[Armando Mariaca]

Nuestro derecho de volver al mar por nuevos caminos


La reunión del CELA en Costa Rica fue escenario de un breve encuentro entre el presidente de Bolivia, Evo Morales y la presidenta de Chile, Michelle Bachelet, con la muestra de que se habría creado un nuevo panorama para el resurgimiento de la “Agenda de los 13 puntos” que, hace algunos años, abría caminos de entendimiento, y que, por diversas razones y sinrazones de ambas partes, quedó en el olvido.

El hecho de que Bolivia haya llevado nuestro caso a la Corte Internacional de La Haya ha despertado dos reacciones: la primera, en Bolivia, donde prácticamente ha encontrado apoyo unánime la posición adoptada y, por el otro, en Chile, una pertinaz resistencia a que Bolivia trate el tema en la Corte Internacional y el alegato permanente de que “el asunto concierne a los dos países”.

El largo camino de las negociaciones desde hace muchas décadas, es, quiérase o no, tortuoso y difícil por la posición adoptada por los gobiernos de Chile que siguen las directivas del militarismo chileno para “no oír los reclamos bolivianos”, reclamos que tienen que lastimar la conciencia de militares y gobiernos chilenos por la ocupación de Antofagasta, que fue el inicio para arrebatarnos una costa de 400 Km. sobre el océano Pacífico, una conciencia que no puede estar tranquila por la sistemática oposición a reconocer el grave daño causado a Bolivia; una posición que llega, en muchos casos, a proferir acusaciones e insultos por parte del Canciller chileno que, haciendo gala de mala educación y pocas cualidades diplomáticas, ofende a Bolivia, como si las ofensas que profiere borraran el inmenso daño causado.

Mucho, muchísimo habría que recordar a Chile para hacerle ver que gracias a Bolivia cuentan con el desarrollo y progreso que disfruta, progreso del que, libres de posiciones egoístas, siempre alegró a los bolivianos, porque hay conciencia de que el pueblo chileno es eficiente, disciplinado y trabajador. Cabe, pues, recordar algo de la historia: Charaña fue, en la década de los años 70 del siglo pasado, lo más preciso y rescatable de todas las negociaciones para que Chile repare, siquiera en parte, la injusticia inferida a Bolivia. Mezquindades en ambas partes impidieron avances que podían ser definitivos, avances logrados por dos militares, Pinochet de Chile y Banzer de Bolivia, ambos dictadores en sus respectivos países.

Con los tratados de 1895 Chile estuvo de acuerdo en cedernos territorios costeros que le había arrebatado al Perú durante la Guerra del Pacífico; ese tratado de 1895 fue ratificado por el Congreso de Chile reconociendo que se ofrecía soberanía portuaria a Bolivia. En Bolivia hubo oposición al cambio de territorios -única opción entonces para que la gestión de ambos mandatarios tuviera éxito-. Por supuesto, en Chile surgieron los militares que pusieron “en vilo al presidente Pinochet” con su oposición que respaldó una parte del Congreso chileno.

Un elemental sentido de reciprocidad y hasta gratitud con Bolivia, debería tener Chile porque, prácticamente, desde el Siglo XIX vive dependiente de los bienes bolivianos: las aguas de los ríos Lauca, Silala, Caquena y Mauri, aguas que utilizan para vivir y mantener su agricultura y centros industriales en Antofagasta y agricultura en los valles de Liuta, Azapa y Chuquicamata. Luego, las minas de cobre de Chuquicamata que desde su explotación en gran escala a partir del año 1915 proveen la mayor parte del presupuesto nacional de Chile. El cobre es explotado, al margen de Chuquicamata, por las empresas mineras El Teniente y Potrerillos. Las empresas dependientes directamente de Chuquicamata, Ramiro Tomic, La Escondida, Michita, Gaby y el Abra-Zaldívar han producido el año 2012 la cantidad de 671.200 toneladas de cobre fino.

La soberbia de los gobernantes chilenos siempre llegó a extremos y así lo reconoció, en 1910, el presidente argentino Roque Sáenz Peña que dijo: “Bajo una forma u otra es Chile quien siempre anarquiza a las repúblicas limítrofes. Tiene por el norte la historia vergonzosa de Atacama… y tiene que ser esa su política eterna, porque Chile necesita usurpar para vivir…”. No pudo haber frase más clara y contundente para mostrar, con diáfana claridad, el comportamiento de los gobernantes chilenos que acuciados y hasta obligados por sus fuerzas armadas, no quieren ni pueden mostrar conductas más acordes con la moral y la civilización.

Hace poco, contrariamente a sus expresiones de maltrato a Bolivia, el canciller chileno expresó: “Evidentemente, el asunto marítimo está radicado en La Haya (Corte Internacional de Justicia) y permanece allí. Esto no significa que no podamos conversar sobre materias que son de interés común de los dos países”. Efectivamente, “rehabilitar” la Agenda de los 13 puntos sería necesario para ambos países; pero, habría que hacerlo en planos de respeto, de racionalidad, serenidad, honestidad y responsabilidad; no hacerlo así implicaría ahondar más las diferencias.

Hay que concluir, sin embargo, en que, el caso en La Haya tendrá sus resultados; pero, a la corta o larga, un modo más eficaz sería hacer que se funde un gran polo de desarrollo con acuerdo sincero y responsable de los gobiernos de Perú, Bolivia y Chile con miras a lograr la solución del problema boliviano y que ese polo de desarrollo sea un medio que beneficie por igual a los tres países; esto sería un modo de conseguir remedios y frutos en el espíritu de una integración que podría implicar gran desarrollo y progreso.

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