El éxodo indígena campo-ciudad


 

Nuevos indicadores de magnitud sobre la migración de los campesinos-indígenas del campo a las ciudades han vuelto a presentarse en las poblaciones de los valles y el altiplano, poniendo de relieve un problema social de perspectivas que deben empezar a preocupar al Gobierno, los partidos políticos y diversas instituciones públicas con responsabilidad en la conducción del país.

Las diversas informaciones sobre ese asunto revelan que los campos están siendo abandonados en forma masiva por los agricultores para trasladarse a las ciudades, en vista de que la tierra no da renta y “es preferible vivir en zonas urbanas” por ser la única forma de sobrevivir. La juventud indígena abandona el medio rural para trasladarse no solo a las ciudades del “eje” del país, sino también al exterior, en particular Argentina y Brasil, donde o bien encuentran ocupación y hasta algunos beneficios sociales que se desconoce en Bolivia o bien son sometidos a formas esclavistas de trabajo.

Esa situación está determinando que la agricultura interandina se quede sin mano de obra y el cultivo de la tierra quede a cargo de ancianos, mujeres y menores de edad que trabajan difícilmente y apenas llegan a producir para su consumo. Es más, finalmente la tierra es abandonada y queda bajo los efectos del clima para terminar en campos estériles.

Los pueblos de los valles y el altiplano ya no se relacionan con la agricultura y prefieren dedicarse al comercio e inclusive derivan en artesanías ilegales, como dedicarse a “pisar” coca y producir pasta de droga para destinarla al contrabando a países vecinos, como denunció la Felcn.

Hasta mediados del siglo pasado la población del país estaba formada por el 30 por ciento de tipo urbano y 70 por ciento de tipo rural. Pero ineficaces medidas agrarias determinaron un movimiento migrante del campo a las ciudades, el mismo que en últimos años alcanzó proporciones alarmantes, sin que ninguna autoridad tome cartas en el asunto. Es más, han sido dictadas numerosas disposiciones, pero fueron tan poco atinadas que agravan ese estado de cosas.

En forma paralela a ese problema social, las estadísticas del Gobierno señalan que la producción agrícola sigue bajando, sin que exista freno alguno que pueda poder fin a ese descalabro. Al mismo tiempo se observa que, además de esa irracionalidad, se está importando toda clase de alimentos para abastecer las ciudades, abriéndose, además, las fronteras al ingreso libre de productos agrícolas no solo por vía oficial, sino por medio del contrabando que ha saturado nuestros mercados de consumo.

La clarinada de alerta sobre esta materia ha sido lanzada hace varios años, pero ahora vuelve a resonar con mayor sonoridad a la espera que los medios oficiales y otros sectores sociales adopten inmediatas y urgentes soluciones a este magno problema.

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