La extraordinaria historia de

James Barry

Bajo este nombre vivió y murió un cirujano e “inspector” de hospitales militares de Inglaterra, después de la autopsia resultó que había sido una mujer.


Un día del año 1821, el rector de la Universidad de Oxford recibió una tesis brillantemente presentada de James Barry, quien por entonces debió tener unos veinte años de edad. Ni por asomo pudo pensar el rector que esa tesis era obra de una mujer. El ingreso de James Barry en la universidad se produjo sencillamente como el de muchos otros estudiantes aspirantes a la carrera de Medicina.

En aquellos tiempos oscuros estaba prohibido el ejercicio de la Medicina a las mujeres, entonces se hizo pasar por hombre para poder ingresar en la universidad y así alcanzar el sueño de convertirse en médico y prestar sus servicios en el ejército.

Poco o nada se sabe sobre los primeros años de su vida, se decía, no obstante, que era “nieto” de un noble escosés. Que había nacido en Belfast, Irlanda del Norte, un 9 de noviembre de 1795 y había sido bautizado con el nombre de Margaret Ann Bulkley.

Siete años después de arduo estudio se graduó como cirujano militar. Primero, en 1813, trabajó como asistente de hospital en el ejército británico. Se afirma que sirvió en la batalla de Waterloo (junio de 1815). Posteriormente fue destinado a prestar sus servicios en la India y en Sud África. Tras su llegada a Ciudad del Cabo nombrado Inspector Médico de la colonia británica, trabajando en la mejora de los suministros de agua potable y realizando intervenciones quirúrgica entre sus pacientes.

Según el testimonio de un testigo, durante una noche llamaron al doctor Barry con urgencia para que pueda atender a una mujer que, en trance de dar a luz, parecía que iba a morir. El doctor acudió oportunamente realizando una de las primeras cesáreas de las que se tiene noticia; salvó a la madre y al niño, que más tarde fue adoptado por él y bautizado con el nombre de James Barry Munnik, en su honor y que vivió en Cape Town.

Otro testimonio acerca de la personalidad de este misterioso médico lo dio Lord Albermarle, en sus memorias, tituladas: “Cincuenta años de mi vida”. Cuenta cómo conoció al doctor Barry cuando, en su juventud, hizo una visita a África del Sur:

“Había entonces en el Cabo –dice este testigo– una persona cuyas excentricida-des atraían la atención de todos: el doctor Barry, cirujano, jefe de la guarnición y consejero médico del gobernador. Había oído hablar tanto de este caprichoso y privilegiado caballero, que tenía curiosidad por verlo, cosa que logré, al fin, cuando en una ocasión nos sentamos juntos en una de las comidas oficiales. Era, el tal Barry, un mozuelo imberbe de inconfundible fisonomía escocesa: cabello rojizo, pómulos pronunciados. Había en sus maneras cierto afeminamiento, que parecía tratar de vencer constantemente, mientras su conversación y su espíritu resultaban muy superiores a lo que entonces era dado encontrar entre los médicos militares”.

“Un misterio, que duró más de medio siglo, acompañaba toda su carrera profesional del doctor Barry. Durante su estadía en Cape Town tuvo un duelo, y, en general, se le consideraba de temperamento sumamente pendenciero. Fue acusado muchas veces de indisciplina, y en más de una ocasión sufrió arrestos; pero, no se sabe por qué causa, sus faltas eran olvidadas siempre por la comandancia”.

Otras informaciones aclaran que el contrincante de Barry en aquel duelo fue un joven ayudante de campo, llamado Colete, más tarde conocido como sir Josiah Colete. Tampoco fue ese duelo el único de su existencia, y se recuerda el caso de que, años después hallándose en Quebec, se excusó de una comida para ir a batirse a duelo, a puñetazo limpio, con un individuo que había dicho que su voz era chillona”.

En otra ocasión viajaba un hombre en el mismo camarote del doctor, en un vapor intercolonial que hacía trayecto entre San-to Tomás y Barbados. Y el doctor Barry, “delegado inspector” de hospitales, que ocupaba la cama baja, todas las mañanas despertaba temprano a su compañero de camarote diciéndole: “–Ahora, muchacho, salga mientras me visto...”

En ese viaje llevaban una cabra, para proveer de leche al “doctor”, vegetariano absoluto y que no bebía licores.

En 1828 deja Ciudad del Cabo y su cargo de cirujano militar le llevará hasta Isla Mauricio en 1828, Trinidad y Tobago y la isla de Santa Helena. Posteriormente serviría en Malta, Corfú, Crimea, Jamaica y, en 1831, Canadá. Por entonces alcanza el rango de Inspector General.

En 1838 es destinado a las Indias Orientales donde contrae la fiebre amarilla y se ve obligado a volver a Gran Bretaña. Años después, en 1864 se retira de la vida militar y del ejercicio médico, muere el 15 de julio de 1865. La autopsia realizado en el cuerpo de Barry establecía que el médi-co no era tal sino el de una mujer, incluso, se llegó a establecer evidencias de que en algún momento de su vida hubiera estado embarazada. Incluso circuló un rumor de que su hijo, enfermo del mal de Hansen, era visitado por ella en el remoto aisla-miento donde vivía. Hasta el día de su muerte no se suscitó la más ligera sombra de sospecha, respecto al secreto del doctor Barry.

El London Times publicó una amplia reseña de su carrera profesional, tal como lo merecía, porque había sido altamente honrosa. Pero un informe oficial aclaró que el inspector general fallecido había sido mujer, noticia que causó revuelo y desconcierto entre la sociedad londinense, entonces fue necesario que el Parlamento aprobara una ley que permitiese a las universidades conferir títulos de médico a las mujeres; tendrían que pasar años para que esta ley se pusiera en práctica, ya que la Asociación Médica Británica todavía rehusaba admitirlas como miembros de esta institución.

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