la virtud es la verdadera perfección del hombre, y no puede existir sin ella la verdadera alegría o satisfacción profunda de la voluntad en el bien alcanzado.

La prudencia es finalmente una virtud intelectual y, como tal, no ejecuta o realiza ella misma las acciones morales. Empero, es virtud moral porque exige y determina la rectitud del desear, querer y obrar. Es determinante tener la intelección, que la prudencia guía a la voluntad pero depende de ésta por lo que respecta a su existencia y significa que si la voluntad no está dirigida, en general, hacia el bien moral torcerá el juicio del entendimiento conforme a su inclinación. La prudencia es integral en sus dos especies: prudencia para conducirse o dirigirse y prudencia para conducir a los demás.

La justicia en cuanto a virtud consiste en la firme disposición de la voluntad a reconocer a cada cual el derecho que le corresponde. La fortaleza o valentía es la disposi-ción, para, conforme a la razón, es decir, en observancia a los valores, enfrentar o arrostrar peligros, sobrellevar males y no retroceder ante la muerte, que es el heroísmo. Consecuentemente, la fortaleza vence al miedo que se arredra o acobarda ante el mal inminente y refrena o amortigua la audacia que desafía el riesgo y la muerte, reprime la tristeza y prefiere la virtud a la vida corporal, ejercitándose en el ataque y en la perseverancia hasta el fin.

La templanza como virtud cardinal perfecciona la potencia apetitiva sensible, conteniendo el deseo de placer sensitivo dentro de los límites de la razón. Debemos asentir que el placer sensible no es reprobable en sí, sino que sirve para estimular al ser humano a acciones necesarias para la conservación de la especie, por ello, no debe buscarse el placer de modo excesivo y contrario al fin, y son vertientes de la templanza la moderación al comer y beber, la castidad en lo relativo al placer sexual. Se emparentan con la templanza la negación o el dominio de sí mismo, la voluntad de no dejarse desviar del bien ni por las más violentas excitaciones del deseo; la humildad o la moderación en la tendencia a distinguirse, la mansedumbre o la voluntad de refrenar la ira, la clemencia que se ejercita en la indulgencia al castigar y la modestia que regula el continente o el ámbito exterior.

La templanza y la fortaleza evitan las faltas contrarias y mantienen el justo medio, como inequívocamente prescribe la templanza.

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