[Armando Mariaca]

Gobernar al Estado, pero hacerlo responsablemente


Cuando los medios de comunicación, a través de sus editoriales, artículos de periodistas, escritores, analistas, etc. hacen conocer sus criterios sobre la realidad nacional, lo hacen con el propósito de ser veraces, respetuosos y constructivos porque no hay en ellos asomo alguno de buscar situaciones negativas que sólo harían daño no sólo a quienes se les hace ver sus yerros sino a la misma sociedad que, muchas veces, a través de lo que lee, vuelve a vivir situaciones negativas.

Nuestro país, como muchos en el mundo, ha pasado por pruebas diversas en los últimos cincuenta años y ha sobrellevado las consecuencias de errores y aciertos. La población boliviana, en todas sus generaciones, ha tomado en cuenta que los gobiernos son los más falibles porque tienen poder político, económico y social, condiciones más aptas para el error que para el acierto porque el poder obnubila y no deja ver lo que está muy presente en la vida de sus comunidades.

El Gobierno que está en vísperas de asumir su tercer mandato, ha ofrecido cambios que en algunos aspectos se han sentido y ha extrañado muchos que debían producirse pero que no fueron realidad porque sus posibles protagonistas no cambiaron su modo de ser, pensar y sentir los diversos problemas nacionales. Hay fenómenos de relevante importancia que han llamado la atención de muchos y que, habiendo sido comportamiento de otros regímenes en el pasado, parece que han pasado desapercibidos, cuales son los casos de la corrupción, el nepotismo, el culto a la personalidad, la soberbia y la petulancia hecha fatuidad de creer que quien cuenta con el poder político-partidista posee todo y hasta el derecho de dominio sobre los demás haciendo que acepten los yerros cometidos porque “el que tiene poder manda e impone” debe ser regla a cumplirse.

Uno de los hechos que han tenido influencia radical en el comportamiento de buena parte de la sociedad boliviana es la discriminación que entre el número de las víctimas de situaciones de injusticia hay que contar a aquellos que son objeto de discriminación de derecho o de hecho, por razón de su raza, su origen, su color, su cultura, su situación económica y hasta su sexo. La discriminación, aunque disfrazada de mil maneras, tuvo su parte activa en los años pasados porque se sembró la conciencia o el sentido de clase que ensalza a uno y rechaza a otros bajo diversos modos y medios de mostrarles indiferencia, desprecio, rencor por lo que hubiesen hecho generaciones muy pasadas. Ese problema ha creado tensiones, susceptibilidades, desconfianza y hasta complejos.

Hay que entender que un problema grave es que en la mayoría de la población subsisten complejos y resentimientos por políticas o hechos de un pasado lejano que, en lapsos muy cortos y por parte de muy pocos, ha subsistido. Hay propósitos, en una mayoría consciente y responsable, de rechazar, como algo inadmisible, la tendencia a mantener o introducir prácticas inspiradas sistemáticamente por prejuicios racistas, por posiciones económicas o sociales. Hay conciencia también de que el hombre debe ser partícipe de la misma naturaleza, y, por consiguiente, de la misma dignidad, con los mismos derechos y los mismos deberes fundamentales porque en el seno de una patria común todos deben ser iguales ante la ley, tener las mismas posibilidades en la vida económica, cultural, cívica y social y, en lo posible, beneficiarse de una equitativa distribución de la riqueza nacional como son el derecho a vivir y educarse, a recibir atención prioritaria de los organismos gubernamentales, a expresarse con total libertad y responsabilidad, a tener un trabajo permanente bien remunerado y con el goce de todos los beneficios que señalan las leyes.

Hay que convenir en que todo lo dicho no se ha cumplido por parte de quienes han gobernado el país porque, lamentablemente, han primado intereses secundarios y ansias de más poder en todos ellos, descuidando el bien común que es lo que más deberían cuidar y a lo que más deberían servir; pero, nunca es tarde cuando hay voluntad para el cambio, deseo de enmendar errores pasados y ansias por realizar obras en pro de todos los componentes de la nación. Los miembros del gobierno, si quieren pueden cumplir premisas muy importantes para el país y, con ello, tener conciencia de que las dificultades disminuirán y será el pueblo que, por propia conciencia y voluntad de superar lo malo, sabrá contribuir a que lo bueno sea realidad.

Quienes continuarán en los poderes de la República, deben tomar conciencia de que gobernar o dirigir al Estado, es para hacerlo con responsabilidad basada en la honestidad, la eficiencia y la conciencia de país que es razón de ser de todos los bolivianos.

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